Un año sin el comandante Da Vinci, símbolo de la resistencia ucraniana

Dmitró Kotsiubailo participó en el Maidán, fue uno de los primeros voluntarios en el Donbás y murió en Bakhmut

Olha Kosova
y Olha Kosova

Kiiv"Está escrito cuando debe morir cada uno, y no tengo miedo a morir por Ucrania", dijo una vez el joven soldado Dmitró Kotsiubailo. El 7 de marzo de 2023, a la edad de 27 años, la metralla de una mina rusa le arrebató la vida cerca de Bakhmut. Días después, su despedida transformó la plaza principal de Ucrania en un microcosmos de la guerra: el Maidán, escenario de reencuentros y adiós, se llenó de caras conocidas de la lucha en el Donbás, abrazos entre camaradas, lágrimas de familiares, relatos de combates y promesas de venganza. En ese momento, los 800 kilómetros del frente de guerra parecían condensarse en este único espacio, un lugar que ha sido cuna de una generación de corresponsales de guerra, voluntarios, militares y activistas.

Este año Ucrania rememora el aniversario de la muerte de uno de sus defensores más fervientes. La historia del comandante Da Vinci es el espejo de los anhelos y la lucha de una generación forjada entre el humo de neumáticos y el rigor del frío, endurecida ante el miedo a asaltos policiales nocturnos y, ahora, sometida al crudo yugo de una década de guerra. En el frente ucraniano, el estereotipo de "héroes" a menudo se recibe con irritación, ya que muchos sostienen que nadie nace para la guerra. Pero el caso de Da Vinci es distinto: "Nació para esta guerra y se casó con ella", dirá su camarada Andrí cerca de la tumba de Askold, donde descansan los restos del comandante. Aunque nunca tuvo entrenamiento militar formal, la guerra crió al Dmitró y le convirtió en un comandante.

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Su bisabuelo luchó en el Ejército Insurgente Ucraniano, que combatió por la independencia de Ucrania durante los turbulentos años de la Segunda Guerra Mundial. Hoy en día, Rusia etiqueta a aquellos combatientes como "nazis" y sigue buscándolos en los pueblos ocupados décadas después. El joven creció en un pequeño pueblo de Ivano-Frankivsk, en la parte occidental del país. Cuando a finales del 2013 estallaron las protestas por la suspensión in extremis de la firma del acuerdo de asociación con la UE del gobierno de Víktor Yanukovich, Da Vinci sólo tenía 18 años y se unió a la Revolución de la Dignidad: adoptó este nombre de guerra porque desde pequeño quería ser artista .

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El recuerdo de la revolución de 2014 ha sido simplificado en exceso. La propaganda rusa hablará de elementos marginales y radicales de derecha que ejecutaron un golpe de estado. Los propios participantes ofrecen un relato más romántico y trágico: de una juventud que tenía fe en un futuro europeo, que degustó el aroma del café y la libertad, mezclada con las recetas de cócteles Molotov, y acabó llorando cientos de muertos en la plaza del Maidán.

Da Vinci estaba afiliado al Sector Derecho, una fuerza nacionalista que políticos y estudiantes etiquetaron de "provocadores", acusándoles de haber provocado la escalada del Maidán. Sin embargo, gracias a estos radicales, dispuestos a morir por su patria, las protestas resistieron los asaltos de la policía. El Dmitró creía que de no ser por los intentos de negociación de los políticos y la parte moderada del Maidán, la revolución podría haber triunfado antes y, posiblemente, se habrían evitado muchas muertes.

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Para muchos, la lucha acabaría en febrero del 2014 con la huida del país de Yanukovich, pero para el Dmitró, eso sería apenas el inicio. Según su madre, él volvería entonces a su pueblo natal, prepararía la mochila y diría: "Me voy al este". Ya en ese momento, anticipaba que el conflicto con los separatistas que tenían el apoyo de Rusia en el Donbás se transformaría en una gran guerra sangrienta con numerosas víctimas. Entonces pocos lo pensaban.

Se presentaron voluntarios sin equipamiento alguno. "Un casco para dos –comenta sobre este periodo la primera mujer que combatió en el batallón Azov–. Y en el botiquín no había ni pastillas para la tos". Da Vinci sufriría una herida grave por metralla, pero interrumpió la rehabilitación para regresar con sus compañeros de filas. Cogía permisos para estar en casa pocos días y siempre volvía a la frente. Aprendería a manejar todo tipo de armas, a dirigir el fuego, y cuando ya era comandante, participó en distintas batallas. Un corresponsal militar recordaría que durante los períodos de combates intensos, nunca apagaba el teléfono y dormía en intervalos cortos, por estar siempre alerta de la situación en el frente.

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"Intenté sacarlo de la guerra"

Dmitró siempre decía que en la guerra hay lugar para el amor, gracias a Alina. Se conocieron en el frente, cuando ella trabajaba en Hospitallers, la principal organización de paramédicos en Ucrania, especializados en evacuaciones y medicina de guerra. Más tarde, ella lideraría el servicio médico de los Lobos de Da Vinci, como se conocía la unidad comandada por el joven. Alina soportó pacientemente todas las dificultades de la vida en la frente y, una vez, me confesó que se escondía en el saco de dormir para llorar.

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"Otras parejas discuten por quién debe sacar la basura, y nosotros por la seguridad. A veces no me deja acompañarle porque dice que no se puede concentrar en su trabajo si yo estoy en peligro", explicaba el Alina. El día antes de que él falleciera acordaron que él, en su rol de comandante de batallón, evitaría participar personalmente en los asaltos y ella, como responsable del servicio médico, no haría evacuaciones.

Cuando por el walkie-talkie le hablaron de un “300 grave” (un soldado herido en la jerga militar), Alina presentió que se trataba de él. Durante un ataque, Da Vinci se aseguró de que todos se refugiaran en el sótano y fue el último en entrar cuando un proyectil impactó. La metralla le provocó lesiones graves en la tráquea. Media hora antes, comentaban sobre lo inusualmente tranquilo que había sido el día. De camino al hospital, ella bombeaba manualmente el oxígeno, mientras limpiaba la sangre de la cara de Dmitró. "No desearía a nadie despedirse de un ser querido de esta manera", explica Alina. Antes de llegar a Kramatorsk, rezó un padrenuestro, por primera vez en su vida. "Intenté sacarle de la guerra, pero la guerra me lo tomó para siempre", dijo Alina en una entrevista.

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Alina está agotada, pero no abandona el ejército; siendo satisfacción por los enemigos fallecidos y la información sobre el bombardeo de Belgorod. Ella continúa la causa de Da Vinci. Por eso, este año, en lugar de lágrimas y lamentos, decidieron hacer del 7 de marzo el día en que los nuevos soldados de su unidad jurarán lealtad a la patria.