Bielorrusia

Bienvenidos a Bielorrusia: así sobrevive la última dictadura de Europa

Lukashenko se aferra a la represión ya la alianza con Rusia para mantener un poder que ya se alarga más de tres décadas

Ariadna Mañé
18/10/2025

Minsk (Bielorrusia)La bienvenida a la llamada "última dictadura de Europa" no es cálida. En la frontera, en una sala que parece un decorado de la Guerra Fría, una cámara graba el interrogatorio que me hace un militar bielorruso.

–¿Qué vienes a hacer en Bielorrusia? –pregunta.

–Turismo –dice. Soy la última de los cuatro extranjeros del autobús que va de Varsovia a Brest a ser entrevistada.

El militar revuelve mi teléfono sin dejarme ver la pantalla, pero más tarde sabré que ha mirado mis interacciones en las redes sociales, las fotografías eliminadas y la agenda de contactos. Me pregunta por el trabajo y los estudios, por el interés en el país. Las preguntas no son exhaustivas. La entrevista es un mensaje: una vez dentro del país, el control lo tienen ellos.

Cargando
No hay anuncios

Desde las protestas de 2020, la estabilidad del régimen de Aleksandr Lukashenko cuelga de un hilo. Pese a la violenta represión de la oposición, el temor a otro movimiento de protesta, organizado desde el exilio, persiste. A la tensión política se añaden las críticas y las sanciones a raíz de la invasión rusa de Ucrania en el 2022, a la que Bielorrusia ha apoyado. El régimen no espera que los extranjeros estén a su favor, pero quiere disuadirles de ser impulsores o participantes de ninguna revuelta interna.

–¿Conoces a alguien de Ucrania?

–Sí, un antiguo compañero de clase.

Cargando
No hay anuncios

–¿Y vive allí?

–No, vive en Bélgica. Hace mucho que no hablo.

Los vínculos con personas ucranianas o con miembros de la diáspora bielorrusa son fuente de sospecha. Unos segundos después, el militar me muestra, en mi pantalla, un contacto de nombre eslavo. Es mi conocido. No me hace más preguntas, pero ya ha sembrado la intranquilidad sobre mi privacidad en el país. Me devuelve el móvil y el pasaporte sellado. "Todo bien", dice, y cruzo la barrera hacia Bielorrusia. Una vez dentro, la vigilancia parece inexistente: nadie controlará dónde vamos ni con quién hablamos.

Cargando
No hay anuncios

Para mantenerse en el poder durante tres décadas, Aleksandr Lukashenko ha hecho más que servirse de la violencia. Con sus aliados, ha creado una máquina propagandística que le permite dominar el discurso y las opiniones y luchar contra ideas e influencias externas. No necesitan implementar una censura total, pero sí controlar cómo se interpreta la información.

Salvador de la patria

En enero, Lukashenko se aseguraba la presidencia con su séptima victoria electoral, con un 86% de los votos, en unas elecciones que todos los observadores internacionales han denunciado como manipuladas. "A mí me eligen los bielorrusos –decía Lukashenko en una entrevista–. Para mí es importante cómo me ve a mi gente, no si fuera me consideran legítimo". Lo importante es controlar la narrativa interna, en la que ha surgido la resistencia real.

Cargando
No hay anuncios

Desde el colapso de la URSS, el nombre de Lukashenko es inseparable del de Bielorrusia. El presidente define el país y es su centro gravitacional. Pero el culto a la personalidad de Lukashenko es sutil. No tiene monumentos ni ocupa más tiempo en las noticias que otros jefes de estado. En Bielorrusia, cada plaza tiene una estatua de Lenin, pero no hay rastro del actual líder. Su culto está relacionado con una omnipresencia más refinada.

Sus seguidores le llaman batka (padre en bielorruso) y lo describen como un líder reconciliador y salvador de la patria. Lukashenko, dicen, ha guiado a Bielorrusia desde la infancia, la crisis de los 90, hasta la prosperidad. Su gobierno heredó una economía soviética que había mejorado el estado del país y logró mantener un crecimiento moderado hasta 2020. El relativo éxito económico no sólo ha hecho popular a Lukashenko, sino que lo ha querido.

Los medios, mayoritariamente de propiedad estatal, le veneran. La adoración se enseña desde pequeños. En la sección infantil de las librerías hay títulos como Para los niños, Acerca de las elecciones o Sobre la Constitución, con Lukashenko como creador y defensor máximo. El capítulo sobre la historia de la democracia bielorrusa comienza y termina con su fotografía, tanto en el libro como en la vida real.

Cargando
No hay anuncios

Las elecciones de 1994 fueron las primeras y las últimas elecciones libres en el país. Desde entonces, Bielorrusia es una dictadura. Este mensaje llega a los ciudadanos bielorrusos por internet, pero la propaganda también trabaja para contrarrestarlo, sobre todo en Telegram. El tono de reacción es sarcástico: "Claro que tenemos una dictadura: la dictadura del bienestar, de la defensa de los bielorrusos".

Represión para mantener el poder

Cualquier crítica es desacreditada, sobre todo las extranjeras. El diario Minskaya Pravda publicaba que Reporteros Sin Fronteras sitúa a Bielorrusia en el 166º puesto en libertad de prensa. "Qué sorpresa –dice el diario–. Una organización financiada secretamente por Francia nos pone al final del ranking, y, en cambio, sitúa a Ucrania arriba". El mensaje está claro: Occidente está en su contra y ninguna información de fuera es creíble.

Cargando
No hay anuncios

Supuestas financiaciones secretas extranjeras también han justificado el cierre de más de 270 ONG por ser "contrarias a los intereses nacionales". Con el mismo argumento se han encarcelado a los participantes de las protestas de 2020. Actualmente, más de 1.300 prisioneros políticos están en colonias penales, juzgados como espías o agresores. La propaganda considera a los defensores de la democracia enemigos del pueblo y la libertad, y súbditos de la Unión Europea. No se ven como opositores políticos, sino como agresores que quieren destruir el país y convertirlo en un títere de Occidente. La represión interna no es secreta y funciona como arma de disuasión, pero cerró las puertas de Europa.

La lucha se extiende hasta símbolos oficiales. El 2025 será el trigésimo aniversario del referendo que puso a votación el diseño de la bandera, heredada de la URSS. El verde y el rojo son omnipresentes en las calles, desde los edificios de Minsk hasta las rotondas de los pueblos.

¿Un satélite de Rusia?

Lo cierto es que la alianza de Bielorrusia con Rusia es, al mismo tiempo, una necesidad y un obstáculo para tener una mejor relación con sus vecinos. El presidente bielorruso no puede, ni quiere, romper la relación con Putin. Sin los subsidios al petróleo y el gas, el apoyo diplomático y la ayuda para mantener la estabilidad interna, su régimen colgaría de un hilo.

Cargando
No hay anuncios

A cambio, Lukashenko adopta el relato del Kremlin sobre el auge del fascismo en la Unión Europea, sobre la "operación militar especial" y sobre Ucrania como marioneta de Occidente. Durante la guerra, ha permitido a Rusia transportar armas y soldados hacia Kiiv a través de su territorio, aunque no ha involucrado al ejército bielorruso directamente. Ahora bien, el dirigente no duda en rechazar una posible fusión con Rusia: "Somos dos países independientes dentro de una unión".

La soberanía de Bielorrusia es la garantía de la existencia del régimen de Lukashenko y de su posición de poder. Por eso no duda en lanzar amenazas. "Solo que una bota cruce nuestra frontera –anunciaba a su gente antes del desfile militar del Día de la Victoria– la respuesta será rápida como un relámpago". Lukashenko hablaba con un micrófono, enfundado en el uniforme militar. Recordaba tener a su alcance "algo que puede infligir daños irreparables": las armas nucleares rusas almacenadas en el país.

Cargando
No hay anuncios

En Bielorrusia, Lukashenko no es sólo el líder, sino que también es el padre protector de la patria y su máximo impulsor. Fue clave para la supervivencia en el pasado y es necesario construir el futuro. Pero para mantenerse en el poder, el presidente ha tapado los ojos del país con un lazo verde y rojo que no deja ver más allá. Y cada año le estrecha un poco más. Pero no parece que pueda estirar mucho más la tela sin romperla, y no paran de aparecer fisuras después de tres décadas de tensión.