He leído el libro de la víctima más prominente de Jeffrey Epstein y son 400 páginas de horror
Virginia Roberts Giuffre, que ha denunciado la implicación del príncipe Andrés, relata su vida de abusos sexuales en 'Nobody's Girl'
LondresCualquier ejercicio de memoria es siempre la reconstrucción de un personaje y del relato de unos hechos sobre los que se quiere poner el foco y dejar testimonio. En el caso de Nobody's Girl: memoir of surviving abuse and fighting for justice (Una chica sin dueño. Memoria de una superviviente y su lucha por hacer justicia) Penguin Random House UK, la afirmación es doblemente cierta.
A lo largo de casi 400 páginas, el libro narra, en la primera mitad (Daughter y Prisionero), la destrucción de un ser humano —víctima de violaciones y abusos de todo tipo desde muy temprana edad— hasta la anulación completa de su identidad. En la segunda (Survivor y Warrior), tras huir de sus captores bajo cuyo control ha sido más de dos años, se explica la lucha por sobrevivir: cómo intenta reponerse del trauma, aprender a convivir con su dolor y, como indica el título, cómo busca justicia y reparación.
Publicado esta semana en inglés y escrito con la colaboración de la periodista estadounidense Amy Wallace, el volumen recoge la dura y traumática experiencia de Virginia Roberts Giuffre, la víctima más prominente del pedófilo y traficante de menores Jeffrey Epstein y de su cómplice Ghislaine Maxwell, así como de todos sus violadores: algunos anónimos, otros con nombre y apellido, entre ellos el príncipe Andrés, tercer hijo de Isabel II y hermano de Carlos III. Andreu siempre ha negado la acusación, pese a las numerosas pruebas que ponen en duda su credibilidad y el hecho incontestable que aceptó un acuerdo extrajudicial y pagó muchos millones de libras –entre 9 y 12– para evitar un juicio civil en Nueva York para responder de sus actos.
Por razones obvias, los medios británicos han leído el libro con la lupa puesta sobre las páginas que describen los tres encuentros sexuales de Giuffre con el príncipe, todos cuando ella aún era menor. El último fue una "orgía", recuerda: "Epstein, Andy y aproximadamente ocho chicas jóvenes más, y yo, tuvimos relaciones sexuales juntos. Todas parecían menores de 18 años y no hablaban inglés. Epstein se rió de cómo no se podían comunicar, diciendo que son las chicas con las que es más fácil de entenderse".
También estaba el traficante de las ocho chicas extranjeras, el francés Jean-Luc Brunel, fundador de una agencia de modelos que se suicidó en febrero del 2022 en la cárcel de La Santé, en París, casi tres años después que lo hiciera el propio Epstein. Ambos se colgaron con las sábanas de la cama de la celda.
"Epstein era un monstruo egoísta" que no creía que fuera "inmoral" ni, con mucho, "delito" forzar a menores, dice la víctima. En una ocasión, "Brunel le envió tres chicas francesas de doce años, trillizos creo, como regalo de cumpleaños. Epstein tuvo relaciones con ellas [Giuffre escribe"he had sex with them", pero sería más exacto decir que fueron violadas] y luego las puso a bordo de un avión y las devolvió a Francia."
El libro, muy incómodo de leer por el catálogo de horrores que describe, y por el mundo que presupone, es mucho más que el recuento escandaloso de tres violaciones por parte del príncipe Andrés, después de que Epstein le dijera a la mujer, en el primero de sus encuentros en Londres, que le tratara "migo". Una advertencia que era también una amenaza cuando ordenaba a Giuffre que se alistara con alguno de sus cómplices.
Una vida tormentosa
Siendo todavía una criatura, con una madre casi ausente, el padre de Virginia Roberts Giuffre abusó continuamente de ella e incluso, según su relato, cobró dinero de Epstein por mirar hacia otro lado cuando la chica ya había caído en las redes del pedófilo. El padre niega los abusos. En cualquier caso, cuando no era el padre, eran sus amigos quienes la violaban, o bien adolescentes de la misma edad que Virginia. El príncipe Andrés y sus asesores utilizaron el expediente policial de una denuncia por una doble violación, presentada en Florida, para impulsar una campaña de desprestigio contra su víctima a través de la prensa británica cuando ella le denunció.
Con menos de quince años, Virginia Roberts Giuffre fue violada por un conductor que la recogió mientras hacía autostop durante una de sus muchas fugas de casa o de la institución-reformatorio a la que la enviaron para enderezarla, y que sólo era otro tipo de infierno. "Entonces, sacó una pistola y puso el cañón en mi boca. Me violó primero por delante y después por detrás. La única lubricación fue la saliva que se escupió en la palma de su mano."
El relato es honesto. Giuffre no ahorra detalles íntimos, tampoco de su matrimonio, y muestra cómo el pasado marcó su vida de pareja. También se revela una ingenuidad, por momentos, desarmante: cuando con 19 años huye finalmente de Epstein (2002), que le ha pagado un viaje a Tailandia para realizar un curso de masajes, conoce a un australiano, Robbie, con quien se casa diez días después. Cree que es su salvador, su ángel de la guardia. Pero también el hombre, con el que tuvo tres hijos, acabará agrediéndola. El libro dice que, al menos, en dos ocasiones, lo que le valió una orden de alejamiento mientras vivían en Colorado.
Exculpación de Trump
A excepción de los abusos de su padre, la historia no contiene ninguna denuncia no conocida en muchas de las testificaciones judiciales que ofreció la víctima desde el momento en que Epstein empezó a ser perseguido por la justicia. Sorprende, sí, que hable de algunos agresores como del "antiguo ministro" o de un "jefe de Estado" sin dar nombres, y que identifique a otros de sus violadores como "Supermultimillonario 1, 2 y 3". Y aún sorprende más que una nota a pie de la página 222 aclare que Donald Trump rompió públicamente con Epstein en octubre del 2007, después de que éste agrediera a la hija adolescente de un miembro del club Mar-a-Lago del actual presidente de Estados Unidos y ocho meses antes de que aceptara su culpabilidad por la prostitución de la prostitución. Los nombres que menciona en la órbita Epstein, por su parte, ya se han repetido muchas veces: desde Bill Clinton hasta Ehud Barak. No hace ninguna acusación, pero sí denuncia, por ejemplo, que Ghislaine Maxwell, con la culpabilidad de Epstein ya conocida y probada judicialmente, fuera una de las invitadas a la boda de Chelsea Clinton (2010).
El sentimiento de culpa de Giuffre por haber sido víctima y al mismo tiempo captadora de chicas para Epstein, por ser una "esclava sexual", por no haber tenido otra vida, es impresionante, pero nunca lacrimógeno. El drama es sórdido porque lo son.
La labor de documentación de Amy Wallace, y la inevitable revisión legal del texto, es también obvia. La denuncia de los círculos de poder —monarquía británica, medios de comunicación que se pliegan a las presiones de la monarquía, la cadena estadounidense ABC, por ejemplo, políticos, financieros o científicos comprados por Epstein— sostienen la validez del testimonio y la memoria y valentía de esta mujer, que se suicidó el pasado abril, medio año antes de que el libro saliera a la venta. Giuffre, no se esconde, también justifica por qué llegó a varios acuerdos extrajudiciales abandonando los procesos civiles que había puesto en marcha contra los abusadores. La razón básica es que las vías penales se cerraron y la única opción eran las denuncias civiles. Conseguir dinero para ella y el resto de las víctimas –unas 200 conocidas– podía paliar un poco todo el daño que se les había infligido.
Pero muchos hilos todavía cuelgan del caso Epstein. No en vano el libro se cierra recordando las "cintas de vídeo que el FBI se incautó de sus casas". Desde este punto de vista, Virginia Roberts Giuffre fue uno más de los objetos con los que el magnate satisfizo sus perversiones y, como todas las demás mujeres, una pieza y un arma de poder por el posible chantaje contra los poderosos de los que se rodeaba. La pregunta final es inevitable: ¿aparecerán nunca estas cintas?