Portugal

La tragedia del pueblo portugués que freía el pescado con cocaína

El futuro de Rabo de Peixe quedó condenado después de que media tonelada de esta droga llegara a sus playas

Laura Aragonés Maigí
y Laura Aragonés Maigí

Rabo de Peixe (Portugal).En el pueblo marinero de Rabo de Peixe se palpa la oscuridad de la adicción a las drogas. Los vehículos aparcan en cualquier lado de la calle, indiferentemente, y provocan que peatones y conductores se disputen la circulación. En los cruces aparecen espontáneos de gestos acelerados que dan indicaciones a los coches. Otros paseantes saludan con sonrisas alegres, mostrando su dentadura oscurecida e incompleta. Prolifera el olor de marihuana. Por todos los callejones, mujeres y hombres mantienen el equilibrio sentados en las aceras o en los escalones de las casas. Cerca del puerto, pasa un coche tuneado –modificado para mejorar sus prestaciones– con la música altísima. No consigue inmutar los ojos tristes de unos colegas que, bajo las gorras y las capuchas, contemplan el mar consolados por una cerveza.

Este panorama no es nada propio de un pueblo de 8.800 habitantes enmarcado en la armonía del archipiélago portugués de las Azores, donde la gente es sencilla y vive conectada con la naturaleza, el sector primario y el folclore tradicional. Evidentemente, no es casualidad.

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El año 2001 ocurrió un hecho que trastornó gravemente la salud de la localidad y, a pesar de que escasee la documentación oficial relacionada con la cuestión, la memoria colectiva de la población es clara y unánime. A principios de junio, una tormenta afectó a un barco que no tuvo más remedio que varar con urgencia en la costa del municipio con discreción, fuera del campo visual de la vigilancia del puerto. Básicamente, porque se trataba de un velero proveniente de Venezuela de más de 12 metros de eslora cargado de cocaína. El narcotraficante, Antoni Quinzi, O italiano, originario de Sicilia, decidió esconder la mercancía. Una parte en tierra firme, dentro de una cueva cercana, y la otra parte en el fondo marino, anclada entre redes y cadenas. Pero la naturaleza rompió la cuerda que amarraba los fardos y, en cuestión de horas, centenares de paquetes de un kilo de cocaína cada uno aparecieron en el muelle. Atraídas por el hallazgo, familias enteras recogieron los fardos e hicieron despensa.

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A priori, el género tenía que llegar a Palma de Mallorca, a manos de unos destinatarios fácilmente más experimentados con la coca que el vecindario de Rabo de Peixe. La ignorancia hizo que los vecinos utilizaran la cocaína como si se tratara de harina o azúcar. Se usó para freír pescado y los cafés resultaban intoxicados, en vez de edulcorados. Dice la memoria popular que, incluso, el polvo se empleó para pintar las líneas del campo de fútbol del pueblo.

Muertos por sobredosis

Durante las siguientes semanas, los centros sanitarios se colapsaron. Una veintena de muertos y decenas de ingresados por sobredosis evidenciaron la tragedia. Los laboratorios señalaron que la pureza del alcaloide era de más del 80%, cosa que significa que sus efectos eran muy superiores a los de la cocaína habitual del mercado. Las autoridades se apresuraron a advertir del peligro, pero la cocaína ya se regalaba a cambio de favores y se vendía a precios ridículos.

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“Era muy fácil conseguirla. De camino a casa te podían ofrecer varias veces”, reconoce Marco Moscatel, vecino de un municipio próximo. La medida estándar era un vaso de caña de cerveza que, lleno hasta arriba, costaba unos veinte euros. “Había mucha droga. Todos la probamos y a la mayoría nos gustaba. Algunos se enriquecieron, otros pensaban que podían volar y muchos murieron”, explicaba Yoão, traficante y consumidor, a un medio portugués. “Encontramos cien kilos, probé un gramo y medio y fui directo al hospital. Era muy pura”, reconocía otra víctima.

Los cuerpos policiales rastrearon casas y vehículos para requisar la droga. En el registro de un barco anclado, un pequeño paquete de cocaína delató a O italiano, que, sin resistencia y noblemente, colaboró con la investigación. Antoni Quinzi compartió la ubicación de la cueva del tesoro con la policía, que rebajó el pánico anunciando que había requisado 400 de los 500 kilos de cocaína que, presuntamente, transportaba el velero. Esta cifra es dudosa, puesto que una embarcación de las características descritas podía cargar más de tres toneladas de coca.

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La fuga del siciliano

Con todo, el siciliano mantuvo una buena relación con los guardias, hasta el punto de que estos no lo frenaron el día que se escapó de la prisión de Ponta Delgada. Convencido, escaló el muro, saltó a la calle, dijo adiós con la mano a los agentes de seguridad y huyó con una motocicleta que lo esperaba. Al cabo de poco, sin embargo, la policía lo volvió a localizar y lo envió al Portugal continental, donde fue juzgado y condenado a 9 años y 10 meses de prisión.

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Durante estos años, en Rabo de Peixe se extendió el consumo de cocaína y, en consecuencia, de heroína, puesto que la pureza de la primera requería drogas más potentes para complementar sus efectos. Los servicios sanitarios y de asistencia social no estaban preparados para tratar la drogadicción, así que centenares de familias fueron víctimas del consumo exagerado. “Quien guardó la cocaína se hizo rico. Los que solo la consumían, unos desgraciados”, dice Moscatel.

Actualmente, se estima que la mitad de la población adulta de Rabo de Peixe es drogadicta. André, un hombre de apariencia muy desgastada, aclara que la forma de sobrevivir es “gracias al banco de alimentos y la renta de inserción social”, que proporciona a los portugueses en situación de pobreza extrema cerca de unos 200 euros mensuales. Por eso, entre el 20 y el 22 de cada mes en los cajeros automáticos se forman colas para recoger un dinero en metálico que probablemente irá destinado a la compra de estupefacientes. Más de veinte años después del inoportuno naufragio, Netflix Portugal está grabando una serie sobre el caso que lo dará a conocer en todo el mundo. Una historia basada en hechos reales y con unas secuelas que han abatido a un pueblo entero.