CRISI POLÍTICA ALS EUA

La deriva conspiranoica de Trump rompe el Partido Republicano

Las divisiones eran palpables mucho antes de que las hordas de Trump campasen descontroladas por las cámaras legislativas del país

Núria Ferragutcasas
y Núria Ferragutcasas

WashingtonLos norteamericanos recordarán el asalto del miércoles al Capitolio de los Estados Unidos por parte de partidarios de Donald Trump para evitar la confirmación de la victoria electoral del demócrata Joe Biden como un día infame, una mancha vergonzosa en su democracia “excepcional”. Las acciones de la turba trumpista no pueden ni serán ignoradas, puesto que supusieron una insurrección fallida instigada por el presidente saliente norteamericano y permitida por años de omisión y connivencia del Partido Republicano.

La deriva conspiranoica de Trump en sus últimos días de gobierno, con sus constantes acusaciones de fraude electoral infundadas, desacreditadas por los estados y rechazadas por los tribunales, han acabado rompiendo el Partido Republicano. Las divisiones eran palpables mucho antes de que las hordas de Trump campasen descontroladas por las cámaras legislativas del país y tendrán consecuencias duraderas para el futuro del partido y su liderazgo.

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De hecho, el todavía líder del Senado, el republicano Mitch McConnell, antes de que la sesión fuera suspendida por los disturbios, hizo un discurso muy duro en el que criticó el intento tanto del presidente como de algunos legisladores de su propio partido de revocar el resultado de las elecciones presidenciales. “Los votantes, los tribunales y los estados han hablado. Si los desautorizamos, dañaremos nuestra república. Si estas elecciones se revocan por meras acusaciones del bando perdedor, nuestra democracia entrará en una espiral de muerte”. Sus contundentes palabras, sin embargo, llegaron tarde.

Una ultraderecha fiel a Trump

Durante los últimos dos meses, la gran mayoría de los legisladores republicanos no tan solo se negaron a reconocer la victoria de Biden, sino que alimentaron las mentiras de fraude electoral escupidas por Trump un día sí y otro también desde su cuenta de Twitter y en plena tercera oleada de covid-19. Algunos lo hicieron para mostrar su lealtad al presidente o para evitar su ira. Otros, como la élite republicana encabezada por McConnell, lo hicieron por cálculos políticos, puesto que el pasado martes se jugaban -y perdieron- la mayoría en el Senado en las dos elecciones celebradas en Georgia. Muchos de ellos, sin embargo, reconocían en voz queda o abiertamente la derrota.

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Solo los legisladores de una facción más fanática, con seguidores de QAnon -la teoría de la conspiración pro Trump- entre sus filas, y que tiene raíces en el movimiento ultraderechista Tea Party, surgido en 2009, creen, o así lo declaran, que la elección presidencial fue manipulada. Tienen una gran fuerza entre las bases conservadoras y republicanas, y son las más fieles a Trump. Su culto a la personalidad del presidente ha debilitado el establishment del Partido Republicano, que mientras se mantenía en el poder optó por ignorar la demagogia de Trump y sus ataques a los principios tradicionales del partido, como el libre comercio o el intervencionismo militar, o a los valores democráticos (un 39% de los norteamericanos, por ejemplo, creen que hubo fraude electoral en las últimas elecciones).

Más de 100 legisladores republicanos en la cámara baja y media docena en el Senado apoyaron un intento de eliminar el recuento de votos de ciertos estados en conflicto, incluso después de los actos de insurrección de los seguidores de Trump. El senador de Texas Ted Cruz, uno de los favoritos del movimiento Tea Party y que se perfila para repetir como candidato presidencial en 2024, fue uno de los promotores principales de esta iniciativa. Tanto él como el senador de Missouri Josh Hawley se han posicionado como seguidores del ala trumpista del partido. Una jugada que les puede salir bien si Trump mantiene su gran influencia dentro de la formación y decide, finalmente, no presentarse otra vez dentro de cuatro años.

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El giro de Pence

En el otro lado del tablero se sitúa el vicepresidente, Mike Pence, que también tiene ambiciones presidenciales. Pence, criticado durante estos años por ser fiel como un perro al presidente, decidió el jueves de madrugada romper con él. Trump le pedía evitar la confirmación del triunfo de Biden, pero él optó por seguir el mandato constitucional que le impide reclamar autoridad unilateral para determinar qué votos electorales de los estados se pueden aceptar. Y subrayó que su papel era sobre todo ceremonial.

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Pence, pues, se encontraba entre la espada y la pared. No tenía ninguna otra opción y seguramente en los próximos días y semanas recibirá la furia y la rabia no solo de Trump sino también de sus bases. Pero también se puede erigir en el candidato conservador capaz de unir el partido, si el trumpismo acaba perdiendo fuelle.

Trump se apresuró poco después del final de la votación a comprometerse a una transición pacífica, consciente de que la insurrección fallida de sus seguidores le puede restar poder e influencia en el partido. Durante los próximos meses veremos cómo los republicanos y sus bases encaran un mundo sin Trump en la Casa Blanca y si el trumpismo acaba tragándose al partido.