Dnipró, refugio y puerta de fuga del Donbás antes de que se endurezca la ofensiva rusa

La ciudad acoge decenas de miles de desplazados internos

Dnipró (Ucrania)Este viejo hotel soviético es como un microcosmo de la Ucrania actual. Mujeres, niños y gente mayor cargados de maletas que han huido de las regiones del este y el centro del país han encontrado aquí un lugar donde refugiarse. Desde el inicio de la segunda fase de la invasión rusa, el 4 de abril, cuando el ejército del Kremlin se retiró del frente norte que amenazaba Kiev para concentrar su ofensiva sobre el este del país, la región de Dnipró ha recibido más de 55.000 desplazados. En el vestíbulo del hotel están Helena y su madre, rodeadas de maletas, que dicen que quieren estarse un mes, “hasta que las cosas se calmen” en Kramatorsk. “Confiamos que la situación mejore y podamos volver pronto a casa. Queremos vivir en paz como hacíamos antes”, exclama esta desplazada que debe de rondar los 50 años.

El restaurante del hotel parece un bar de carretera, abierto las 24 horas. Los pasillos de las habitaciones se han convertido en improvisados parques infantiles donde decenas de niños berrean y saltan por los sofás, bajo la supervisión de las abuelas. "Sasha, Oleg, Masha... bud' iaska [por favor]!" grita una señora mayor. Al vernos, nos llama para enseñarnos un vídeo de lo que queda de su casa en Slaviansk, en la región del Donbás. “Esta es mi casa, esto era mi casa”, repite en ucraniano, mientras apunta con el dedo a un edificio con las ventanas rotas y agujeros en la fachada.

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"Ojalá esta guerra acabe pronto"

Los desplazados pagan menos por la estancia en el hotel que otros huéspedes, aunque es difícil encontrar habitaciones libres, y en algunos casos son las empresas las que asumen los costes de los trabajadores que han tenido que huir por los bombardeos. Todo un regimiento de empleados de la cadena de supermercados Metro está en este hotel de Dnipró. Dentro de cada habitación se guardan historias íntimas de familias divididas por la guerra como la de Oleksandr. Su mujer y su hijo de 2 años ahora están en la República Checa, en casa de un familiar. Oleksandr, empleado de Metro en Járkov, no puede abandonar el país porque es un hombre y está obligado a estar a disposición del ejército. “Los echo mucho de menos, pero estoy tranquilo porque están a salvo, en un lugar seguro. Ojalá esta guerra se acabe pronto y podamos volver a estar juntos”, anhela.

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Dnipró es, por ahora, la más segura de las regiones del este de Ucrania. En sus calles llenas de gente la vida continúa. Los comercios, los bancos, las casas de cambio y los restaurantes no cierran hasta el toque de queda nocturno. Aun así, el gobierno local no puede bajar la guardia porque en cualquier momento se puede convertir en objetivo. El pasado domingo, el aeropuerto internacional de Dnipró, que ya fue atacado hace un mes, fue bombardeado de nuevo tres veces (de madrugada, por la mañana y por la tarde), y la terminal, la pista y las instalaciones cercanas quedaron destruidas.

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Las sirenas de alarma vuelven a sonar en toda la ciudad. Nos encontramos en la sala de espera de la oficina de Mikola Lukashuk, jefe del Consejo Regional de Dnipropetrovsk, esperando que nos reciba, pero todo el mundo tiene que bajar a los bunkers. “Así es la vida aquí”, nos dice bajando deprisa las escaleras para entrar en un refugio antiaéreo construido en la Segunda Guerra Mundial.

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“Estamos preparados para recibir más desplazados y coordinar la evacuación con el ejército. Desde el ataque a Kramatorsk han llegado 10.000 personas más. Hemos organizado casas de acogida, reciben asistencia alimentaria, medicamentos y 14.000 niños están recibiendo educación en línea", explica.

Decenas de miles de desplazados han huido a Dnipró, pero también hay miles que cada día optan por irse lejos de Ucrania. Después del bombardeo a la estación de tren de Kramatorsk, la red ferroviaria quedó inutilizada y ahora la estación de tren de Dnipró es la última esperanza para los desplazados del Donbás que han decidido huir hacia otros países europeos ante el temor de quedarse asediados por las tropas rusas como ha pasado en Mariupol o que se puedan repetir los horrores de Bucha. En un banco de la estación, Natasha Sarkosian juega con un vaso de plástico con el pequeño Mijaíl. “Estamos muy asustados con todo lo que está pasando. Bucha, Irpín, Mariupol, y ahora la tragedia de Kramatorsk. Hemos decidido marcharnos lejos, muy lejos. No sabemos dónde ir, tengo miedo, no quiero que mi hijo esté en Ucrania. Odio a los rusos, odio a los rusos”, exclama con nerviosismo.

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En el aparcamiento de la estación, entro autobuses y pasajeros cargados de maletas está Martín Corona, un misionero mexicano, con su mujer, Cintia Báez, con su grupo de voluntarios repartiendo sopa caliente a los desplazados antes de emprender el viaje. Esta pareja de misioneros lleva 6 años en Ucrania ayudando a personas con problemas de drogadicción, pero ahora la casa de acogida se ha convertido en hogar temporal para familias que escapan de la guerra en el Donbás. “Nosotros les ayudamos a atravesar las fronteras de Ucrania. No me importa conducir uno o dos días si es para salvar gente”, explica Corona, mientras llena boles de sopa. “Son tantos los que vienen a la estación cada día, y hace tanto de frío aquí". Una solidaridad que conforta en medio de la oscuridad.