Elecciones en Brasil

Bolsonaro azuza al fantasma golpista

El presidente brasileño se empareja con el ejército en las celebraciones del bicentenario de la independencia

Joaquim Piera
y Joaquim Piera

São PauloJair Bolsonaro, presidente de Brasil y candidato a la reelección en los comicios del 2 de octubre, ha convertido este miércoles las celebraciones del Sete de Setembro, el día en que se conmemoran los doscientos años de la proclamación de la independencia de Portugal, en una jornada negra de amenaza implícita de un golpe de estado.

El gobierno de extrema derecha, siguiendo la estrategia de dinamitar el sistema desde dentro, ha fusionado en un mismo espacio físico los actos institucionales de estado, como las dos principales desfiles militares en Brasilia, la capital, y en Río de Janeiro, con comicios de campaña de Bolsonaro, que intenta recortar la ventaja de la que ahora dispone el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva (un 44% de intenciones de voto por un 33% del actual dirigente).

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Como ya había hecho en 2021, se ha repetido la escenografía de vincular las fuerzas armadas, que son uno de los pilares del ejecutivo junto a los terratenientes y los evangélicos, con miles de ultras enardecidos, mucho de ellos vestidos con la camiseta verdeamarela de la selección de fútbol y con carteles y eslóganes en los que se pide la intervención militar para “restablecer el orden”.

La ausencia de los jefes del legislativo (el presidente del Congreso, Arthur Lira, y del Senado, Rodrigo Pacheco) y del poder judicial (no estaba el presidente del Supremo Tribunal Federal, Luiz Fux) en la tribuna principal del desfile en Brasilia –donde sí que ha sacado la cabeza uno de los empresarios bolsonaristas investigado por promover un golpe de estado– ha reflejado la anomalía democrática de la jornada, que ha empezado con una amenaza de Bolsonaro. “La historia se puede repetir: el bien siempre gana al mal”, ha dicho en referencia al golpe militar de 1964, que derivó en una dictadura hasta 1985.

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Temiendo un intento de invasión en el Congreso y en el Supremo –siguiendo el patrón de lo que protagonizaron los seguidores de Donald Trump en el Capitolio en enero de 2021–, se han reforzado las medidas de seguridad en la capital. Ha habido cacheos a los manifestantes en la Explanada de los Ministerios, puesto que podrían llevar armas de fuego; se han colocado bloques de hormigón delante de edificios del Legislativo y el Judicial, y se ha prohibido la circulación de camiones de los ultras en la zona para que no los usaran de ariete en caso de invasión.

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Los ministros, escondidos

El clima de animadversión que Bolsonaro promueve hacia el Supremo, a quien acusa de partidismo y de boicotear su gobierno, hizo que sus ministros tuvieran que abandonar Brasilia a principios de semana. Durante la jornada festiva de este miércoles, cada uno de ellos ha estado en un emplazamiento desconocido, puesto que se han convertido en blancos de la extrema derecha.

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Bolsonaro, como es habitual, ha rehuido cualquier discurso institucional para dirigirse solo a los seguidores que comulgan con todo el ideario: les ha pedido que se movilicen el día de las elecciones: “Para seguir la misión que Dios me encargó”, ha dicho.

Como era de esperar, ha usado toda la retahíla de provocaciones y exabruptos que rellenan el discurso de odio, con un lenguaje simplista que se transforma después en munición en las redes sociales. La novedad, sin embargo, ha llegado cuando, en un tono del todo chapucero y machista, ha afirmado que no se podía comparar (en referencia a la belleza) a su mujer, la primera dama Michelle Bolsonaro, a quien utiliza como cebo del voto evangélico, con la esposa de Lula da Silva, la socióloga Janja da Silva. Según el presidente, este es el motivo por el cual no sufre disfunción eréctil. El delirio ha seguido con el propio Bolsonaro –que minutos antes había sido junto al presidente de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa– y el público aclamando consignas que enaltecían su masculinidad y fogosidad.

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El presidente, posteriormente, se ha desplazado a Río de Janeiro, donde empezó su carrera política a finales de los 80. La parada militar ha cambiado el emplazamiento tradicional del centro de la ciudad por la playa de Copacabana, reconocido punto de encuentro de los seguidores de Bolsonaro desde hace cuatro años. La capital carioca ha vivido unas horas de muchísima tensión, puesto que ha reunido tres eventos multitudinarios: una nueva jornada del festival Rock in Rio, donde público joven venido de todo el país hace días que expresa la animadversión contra Bolsonaro; el partido de fútbol de la Copa Libertadores en Maracanà entre el Flamengo y el Vélez Sarsfield argentino, y la extrema derecha enardecida campante por toda la ciudad sin freno.

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La izquierda, arrinconada

El Partido de los Trabajadores de Lula da Silva y las formaciones de izquierdas ya habían desconvocado cualquier concentración porque, con los ultras desatados, han querido evitar que las calles se transformaran en una batalla campal. Los movimientos sociales, como Grito das Excluídas e dos Excluídos, entre los cuales está el MST (Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra), sin embargo, han repartido 5.000 almuerzos a los sintechos en el centro paulistano y más de 3.000 kits de alimentos. Eso sí, a kilómetros de distancia de los bolsonaristas.

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La polarización que marca la vida política brasileña se ha trasladado a las redes sociales, que Bolsonaro dominó a las presidenciales de 2018, pero que ahora la izquierda, con Lula da Silva como salvador de la patria, ha sabido contrarrestar. Bolsonaro se ha salido con el propósito de apropiarse el festivo de la independencia, como ya había hecho con la bandera del país y con la camiseta de la selección de fútbol, ahora símbolos asociados con la extrema derecha. “Los 200 años de la independencia tendría que ser un día de amor y de unión. Desafortunadamente, no es lo que pasa hoy. Tengo fe en que Brasil reconquistará la bandera, la soberanía y la democracia”, ha prometido Lula en un tuit escrito en reclusión voluntaria.