Por qué debemos temer a Elon Musk
El propietario de SpaceX, Tesla y X se ha convertido en el altavoz de la extrema derecha global y aprovecha su influencia también para ampliar sus negocios
Washington/BarcelonaEl veterano programa americano de sketches Saturday Night Live invitó a Elon Musk para que fuera el presentador. Era mayo del 2021 y el emprendedor llegaba con un aura de visionario gracias a sus promesas de llegar a Marte, los coches autónomos y otras fantasías. Musk se mostró juguetón, dejó caer alguna confesión como que tenía un diagnóstico de Asperger y, aunque no logró tener química con los actores del show, su tono fue el de un niño mayor dispuesto a divertirse en ese feudo de la Nueva York más progresista.
Tres años después, el perfil público del empresario ha cambiado radicalmente: se ha convertido en el dueño de Twitter (ahora X) y se han difundido las teorías conspiranoicas más tronadas, se ha volcado en la campaña de Donald Trump y ha trazado alianzas con las principales fuerzas populistas y de extrema derecha del mundo. No es sólo una cuestión ideológica: quien controla la red social más relevante desde el punto de vista de la conversación pública la aprovecha para extender sus intereses industriales por todo el planeta.
Negocios con ideología
Política y economía van de la mano. En julio, por ejemplo, Musk anunció que trasladaba las sedes de X y de Space X desde San Francisco y las afueras de Los Ángeles hacia Texas, feudo republicano, donde hace unos años ya había trasladado Tesla y también su domicilio . Entre los motivos que esgrimió, casi todos de carácter ideológico, se encuentra una ley estatal californiana que facilitaba el cambio de identidad sexual en las escuelas. Es muy sensible a esta cuestión porque tiene una hija trans con la que no se habla y que se ha cambiado el apellido.
Su batalla contra lo que denomina el “virus mental woke” va más allá: también ataca la inmigración y critica la burocracia y los controles gubernamentales. Su ámbito de actuación es global. Hace unas semanas aprovechó la Asamblea General de la ONU, en Nueva York, para verse con diferentes dirigentes políticos de todo el mundo y cerrar acuerdos económicos, especialmente relacionados con los satélites Starlink, cuya expansión le da un control casi monopolístico del cielo. Aquellos días entregó un premio a la primera ministra italiana, Giorgia Meloni –y el feeling entre ellos fue tal que tuvo que salir a desmentir un romance–, y después se vio muy amigablemente con Javier Milei, al que también ha elogiado. Le interesa acercarse a Milei: Argentina tiene un 20% de las reservas mundiales de litio, metal clave para producir baterías eléctricas como las que necesitan los coches Tesla. En cambio, se ha peleado pública y judicialmente con Brasil de Lula da Silva –hasta la semana pasada no pudo operar después de que los jueces prohibieran X si no retiraba cuentas que fomentaban el odio y cuestionaban la democracia–, con el Reino Unido de Keir Starmer –tras que diera publicidad a las noticias falsas que provocaron los disturbios del verano– y, naturalmente, con Nicolás Maduro, que le califica de archienemigo.
¿Con lugar en la administración Trump?
Pero más allá de Milei, Meloni, Narendra Modi, Jair Bolsonaro o incluso Xi Jinping, el principal aliado político de Musk es Donald Trump, que regresó a la plataforma X a principios de agosto, después de haber sido expulsado por el anterior equipo gestor. El 5 de octubre se produjo un hecho que era impensable tan sólo hace unos años: Musk subió al escenario del mitin que Trump había organizado en Butler –el lugar en el que le habían intentado matar el 13 de julio– para pedir el voto por el republicano. Butler está situado en Pensilvania, el estado bisagra más decisivo y clave de los siete que están en juego en estos comicios. Musk se ha trasladado y esta semana está protagonizando toda una serie de actos públicos que difunde en su red para conseguir el voto por los republicanos.
La alianza entre los dos magnates ya se oficializó en septiembre: Musk utilizó su plataforma para entrevistar a Trump en una “conversación” que fue un auténtico colador de mentiras, pero a la que se conectaron más de 800.000 usuarios. Desde entonces, Trump ha estado más activo en la red, aunque tampoco necesita: Musk se pasa el día haciendo posts en favor del republicano y difundiendo mensajes que alimentan su discurso incendiario, en el que nunca faltan insultos a Kamala Harris .
“He estado haciendo una lista sólo con los posts con afirmaciones falsas sobre el proceso electoral que ha realizado Elon Musk. Es realmente problemático por su capacidad de alcance y porque está deteriorando la confianza en el proceso electoral”, explica Carah Ong Whaley, directora del área de Protección Electoral de la plataforma bipartidista Issue One, que trabaja para restablecer la confianza en las instituciones y el proceso electoral. Su equipo sigue la desinformación que se está volcando sobre la campaña.
El multimillonario se ha dedicado a dar alas a las teorías conspiranoicas sobre un posible fraude electoral, que incluyen la idea de que los inmigrantes ilegales se están registrando para votar. En el mitin de Butler, Musk volvió a atizar estas ideas. "Es necesario que gane Trump para preservar la democracia en Estados Unidos. Si no votáis, estas serán las últimas elecciones. Esta es mi predicción", dijo desde el atril.
Más allá de poner la cara, Musk también está inundando la campaña de Trump con dinero. El multimillonario está detrás de las acciones de la America PAC, que ha puesto millones de dólares para dar un impulso a la recta final de la campaña. Esta semana también se ha sabido que Musk es uno de los principales donantes de la campaña de Trump –solo por detrás de la viuda de Sheldon Adelson, el magnate que quería hacer Eurovegas junto a Port Aventura–, con un total de 75 millones de euros hasta ahora.
Hace tan sólo dos años, la relación entre los dos multimillonarios era impensable, sobre todo después de que se insultaran mutuamente. Durante la presidencia de Trump, Musk había llegado a participar en algunas reuniones de asesores en la Casa Blanca. Pero duró poco: en el 2017 se retiró en protesta por la decisión de Trump de sacar a Estados Unidos del acuerdo climático de París.
Siete años después, Musk está a punto de recorrer el camino inverso: Trump ya ha dicho que quiere que el multimillonario tenga una silla en su administración. Concretamente, quisiera hacerlo responsable de una comisión destinada a revisar “la eficiencia” del gobierno que auditaría a las numerosas agencias federales americanas, con la intención de aplicar “reformas drásticas” para recortar el gasto público.
Que Musk pueda acabar ocupando un cargo de estas características plantea un claro conflicto de intereses, pero ni él ni Trump tienen una visión ortodoxa de la política y los negocios. Dos de sus empresas, SpaceX y Tesla, han recibido millones de dólares en contratos y subsidios federales. Precisamente, la empresa de coches eléctricos Tesla se apunta como una de las causas por las que Musk se ha ido acercando a Trump. Cuando Biden llegó a la Casa Blanca, la marca producía aproximadamente dos tercios de los vehículos eléctricos que circulaban por las carreteras estadounidenses. Pero a pesar de su insistencia, Biden nunca llegó a recibirle, según ha publicado el Wall Street Journal. Más tarde, en agosto de 2021, Biden organizó un acto sobre los coches eléctricos para firmar un decreto con el objetivo de que la mitad de los nuevos vehículos vendidos en el 2030 sean de cero emisiones. Nuevo desaire: la Casa Blanca no invitó a Musk.
Lo que ocurre en X no se queda en X
Se ha vengado. A pesar de los constantes volantazos de Musk con X en los dos años que lleva su propietario, la red aún no ha demostrado que pueda convertirse en un negocio provechoso económicamente, pero en los últimos meses el empresario mujer muestras de haberle encontrado una utilidad alternativa: le eleva a actor global. Es la vieja historia de la compra de la influencia, sólo que por otros medios, en este caso digitales. Y la incesante campaña contra los medios de comunicación tradicionales favorece que se cree un nuevo paradigma comunicativo –descentralizado y sin verdades comunes compartidas– que favorece la impunidad (política, económica o comunicativa).
El tópico habla a menudo de “la burbuja de Twitter”, pero cada vez queda más demostrado que lo que ocurre en X no se queda en X. En verano, la proliferación del clamor falso en la plataforma que aseguraba que el 'autor del apuñalamiento múltiple de Southport era un “inmigrante musulmán” desató una ola de odio en las calles del país con manifestaciones de extrema derecha que rompían los cristales de los negocios que pertenecían a personas migrantes, en un eco inquietante de otras épocas totalitarias.
Musk tiene 200 millones de seguidores en la red. Y aunque el algoritmo es opaco, la presencia masiva de sus tuits en lugares destacados deja claro que aprovecha su poder para poner la red a su servicio, a menudo con consignas que pisan o traspasan la línea del discurso del odio .
Sin embargo, el discurso de Musk ha encontrado aliados poderosos.El grupo de extrema derecha Patriotas por Europa, que lideran Viktor Orbán y Marine Le Pen, ha propuesto la candidatura de Musk para el premio Sajarov de los derechos humanos por su, dicen, defensa de la libertad de expresión. Lo puede acabar ganando.