Dos gobiernos y el espectro de la guerra: Libia se vuelve a romper
Sirte y Trípoli son las dos sedes de administraciones rivales que se disputan el control del país
El CairoLa estampa genera un cierto déjà vu: dos gobiernos paralelos que se declaran legítimos y operan a la vez mientras compiten por el control de Libia. Una nueva fractura que evidencia el fracaso del plan por reunificar las instituciones del Estado, que continúa descompuesto más de una década después de la caída del régimen de Muamar el Gadafi. El país mediterráneo vuelve a enfrentarse a un futuro preocupante, marcado por la confusión, una creciente división interna y una paz inestable y cada vez más frágil.
El pasado martes, el político Fathi Bashagha, escogido en febrero primero ministro de Libia por su controvertido Parlamento, anunció que retomaría el trabajo al frente del ejecutivo desde la ciudad costera de Sirte, en el centro del país. Mientras tanto, en la capital, Trípoli, el primer ministro Abdul Hamid Dbeibé, del gobierno de unidad nacional, que ocupa el cargo desde febrero de 2021, siguió informando como de costumbre sobre sus compromisos de la jornada: desde reuniones con varios líderes municipales para hacer un seguimiento de la situación de los servicios en la zona y de la ejecución de proyectos hasta la inauguración de un programa de seguro médico para la gente mayor.
Dos administraciones rivales
Libia había sido partida ya antes. Desde el año 2014, cuando estalló una guerra civil y se celebraron unas polémicas elecciones, dos administraciones rivales, con el apoyo de frágiles constelaciones de milicias y diferentes aliados internacionales, fueron consolidándose una al este y la otra al oeste del país. La división se fue agravando hasta el punto que, en abril de 2019, el autoproclamado Ejército Nacional Libio, dominante en el este del país, lanzó una ofensiva sobre Trípoli, al oeste, que al fracasar derivó en un brutal asedio de la capital.
Aquel compás de espera solo se rompió un año después gracias a la intervención turca a favor del Gobierno de Trípoli reconocido por la comunidad internacional, que obligó al ENL, que tiene el apoyo de Rusia y los Emiratos Árabes Unidos, a replegarse. Y las dos partes acabaron firmando un alto el fuego en octubre de 2020.
Aprovechando aquel hito, la ONU estableció al mes siguiente un foro de diálogo formado por una septuagésima de personalidades libias para definir una hoja de ruta, que incluía la celebración de unas elecciones presidenciales y parlamentarias en diciembre de 2021 y la constitución de un gobierno de transición para gestionar el proceso. Al frente del ejecutivo colocaron a Dbeibé, que en marzo de 2021 recibió la aprobación del Parlament, con sede al este. Fue la primera vez en años que Libia vivía una cesión de poderes pacífica y tenía un solo gobierno.
Los límites de aquella dulce sintonía, sin embargo, aparecieron pronto. La unificación institucional no avanzó, sobre todo en el plano militar, y las fuerzas extranjeras y mercenarias aliadas con unos y otros no mostraron ninguna intención de marcharse. La situación se fue deteriorando hasta que el Parlamento que le había concedido el apoyo a Dbeibé lo retiró y el poderoso presidente de la cámara, Aguilah Salah, firmó una ley para celebrar elecciones en diciembre, pero sólo las presidenciales y sin aprobar antes una base constitucional.
A pesar de las irregularidades y carencias del proceso, y la sensación general que Libia se estaba encaminando hacia un salto al vacío sin ninguna garantía, las grandes potencias apoyaron a la cita electoral.
Tensión y violencia
La tensión y la violencia fueron en aumento las semanas previas a unos comicios que al final no se celebraron y empujaron a Libia a la incertidumbre. El Parlamento al este consideró entonces que el mandato del gobierno de transición de Dbeibé había vencido, y en febrero eligieron a Bashagha como primer ministro con el beneplácito del comandante del ENL, Khalifa Haftar. Dbeibé, sin embargo, ya se había hecho fuerte en Trípoli. Y, protegido por milicias aliadas, se ha negado a ceder el poder alegando que su mandato tiene que continuar hasta que el país pueda celebrar elecciones.
El punto de máxima tensión fruto de esta nueva división se produjo a mediados de mayo, cuando Bashagha entró en Trípoli, sede del Gobierno de Dbeibé, para intentar instalarse con la ayuda de una poderosa milicia local. Pero la contundente respuesta de las milicias afines a Dbeibé derivó en horas de enfrentamientos que forzaron a Bashagha a retirarse. Y fue entonces cuando este último decidió establecer en la costa Sirte la sede de su ejecutivo. El episodio fue una breve muestra del riesgo de una escalada de violencia que existe hoy en el país y volvió a exponer el enorme poder de las milicias para determinar el futuro de Libia.
El petróleo, bloqueado
Además, para añadir presión a Dbeibé, líderes tribales afines al comandante Haftar, que apoya a Bashagha, han cerrado buena parte de las instalaciones petroleras del país, que representan la principal fuente de ingresos del Estado, las finanzas del cual se controlan desde Trípoli. Se trata de un bloqueo especialmente doloroso en estos momentos, porque el precio del petróleo, con la invasión rusa de Ucrania, está actualmente por las nubes y Libia no se está beneficiando de ello.
La ONU, a su vez, ha perdido la influencia que había ejercido antes del 24 de diciembre sobre el futuro político del país. Y, a pesar de que varios líderes políticos se han reunido en las últimas semanas en Egipto para intentar construir puentes, la falta de neutralidad del Cariz, aliado del presidente del Parlamento, deja poco margen para la esperanza. En este contexto, además, el foro de diálogo establecido por la ONU a finales de 2020, y que escogió a Dbeibé primer ministro, acaba mandato a finales de junio, lo que puede agravar todavía más la crisis de legitimidades y el peligro de una nueva escalada militar.