La música deja de sonar en Afganistán por miedo a los talibanes
Desaparece de la radio y de la televisión, y cantantes y músicos cierran sus estudios
Enviada especial a KabulShor Bazar es una de las calles con más tradición de Kabul, que formaba parte del centro histórico de la ciudad pero que quedó relegada a la periferia a medida que la capital se fue haciendo cada vez más grande. Con todo, era un lugar de visita obligada. Ahí es donde la mayoría de músicos afganos tenían su estudio, los fabricantes de instrumentos tradicionales sus talleres y donde los cantantes impartían cursos. Ahora, sin embargo, la música ha dejado de sonar de repente. Desde que los talibanes llegaron a Kabul el 15 de agosto, la calle se ha transmutado. Las tiendas de música se han reconvertido en barberías, talleres de confección o en cualquiera otro negocio que no tiene nada que ver ni con la cultura ni con el arte. Otras han cerrado directamente. Se suceden los locales con las persianas bajadas y letreros que dicen "se alquila" o "se vende". Los talibanes consideran que la música es antiislámica.
"Oficialmente no han prohibido la música, pero todos sabemos muy bien cómo se las gastan", dice refiriéndose a los talibanes Mirwais Namatullah, un hombre que antes tenía un taller de fabricación de rubabs, una especie de laúdes, y otros instrumentos musicales tradicionales de Afganistán. Ahora se dedica a vender fulares con una sábana extendida sobre la acera como si fuera un mantero. En los años noventa, durante su anterior régimen, los talibanes destruyeron sin contemplaciones todo tipo de instrumentos musicales y se ensañaron con cantantes y músicos, así que esta vez no ha hecho falta que digan ni hagan nada: tras llegar a Kabul, todos los cantantes y músicos se han esfumado. Han huido como han podido.
"¿Qué habría hecho usted? No podía dejar el taller abierto para que destrozaran todo lo que tenía", se justifica Namatullah. No es el único. De hecho en la calle no queda ni un solo taller de fabricación de instrumentos. Y esto que todos eran negocios con solera. Namatullah aprendió el oficio de su padre, pero es que su padre lo aprendió de su abuelo. Fabricaban rubabs desde hace más de un siglo. Los vendían en Afganistán, pero también en el extranjero, en países como Pakistán, el Reino Unido o Estados Unidos.
"¿Busca un músico?", pregunta otro hombre que se acerca cuando oye la conversación con el fabricante de rubabs. Lo pregunta susurrando, con una voz casi imperceptible, como si pretendiera vender droga u otro producto ilegal. Pero no, lo único que ofrece es música. Después de mirar a ambos lados y comprobar que no hay ninguna patrulla de los talibanes cerca, saca del bolsillo una tarjeta de visita con una fotografía donde se le ve sonriendo con traje y corbata tocando un órgano. Ahora, en cambio, lleva un turbante en la cabeza y viste el tradicional shalwar kamize, los pantalones bombachos y la camisa ancha típica de los musulmanes.
"Me he tenido que transformar", se justifica. Se llama Ahmad Jawed Shaidai y es cantante. Se ganaba la vida actuando en bodas y otras celebraciones, pero ahora todo esto también se ha acabado. "Los talibanes han prohibido las actuaciones en directo en las bodas, solo permiten música grabada". Esto en Kabul. En otras provincias del país, como Helmand, al sur, la música está completamente prohibida, sea en directo o grabada. Parece como si en la capital, que es donde se concentra la mayoría de la prensa internacional, tuvieran una cierta manga ancha. Sea como sea, las consecuencias son las mismas en todo el país: cantantes y músicos no pueden trabajar, se han quedado sin fuente de ingresos.
Y si no que se lo digan a Shergha Rubab Nawaz, que es uno de los pocos músicos y cantantes que quedan en Shor Bazar. Conserva su oficina en un edificio de dos plantas donde antes solo había estudios de música y ahora hay talleres de confección. Los locales se han transformado de la noche a la mañana. No tiene inconveniente en hacer una demostración y tocar el rubab para esta periodista pero, eso sí, tras asegurarse que las ventanas del estudio están bien cerradas y que nadie puede oír la música desde la calle.
"Nadie esperaba que los talibanes llegarían a Kabul tan deprisa", lamenta. Según dice, muchos músicos han emparedado sus instrumentos para evitar que los radicales los encuentren o se han ido del país. Él continúa en Kabul porque, asegura, no tiene más remedio: no dispone de dinero para huir; si lo tuviera lo haría. Como ya lo hicieron su padre y su tío en el pasado, que también eran músicos y se exiliaron a Pakistán en los años noventa cuando los talibanes llegaron al poder por primera vez.
En el mercado de Mina, en el centro de Kabul, cerca del río, tampoco quedan ya paradas de venta de CDs de música o de películas. "Los vendedores han quemado los CD o los han tirado al río", asegura Zabiul Haq, uno de los dos únicos comerciantes que todavía tiene alguno. Muy pocos. Ha cambiado el negocio de arriba a abajo y ahora vende auriculares y pequeños aparatos electrónicos.
La música también ha desaparecido de la televisión y de la radio. La única tímida melodía que se puede oír en Kabul es la que hacen sonar los vendedores de helados que recorren la ciudad empujando un carrito.