La carrera contra el tiempo del 'Open Arms'
El barco de la ONG badalonesa rescata a 219 personas en tres salvamentos en una semana
A bord de la 'Open Arms'Las tripulaciones de los barcos pesqueros de bandera tunecina asistían al espectáculo con curiosidad y fascinación. Una lancha rápida con tres personas a bordo se acercaba a la barcaza y empezaba a repartir chalecos de seguridad y mascarillas antes de avisar por radio a la Open Arms, que ponía rumbo inmediato a la localización para facilitar el rescate. Después de tranquilizar a los pasajeros, que gritaban intentando hacerse oír entre las olas, esperaban que el barco de la ONG se acercara para proceder a embarcarlos, cuidadosamente y uno por uno, primero en las lanchas y después en la cubierta del barco, donde una decena de marineros y voluntarios equipados con EPIs les identificaban, les asignaban un número y les daban agua, alimentos y una manta. Y así, tres veces en tres días, tres operaciones que salvaron de un naufragio probable a 219 personas, oscurecidas por decenas de avisos de embarcaciones en peligro que no tuvieron tanta suerte porque nunca fueron encontradas o porque los guardacostas libios se avanzaron para retornar a sus tripulantes a su punto de salida.
Encontrar una barcaza en medio del Mediterráneo no solo es un trabajo titánico a cargo de un puñado de personas obstinadas a impedir que la fosa común marina de Europa continúe tragándose vidas. También es una carrera a contrarreloj y un pulso continuo en las trabas inventadas por los gobiernos europeos, que en lugar de auxiliar o como mínimo cruzarse de brazos, obstaculizan el salvamento de vidas contraviniendo las leyes internacionales. Amenazas de multas estratosféricas (900.000 euros), impedimentos legales, controles diseñados para paralizar los rescates, negativas a ofrecer auxilio a pesar de que los naufragios suceden en aguas bajo responsabilidad europea e incluso misteriosos apagones de los GPS en medio de los rescates arrastran a una tripulación que esquiva las trampas con puro ingenio.
Tres rescates
El último fin de semana de marzo, el Open Arms no había pasado ni 24 horas en la zona SAR 1 del Mediterráneo central, aguas internacionales de tránsito entre el norte de África y Europa bajo responsabilidad de Malta e Italia, cuando se recibieron los primeros avisos. Dos provenían de una distancia excesiva, y antes de que pudiera llegar los libios ya habían intervenido. El tercero hablaba de una barcaza de madera con 38 personas a bordo que se estaría quedando sin agua potable según la llamada recibida por AlarmPhone, una ONG a cargo de una línea telefónica dedicada a atender llamamientos de auxilio, informar a la UE y, ante la desidia del organismo, a las ONG. Las dos lanchas rápidas se pusieron en marcha rumbo a las últimas coordenadas que había comunicado la barca, pero era imposible encontrarla en la inmensidad del mar. Solo con la ayuda de las lanchas rápidas de Sea Watch, otra ONG imprescindible en alta mar, se consiguió encontrar el minúsculo punto azul que, a medida que se acortaban las millas, se transformó en una embarcación de madera con 38 personas a bordo, entre las que había 14 niños de hasta 10 años, 7 mujeres y 17 hombres. El más pequeño era un bebé de solo cuatro meses que viajaba en los brazos de su madre, acompañado por su padre y cinco hermanos. Una guardería de niños aterrados y confundidos que fue trasladada con cuidado a la cubierta del barco, mojados de orina y agua salada y con los abrigos llenos de vómito, rodeados de los temblorosos adultos que repetían entre dientes “Alhamdulillah, Alhamdulillah”(Alabado sea Alá).
Las familias pasaron dos noches sin más compañía que los voluntarios del Open Arms. Domingo, una docena de avisos y varias salidas de las lanchas se cerraron en falso. Una de las embarcaciones fue localizada demasiado tarde, volcada entre un fuerte olor de combustible, en medio de objetos personales, bolsas con restos de comida, botellas de agua y sandalias flotante en las inmediaciones, cerca de las plataformas petrolíferas de Bouri, operadas por la multinacional italiana ENI. Las enormes llamaradas que brotan de las instalaciones sirven de cebo para los tripulantes de las barcazas, que, engañados por las mafias, se dirigen tomándolas por luces de la costa europea. El resto fueron interceptadas por los libios antes de que los socorristas del Open Arms pudieran llegar a su posición. En al menos uno de los casos la devolución en caliente fue forzada por las autoridades maltesas, que ordenaron al barco petrolero Saint George –de bandera liberiana y fondeado cerca de las plataformas– que vigilara la barcaza en peligro hasta que llegaran los guardacostas de Libia y deportaran a los que viajaban en ella, a pesar de encontrarse ya en zona SAR.
Sin embargo, lunes dos de los avisos se tradujeron en rescates: dos embarcaciones de madera con 84 y 97 personas a bordo, entre las que había 41 menores no acompañados y cinco mujeres, dos de ellas embarazadas, de nacionalidades tan dispares como Etiopía, Bangladesh, Argelia, Marruecos, Sudán o Egipto, fueron rescatadas. Otras dos barcas de madera fueron localizadas, pero sus tripulantes rechazaron ser asistidos, porque disponían de agua y combustible suficiente para llegar a la costa por sus propios medios, por lo que la ONG se limitó a repartir chalecos salvavidas, escoltarles y avisar a la Guardia Costera italiana para impedir que naufragaran, dada la precariedad de la embarcación y el hacinamiento a bordo.
Gritos de auxilio ignorados
Cuando el Open Arms, el Ocean Viking, el Sea Watch y el Alan Kurdi no navegan por las trabas burocráticas con que los gobiernos europeos frenan las salidas, las opciones de los náufragos son prácticamente nulas. Malta llegó hace un año a un acuerdo con Libia (como había hecho antes Grecia con Turquía) para que los guardacostas libios devuelvan las barcazas que llegan a su zona de supervisión y rescate marítimo. Si no se encargan de ello los libios, sencillamente ignoran los gritos de auxilio de las ONG y dejan que los náufragos se ahoguen en el mar, lo mismo que hace Italia, en un flagrante caso de omisión de auxilio coordinado e institucionalizado por parte de los estados europeos. Cuando el Open Arms puso rumbo al puerto de Pozzallo, en Sicilia, para desembarcar a los refugiados, se recibieron decenas de llamadas de auxilio que no fueron atendidas por las autoridades europeas. Ningún otro barco de rescate estaba operativo. AlarmPhone notificó que como mínimo 270 personas quedaron a la deriva a bordo de tres barcazas más, sin ningún otro destino que el fondo del Mediterráneo.