Las dos caras del islam en Indonesia
El presidente Joko Widodo impulsa medidas para frenar el creciente fundamentalismo
BarcelonaEs el país con más musulmanes del mundo, y el islam juega un papel crucial en la vida social y política de Indonesia. El rol de la religión es el eje que más polariza el país asiático. Los moderados, desde el poder, defienden una visión pluralista e integradora que proteja las creencias y costumbres de las minorías. Es el islam Nusantara, una noción propia del archipiélago, desarrollada desde que el islam arraigó pacíficamente en el siglo XIV. La organización islámica con más seguidores, Nahdlatul Ulama (NU), es una de las grandes defensoras. “Es un islam capaz de adaptarse a la cultura local de Indonesia. Cuando alguien se convierte, no tiene por qué eliminar su cultura como javanés, batak o minang”, nos explica Ahmad Nurcholish, miembro de NU y subdirector de la Conferencia Indonesia por la Paz y la Religión. No obstante, los posicionamientos más radicales, que buscan implantar un estado islámico, están ganando peso en el archipiélago, con la misma fuerza que crecen la violencia y la discriminación por motivos religiosos. Se presentan como el islam modernista, opuesto al tradicional Nusantara, y son responsables de las decenas de ataques terroristas que ha vivido el país a lo largo de este siglo.
La situación más alarmante la encontramos en la provincia de Aceh, al noroeste del país, donde más de cinco millones de habitantes son sometidos a la sharía desde que en 2001, después de 30 años de rebelión armada independentista, el gobierno central concedió más autogobierno a la región. En enero hicieron la vuelta al mundo las imágenes del castigo impuesto a dos hombres por haber mantenido relaciones sexuales: 77 latigazos en público y tres meses de prisión. Una práctica habitual en Aceh, donde entre otras medidas de “orden público”, se sancionan las mujeres que no llevan hiyab, las relaciones extramatrimoniales, el adulterio, el consumo de alcohol o el juego .
Los vigilantes, una especie de cuerpo policial de la sharía, recorren la provincia buscando aquellos que infringen la ley para impartir un castigo ejemplar. Es el único lugar donde se practica íntegramente la ley islámica, pero la discriminación a las minorías se está extendiendo más allá, y algunos se preguntan si en los próximos años llegará a aplicarse en todo el archipiélago.
Cerca de un 87% de los 267 millones de habitantes de Indonesia son musulmanes. La Constitución garantiza la libertad de culto y reconoce oficialmente seis religiones (islámica, protestante, católica, hindú, budista y confucianista). En la práctica, pero, las minorías tienen cada vez más dificultades para ejercerla. “El islam en Indonesia históricamente ha sido menos ortodoxo que el practicado en Oriente Medio”, dice Javier Gil Pérez, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Pontificia de Comillas, “esto está cambiando: desde el inicio del periodo democrático, en 1999, existe una oleada de intolerancia en el país”.
Contra los extremismos
El presidente de Indonesia, Joko Widodo, se ha marcado el objetivo de combatir las imposiciones de los extremistas. El 2019 fue reelegido para liderar el país en su segundo mandato. Durante el primero, estuvo condicionado por la presión de agrupaciones islamistas, militares y partidos. “No fue suficientemente fuerte en la defensa de las minorías ante ataques flagrantes de musulmanes radicales”, señala Gil. Pero ahora, sin aspiraciones electorales, está aplicando medidas más valientes. El 30 de diciembre prohibió la organización fundamentalista más influyente al país, el grupo Frente de los Defensores del Islam (FPI). Y después de años de inacción ante el creciente número de escuelas que obligaban las alumnas a llevar el hiyab, el 3 de febrero prohibió estas prácticas. En cambio, otras medidas, como la prohibición del partido islamista Hizbut Tahrir, son vistas por algunos como un ataque a la libertad de expresión. “Es lo que denominamos pluralismo represivo -explica Nurina Satrivi, portavoz de Amnistía Internacional para Indonesia-, la rigidez ideológica del Estado puede amenazar los derechos humanos eliminando la oposición al islam Nusantara”.
“Bhinneka Tunggal Ika”, dice un antiguo poema javanés inscrito en el escudo de Indonesia. Significa “Unidad en la diversidad” y representa el espíritu de un país de 17.508 islas. Aun así, se ha hecho grande la minoría de fundamentalistas que se oponen, por motivos que se retroalimentan: la incapacidad de erradicar la pobreza, el discurso populista de las élites, los desastres naturales y el odio a las redes sociales. No se puede obviar la influencia de Arabia Saudita, que ha estado décadas exportando el islamismo salafista a Indonesia. Ha pagado la escuela y la universidad a miles de estudiantes, ha ayudado a reconstruir regiones devastadas por tsunamis y terremotos, y, especialmente, ha financiado universidades privadas, como la de Lipia, donde se han formado los fundamentalistas más influyentes, como Rizieq Shihab.
“Los profanadores del Corán deben ser castigados. Tenemos que rechazar a los líderes infieles”, espetó el clérigo Shihab en 2016 en la protesta islamista con más asistentes de la historia de Indonesia. Exigía la condena por blasfemia del gobernador de Yakarta -de la doble minoría china y cristiana-, que finalmente tuvo que cumplir dos años de prisión. Su delito: haber dicho durante la campaña electoral, citando un verso del Corán, que la población no debería votar un candidato basándose en las creencias religiosas. “Como musulmán, no estoy de acuerdo con que sea blasfemia -dice Nuscholish-. Considero que lo que dijo es verdad: que demasiada gente está siendo engañada por las seducciones de los políticos que se entregan a los versos de los libros sagrados”.