Burkina Faso, un polvorín en el Sahel

La presencia de grupos yihadistas ha crecido mucho durante los últimos años en el país africano

BarcelonaEl asesinato del periodista navarro David Beriain y del vasco Roberto Fraile mientras grababan un documental sobre la caza furtiva en Burkina Faso, todavía no reivindicado por ningún grupo, es un ejemplo más de la situación de inseguridad en el Sahel, que se ha deteriorado en los últimos años por la presencia de grupos yihadistas, pero también por la respuesta militar de los gobiernos y las potencias regionales e internacionales. La zona se ha convertido en un polvorín, con un elevado coste para las poblaciones civiles.

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"Tenemos que ser prudentes a la hora de atribuir este asesinato a un grupo terrorista, como afirma el gobierno burkinés, porque hace tiempo que los gobiernos de la región califican de terroristas a todos los grupos armados", explica Oriol Puig, investigador del Cidob. "Estaban haciendo un reportaje sobre la caza furtiva y es importante saber que los servicios forestales están muy mal vistos por las poblaciones locales porque protagonizan abusos, persecuciones y agravios históricos en el acceso a los recursos para las diferentes comunidades", añade.

El ascenso del yihadismo

Burkina Faso se había escapado de la violencia yihadista durante los 37 años del régimen de Blaise Compaoré, que mantuvo una política en connivencia con los grupos armados y que cayó en 2014 después de una revuelta que desembocó en un golpe de estado. A la situación interna se añadió el año siguiente el impacto de la guerra en la vecina Mali, en una región en la que los equilibrios son tan delicados que el movimiento de una pieza siempre tiene olas expansivas. Fue lo que pasó después de la caída de Muamar el Gadafi en Libia. Los grupos independentistas tuaregs que habían trabajado al servicio de Gadafi volvieron a Malí y se desencadenó una guerra. En el contexto de caos los grupos yihadistas se hicieron fuertes y quedaron al margen de los acuerdos de paz de 2015. Y desde entonces la situación no ha dejado de podrirse. "Después de la intervención de la OTAN en Libia y la caída de Gadafi, se provocó un tsunami que desestabilizó toda la región, como había advertido la Unión Africana. Desde entonces cada año aumenta el número de muertos", apunta Ivan Navarro, investigador de la Escola de Cultura de Pau de la UAB.

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Según el Centro de Estudios Estratégicos de África, el 2020 fue el año más mortífero de los grupos yihadistas en el Sahel, que habrían provocado unos 4.250 muertos, cosa que significa un aumento del 60% en relación con el 2019. Detrás de este incremento hay dos coaliciones: el Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM), que incluye la rama local de Al-Qaeda, y el Estado Islámico de la Provincia de África Occidental (ISGS), que ha jurado lealtad al Daesh. Puig alerta, sin embargo, de que a menudo "estas categorías son sobre todo un instrumento de propaganda de los grupos armados y que en la práctica sus conexiones internacionales son escasas".

Contra estos grupos ha habido operaciones internacionales de Francia (que tiene desplegados unos 5.000 soldados en la región con la operación Barkhane) y también del denominado G-5, que integran Malí, Níger, el Chad, Burkina Faso y Mauritania. "Pero la estrategia de guerra y lucha antiterrorista en la región de los gobiernos y las potencias internacionales como Francia está teniendo unos resultados cuestionables", alerta Navarro. "Se ha llegado a una situación muy complicada de guerra en todos los frentes: el Parlamento burkinés aprobó el año pasado una ley de defensa civil que permite armar y entrenar a milicias civiles para combatir la insurgencia. Se ha creado una red de milicias civiles que ha extendido la guerra a las comunidades", añade. El Observatorio por la Democracia y los Derechos Humanos de Burkina Faso señaló en junio que las fuerzas armadas del país han sido responsables de la muerte de 588 civiles.