Balance de catorce años 'tories': ¿cómo se explica la derrota de los conservadores británicos?

Cinco 'premiers' han ocupado el cargo durante el período, marcado por la austeridad, el Brexit y el populismo

LondresAusteridad, Brexit, xenofobia y populismo pueden definir el período que acaba de cerrar el Reino Unido con las elecciones generales celebradas este jueves. Entre el 6 de mayo de 2010 y el 4 de julio de 2024, época de omnipotencia conservadora en Downing Street –los primeros cinco años en coalición con los liberaldemócratas–, cinco premiers han entrado entre aplausos por la puerta del número 10 y cinco han salido por la misma gatera que suele utilizar Larry, el famoso gato de la residencia, dispuesto a enfrentarse a ratones y zorros con la imparcialidad y eficacia de lo mejor funcionario del país.

Uno de los premiers va tener que dimitir un año después de ganar las elecciones del 2015 por mayoría absoluta. Fue el primero, David Cameron, fruto del resultado de un referendo sobre la Unión Europea que sólo le pedían los más extremistas de su partido y que dividió al país y le sumergió en un caos político sin precedentes.

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Los tres premiers siguientes fueron ahuyentados del cargo por sus mismos correligionarios: Theresa May,Boris Johnson y Liz Truss. Y el último, Rishi Sunak, ha asumido la derrota más severa de los tories en unas elecciones generales. Los catorce años transcurridos no pueden calificarse ni de muy estables ni de muy exitosos. Todo lo contrario.

David Cameron y su ministro de Economía, George Osborne, fueron entre 2010 y junio de 2016 los arquitectos de dicha austeridad como receta para salir de la crisis financiera de 2008. Todo ello supuso el remate para una economía ya entonces bastante tocada por los juegos de casino del capitalismo financiero que provocaron el hundimiento de Lehman Brothers.

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En la primavera del 2009, un año antes de llegar al poder, Cameron aseguró en una reunión con militantes del partido: "La era de la irresponsabilidad está dando paso a la era de la austeridad". Un discurso con el que intentaba asociar el gasto público de los laboristas con el crack financiero mundial. Detrás había una idea básica: demasiada gente en Reino Unido vivía sin trabajar y sólo de los beneficios que habían introducido los laboristas de Blair. Había que ponerle fin.

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Esa doctrina de la austeridad –importan más las cifras macroeconómicas que las personas– redujo el gasto público y las inversiones en infraestructuras, las dimensiones de la maquinaria gubernamental y el número de policías y debilitó el Servicio Nacional de Salud (NHS ) hasta el extremo de que en el momento del estallido de la covid el NHS no daba abasto. De hecho, ocurre cada invierno. Y si no se remedia –y el nivel de inversión prometido por los laboristas no hace ser muy optimista–, el declive continuará. Porque el envejecimiento progresivo de la población hace que cada vez se requieran más cuidados y, por tanto, más recursos.

Falta de competitividad

"El trabajador medio tiene ahora 14.000 libras menos al año que si los ingresos hubieran continuado aumentando como antes de la crisis: estos catorce años son el peor período para el crecimiento salarial desde las guerras napoleónicas. Nadie que viva y trabaje hoy en el Reino Unido nunca ha visto nada parecido", dice Torsten Bell, director ejecutivo de la Fundación Resolution, uno think tank estudios económicos. "Esto es el fracaso conservador", remacha.

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Que sufran los salarios es lógico en una economía muy poco competitiva que ha sido dirigida en los últimos catorce años por siete ministros del Tesoro distintos. El PIB por hora trabajada ha aumentado una media del 0,6% anual durante la década de 2010, frente al 2,2% de la década anterior al crack de 2008. Es el peor rendimiento de las economías del G-7, salvo Italia, también según los datos de la Fundación Resolution. Y la OCDE sostiene que el PIB por hora trabajada en Reino Unido ha crecido aproximadamente un 6% de 2007 a 2022, en comparación con el 17% de Estados Unidos, el 12% de Japón y el 11% de Alemania. En resumen, la productividad cayó un 60%.

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Pero la macroeconomía no explica la vida cotidiana. O no sólo. Y los británicos de clase media saben que hay más de 7,5 millones de personas en las listas de espera del Servicio Nacional de Salud, que a los jóvenes les es imposible encontrar una vivienda decente, que los alquileres están por las nubes, sobre todo en Londres y en el sur del país, y que, a raíz de la guerra de Ucrania y el aumento del precio de la energía, el coste de la vida se ha disparado. Este hecho, el ataque ruso en Ucrania y sus derivadas, es el único factor externo no atribuible a ninguna acción de los distintos gobiernos tories.

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Sea como fuere, sí que son responsabilidad de los cinco premiers citados que la necesidad de uso de los bancos de alimentos haya crecido un 5.000% desde 2010; que la deuda de los estudiantes universitarios se haya incrementado un 210% o que haya un 120% más de personas sin hogar en todo el país. Los gobiernos conservadores ni siquiera han sido capaces de reducir la inmigración limpia, uno de los supuestos problemas existenciales del Reino Unido, que está en el origen del Brexit. David Cameron llegó al poder prometiendo que la reduciría a "decenas de miles de personas" anualmente, y en el 2022 entraron, legalmente, 778.000; y en 2023, 685.000.

El impacto del Brexit

El Brexit es prácticamente un capítulo aparte. Porque a los males generados por la austeridad hay que añadir quienes el divorcio con la Unión han infligido a la economía, especialmente en el comercio internacional. O también a la situación inflacionaria generada, inicialmente, por el ataque de Putin a Kiiv y todas sus repercusiones. La London School of Economics cifraba el pasado año que el Brexit ha sido responsable de aproximadamente un tercio de la inflación de los precios de los alimentos desde 2019, añadiendo casi 7.000 millones de libras a la factura de víveres del país. Con los salarios estancados, el efecto es doblemente perjudicial.

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El período de los catorce años tories también será recordado por episodios tan desafortunados como las fiestas de Downing Street durante la pandemia, el escándalo del Partygate de Boris Johnson –unas reglas para los gobernantes y otras para los gobernados–; o su intento de suspender el Parlamento porque no comulgaba con su política sobre el Brexit, declarado ilegal por el Tribunal Supremo.

Entre los desastres que se han sucedido se encuentra también la catástrofe económica generada por Liz Truss, cuando en un solo día logró hacer desaparecer miles de millones de libras de fondos de pensiones por su proyecto de presupuesto, que acabó con la intervención del Banco de Inglaterra para evitar un crack como el del 2008. Al fin y al cabo, más los esquemas de ayudas durante la pandemia, ha hecho que la deuda del país haya crecido en catorce años un 40%, hasta el 100% del PIB. Y sigue subiendo.

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Si no fuera por el hecho de que Rishi Sunak fue cómplice de Boris Johnson en el desbarajuste gubernamental que protagonizó el líder populista –fue su ministro de Economía–, podría decirse que el premier derrotado este jueves e incluso Theresa May –a la que les brexiteros hicieron la vida imposible– son los menos responsables. Pero en el fondo también lo son.

May, sin personalidad, vivió atemorizada por la fuerza de los radicales extremistas de su partido. También por la presión de un laborismo que se resistía a cerrar la puerta a la UE, paradójicamente bajo el impulso de Keir Starmer como ministro del Brexit en la sombra, que ahora se ha desdicho de todo lo prometido. Sunak, a su vez, ha querido esconder distintos escándalos de corrupción que se remontan a la época de la pandemia.

Una convocatoria de elecciones bajo un diluvio, y más bien de lo que todo el mundo esperaba, y un castigo sin contemplaciones por parte de una población desencantada, que ha votado la alternativa sin ningún entusiasmo, son el triste epílogo a catorce años de caos y luchas internas dentro del partido del gobierno. Catorce años en los que ha estallado el populismo en la figura de Johnson y la xenofobia de la mano de Nigel Farage, el hombre que ha hecho de los inmigrantes la cabeza de turco de los males de una isla que va a la deriva y sin rumbo, y que ha plantado el huevo de la serpiente en la Cámara de los Comunes. Starmer no lo tiene fácil.