China

El cristianismo y China: una historia complicada

Varias personas se sientan frente a la iglesia católica de San José, en Pekín, tras conocerse la muerte del papa Francisco.
Analista de Relacions Internacionals
2 min

En 1601, el jesuita Matteo Ricci fue invitado a la Ciudad Prohibida de Pekín. No era fácil distinguirlo de los chinos: iba vestido al modo confuciano, dominaba ampliamente el idioma chino y había aprendido los rituales y costumbres de la corte imperial. El objetivo de camuflarse entre las élites letradas era convertir a China al catolicismo. Pero fracasó. A los chinos les asustaba la figura de Cristo crucificado y torturado, que veían como una especie de magia negra –la Virgen María, parecida a la diosa budista Guan Yin, les atraía mucho más–. Tampoco el Vaticano aprobaba la vía sincrética y adaptativa por la que apostaba Ricci.

En los siglos siguientes, el cristianismo se fue extendiendo por China mediante misioneros, de la mano de las potencias imperiales europeas. La mayoría eran protestantes y evangélicos. La visión de los chinos hacia estos misioneros era ambivalente: llevaban educación moderna y medicina avanzada, pero al mismo tiempo –en numerosos casos– despreciaban la cultura local y recibían el apoyo de las potencias occidentales que habían semicolonizado a China. A principios del siglo XX, un violento movimiento popular antiextranjero y anticolonial, los Bóxers, mató a misioneros y extranjeros sin piedad, para luego ser masacrado por las tropas imperiales europeas en China.

La etapa republicana china fue un momento en el que se podría haber creado un cristianismo con características chinas. Sun Yat-sen, padre de la patria tanto para nacionalistas como para comunistas chinos, era cristiano. El líder nacionalista Chiang Kai-shek también lo era, aunque con una suerte de sincretismo confuciano. Intelectuales como James Yen o Lin Yutang también tenían raíces cristianas, que mezclaron con tradiciones y pensamiento chino.

Después de la etapa oscura que supuso para todas las religiones el maoísmo y la Revolución Cultural, el movimiento cristiano ha tenido un renacimiento en China, como parte de un creciente interés espiritual en una sociedad materialista y de consumo. Según datos oficiales, en China hay alrededor de 44 millones de cristianos. La mayoría son protestantes, pero el catolicismo (unos 6 millones) tiene mayor tirada entre la juventud y el mundo urbano.

El gobierno chino percibe con suspicacia las religiones "extranjeras" como el cristianismo o el islam, en contraste con las "nativas" como el budismo o el taoísmo. Sin embargo, el Partido Comunista ve con mejores ojos el catolicismo que el protestantismo. La estructura descentralizada del protestantismo hace que hayan aparecido muchos más pastores chinos disidentes con mensajes antigobierno. En cambio, la autoridad del Vaticano hace que las relaciones con los católicos sean más predecibles y estructuradas. El difunto papa Francisco, de hecho, había logrado llegar a un acuerdo para nombrar obispos de forma conjunta con Pekín y facilitar la existencia de la Iglesia católica en China. La vía de Francisco había sido el diálogo para llegar a acuerdos con el Partido Comunista, en un contexto de tensiones entre Estados Unidos y China en el que la geopolítica remaba –y rema– en la dirección contraria.

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