Los desechos electrónicos de Occidente intoxican a niños en África
La mayoría van a parar a vertederos donde trabajan niños y niñas, que respiran gases tóxicos y comen alimentos contaminados
BarcelonaHace menos de un año, la policía desalojó –con gases lacrimógenos y balas de goma– el vertedero de desechos electrónicos más grande del mundo. Estaba en la capital de Ghana, Accra. Las excavadoras desmantelaron las montañas de aparatos electrónicos inservibles y allanaron el terreno. El vertedero de Agbogbloshie, que recibía el nombre de este barrio de Accra, se había convertido en un monumento mundial a la ignominia, después de intensas campañas de denuncia internacional sobre la contaminación que los residuos electrónicos de Occidente generan en aquel y otros países del África. El gobierno de Accra quiso coger la sartén por el mango y clausuró el vertedero. Pero desgraciadamente no ha cambiado nada.
“Lo que ha pasado es que los residuos electrónicos se han trasladado a decenas de pequeños vertederos esparcidos por la capital y otros lugares del país. Y los cargamentos ilegales siguen llegando: entre 600 y 800 contenedores llenos de residuos electrónicos desembarcan cada mes en los puertos de Ghana”, explica Mike Anane, activista ghanés galardonado por el programa medioambiental de la ONU que pasó por Barcelona invitado por la campaña Ciudades Defensoras de los Derechos Humanos. “En la época navideña hay un pico de un millar de contenedores en nuestros puertos, porque todo el mundo regala móviles o electrodomésticos en Occidente y se tiran los viejos”, afirma.
La Convención de Basilea prohíbe estas exportaciones de residuos tóxicos. Pero los aparatos viajan etiquetados como material de segunda mano. “En realidad solo un 20% todavía funciona, el 80% va directo al vertedero, pero incluso los que funcionan tienen una vida máxima de meses y también acabarán en la basura”, asegura Anane.
En los vertederos de residuos electrónicos de Ghana, ahora esparcidos por todo el país, trabajan más de 40.000 personas, entre ellas niños y niñas a partir de 7 años que queman los desechos para extraer los metales que contienen. Con los materiales que consiguen “ganan menos de un dólar, no hacen mucho dinero, y es a expensas de su salud: tienen dolores de cabeza, quemaduras, problemas para dormir”, relata Anane, que lleva 20 años denunciando el problema que estos desechos tóxicos generan en su ciudad. El activista ha llevado a cabo estudios que han encontrado metales pesados en la sangre de las personas que trabajan en estos vertederos.
Pero la contaminación no se reduce a quienes trabajan allí. Mucha gente vive cerca o directamente en el terreno de estos vertederos y allí crían animales para comer. Un estudio científico publicado este jueves concluye que los huevos de gallina que comen las familias que viven en el vertedero de Agbogbloshie “contienen un nivel de dioxinas 264 veces superiores al límite máximo permitido en Europa”, explica por teléfono el autor del estudio, el doctor Jindrich Petrlik, de la organización medioambiental Arnika. “Un niño de tres años que come uno de estos huevos ingiere una cantidad de dioxinas equivalente al máximo tolerable durante cinco años”, añade. Con un solo huevo.
Dioxinas que producen cáncer
Estas dioxinas son “subproductos involuntarios” que se generan con la quema o el tratamiento del plástico, el cobre y otros materiales que contienen los desechos electrónicos, explica. Son sustancias que, en niveles tan altos como los detectados en todos los lugares donde se hizo el estudio, “afectan el desarrollo del sistema neurológico, generan alteraciones del sistema hormonal y pueden provocar cáncer”, asegura el investigador checo.
“Los niveles de toxicidad que encontramos en Agbogbloshie –las muestras se tomaron en diciembre del 2018– eran realmente escandalosos, los más altos de todos los lugares que analizamos”, dice, que incluyen vertederos, incineradoras y plantas de reciclaje de residuos electrónicos en Ghana, Kenia, Camerún, Indonesia, Filipinas y Tailandia. En todos ellos, sin embargo, encontraron niveles superiores en los permitidos.
Y es que África es el continente que más desechos electrónicos importa en relación a los que produce, pero el sudeste asiático también recibe muchos y se generan problemas de contaminación similares. En este caso los residuos provienen principalmente otros países de Asia, el continente que más produce, pero también llegan desde Europa, según datos del informe Flujos transfronterizos de residuos electrónicos publicado el pasado viernes por el Instituto de Investigación y Formación de la ONU (Unitar).
Un 10% cruza fronteras
Cada año se producen globalmente 53,6 millones de toneladas (Mt) de residuos electrónicos, de los cuales solo un 17% se trata de manera adecuada. ¿Qué pasa con el resto? “No se sabe. La mayoría quedan abandonados en las casas o van a parar al contenedor de resto y se separan en partes. Y quizás de una aspiradora que pesaba 10 kilos solo un kilo se recicla de manera apropiada, y el resto se pierde”, explica Ruediger Kuehr, uno de los autores del estudio y jefe de la oficina de Bonn de Unitar, que cada dos años elabora el Global E-waste Monitor.
Un 10% de los desechos generados (5,1 Mt) se meten en contenedores de barco y atraviesan fronteras, la mayoría (3,1millones de toneladas) de forma ilegal, que normalmente quiere significa como aparatos que funcionan. “Puede parecer poco, pero 5 millones de toneladas es muchísimo, son cinco veces los aparatos que Alemania pone cada año en el mercado”, apunta Kuehr. En estos envíos hay “una cadena muy larga de actores”, explica, y “el modelo de negocio es básicamente el de gente que las compra a precios bajos porque, por ejemplo, los móviles que todavía funcionan los podrán vender a 10 euros en África, y por los que no funcionan sacarán menos, quizás 50 céntimos, pero ya suma”, dice. Estos negocios de importación y exportación de residuos electrónicos, presentes en muchos de los grandes puertos europeos, dice Kuehr, sacan provecho de la incapacidad de muchos gobiernos europeos de hacer cumplir sus propias leyes.
Los productores de aparatos electrónicos pagan una cuota por el “principio de responsabilidad extendida” que tienen sobre aquello que ponen en el mercado –y que a menudo tienen una obsolescencia programada–, pero esto quiere decir que “dan un dinero y se olvidan”, explica el analista. El encargado de hacer el seguimiento, pues, es la autoridad pública, pero “no hay suficiente personal para revisar todos los contenedores que salen y si revisan uno miran solo la parte de arriba, pero los desechos están al fondo”, relata. Listos para llegar a Ghana, donde acabarán contaminando la comida de las criaturas.