Guerra Fría 2.0 en Europa: antes el comunismo, ahora China

Nueva York. Una mujer con un vestido negro sube al escenario. Políticos, empresarios y las élites de la política exterior de Washington aplauden. Con una gran sonrisa, el magnate Elon Musk le da un trofeo. Es el Global Citizen Award del think tank Atlantic Council. El premio se entrega a figuras internacionales que representan los valores transatlánticos, de defensa de la OTAN y del orden mundial liderado por Washington. También, en principio, los promotores del modelo de democracia liberal. La mujer del vestido negro, la “ciudadana global” y promotora del atlantismo de este año, es la primera ministra italiana, Giorgia Meloni.

El Atlantic Council no es una rama del ejecutivo americano. Es un think tank independiente donde existen tanto republicanos como demócratas. Pero sus acciones son un indicador simbólico de cuáles son los vientos que corren actualmente en Washington. Giorgia Meloni, la gran representante de la extrema derecha en Europa –con permiso de Viktor Orbán–, nombrada “ciudadana global” y ejemplo del atlantismo del momento. Giorgia Meloni, la presidenta que ha retirado a Italia de la iniciativa china de la Nueva Ruta de la Seda. Giorgia Meloni, la malabarista que ha logrado que ser de extrema derecha en política interior sea un mal menor si se es anti-Rusia y pro-OTAN en política exterior.

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El sur de Europa es un territorio en el que Estados Unidos ha encontrado hombres –y ahora mujeres– duros que le ayudan a avanzar en su agenda geopolítica. Durante los años 50 y 60, apoyaron a los regímenes dictatoriales de la España de Franco, del Portugal de Salazar y de la Grecia de los coroneles en plena Guerra Fría, en los que la batalla contra el comunismo era más importante que la batalla por la democracia.

La caída del Muro de Berlín supuso un paréntesis liberal: Europa vivió una ola democratizadora y, en el resto del mundo, la ausencia de un gran rival geopolítico hizo que Washington se centrara en su agenda de “promoción democrática”, ya fuera en la versión internacionalista liberal de Clinton o en la neoconservadora de Bush.

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Pero donde antes estaba la URSS, ahora está China. Lo vemos a escala mundial: Washington está apoyando a regímenes autoritarios como Vietnam, Arabia Saudí o Egipto, o iliberales, como India o Israel, con el objetivo de seguir siendo la gran potencia hegemónica y contener la influencia creciente de Pekín en regiones como el Indopacífico u Oriente Próximo. La Unión Europea, pese a la retórica de amistad transatlántica, no es una región ajena a esta dinámica. El crecimiento de la extrema derecha europea, para Washington, es una preocupación secundaria comparada con la competición con China. Ser de extrema derecha es un pecado menor que se puede perdonar rápidamente tomando una posición abiertamente atlantista. En Hanoi, Nueva Delhi, El Cairo o Roma la democracia queda en segundo lugar, como en los viejos tiempos de la Guerra Fría.