La muerte de Isabel II

Plegarias reales (de sangre y fuego) para Irlanda del Norte

Green Park acoge un memorial improvisado, al pie de los robles, y se vuelve el centro de flores y mensajes para la reina

LondresCarlos III ha paseado este martes por Irlanda del Norte –el primer rey británico que pone allí los pies en 77 años–, y en el discurso de respuesta a las condolencias recibidas de los miembros de la Asamblea de Stormont –incluidos los republicanos del Sinn Féin– ha espetado, entre otros, una declaración que choca con la historia: "En los años desde que empezó su larga vida de servicio público, mi madre vio que Irlanda del Norte pasaba por cambios trascendentales. Durante todos estos años, no dejó nunca de rezar por el mejor de los tiempos para este lugar, y para su gente, cuyas historias conocía, cuyos dolores había sentido nuestra propia familia [evocando así el asesinato por parte del IRA de Lord Mountbatten, en 1979]". Carlos estaba muy unido a Lord Mountbatten, tío abuelo del rey y su confidente cercano, y primo de Isabel II. El rey, claro, tenía que referirse a ello.

La reina quizás nunca dejó de rezar por Irlanda del Norte, pero el ejército británico del cual Isabel II era la comandante en jefe libró una guerra nunca declarada en nombre de la fe –protestante– y de la patria –el Reino Unido–, en un conflicto de raíces centenarias y de sesgo colonial.

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El 2011, sin embargo, la misma reina hizo una visita de reconciliación a la República de Irlanda e incluso estrechó la mano a uno de los líderes históricos del IRA, Martin McGuinness. Reconciliación ha sido una de las palabras clave en la ceremonia celebrada a primera hora de la tarde en la catedral de Santa Ana de Belfast, en memoria de la monarca. Pero el gobierno conservador británico ha hecho todo lo posible por avivar las diferencias en la provincia con el Brexit, y la tensión continúa creciendo. El de Carlos III ha sido un viaje solo para los unionistas.

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Los altares de Green Park

Cinco días después de la muerte de Isabel II, la orquestada operación de estado para sellar su legado y blindar la monarquía continúa completando etapas, con la BBC como aparato de propaganda principal.

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El lunes Escocia, ayer Irlanda del Norte, y el hoy Gales han sido y serán las visitas del rey antes de que, después del traslado del ataúd de Edimburgo a Londres, la atención se centre en Londres, en el Westminster Hall de las casas del Parlamento.

Desde las 17.00 h (hora local) se abrirá la capilla ardiente, por la cual se espera que desfilen centenares de miles de monárquicos. A la vez, el centro de Londres continúa preparándose para lo que puede ser un espectáculo humano nunca visto desde el entierro de Churchill en 1965.

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Un ejemplo de lo que se acerca es la marabunta de este mediodía, entre desconcertada y admirada, bajo la lluvia intermitente que caía en Green Park. Al pie de los majestuosos robles se ha creado el memorial improvisado para que la gente deje flores, tarjetas y también juguetes. Hay de todo, desde el oso Paddington hasta algún corgy de peluche, los perros de la reina, ahora huérfanos, como mostraba una viñeta de The Washington Post el pasado viernes.

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Todo el mundo hace fotos de los mensajes. De los propios y de los de los de los demás. Olor de flores mojadas y tinta escurrida, por una lluvia en la cual muchos –los comentaristas de la BBC– querrían ver lágrimas. Los mensajes, algunos, se borran. Pero muchos se pueden leer. Elijo uno de los millares que hay: "Eres muy querida no solo por el pueblo de Gran Bretaña, sino también por todo el mundo".

Todo el mundo, pero especialmente los británicos, necesitan que les quieran. E Isabel II, y la histórica histeria generada, es la prueba. Cuando hablo con los fieles que hay en Green Park agradecen sinceramente mi interés y de periodistas de todo el mundo por saber como se sienten.

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Los británicos –y no lo dice este cronista, sino el ensayista irlandés Fintan O'Toole en un libro brillante, Un fracaso heroico– necesitan saberse queridos por todo el mundo –la reina es su personificación– porque el Reino Unido (Inglaterra) nunca digirió bien la victoria en las playas de Normandía a cambio de la pérdida progresiva del imperio. El mundo les debe todavía haber vencido a los nazis –los pecados del Imperio o en Irlanda del Norte, entre otros, permanecen bajo la alfombra–, y ahora, entregado con cuerpo y alma a un espectáculo de masas global, está satisfaciendo una parte de la deuda. Pompa, circunstancia y delirio.