Los héroes del volante que llevan comida a Kiev

Los trayectos duran el doble de horas, los precios han aumentado y la mayoría de productos vienen de Polonia

Enviada especial a KievTodas las estanterías de bebidas alcohólicas del supermercado están vacías y un letrero dice: “Ucrania está en nuestro corazón. Gloria a Ucrania, gloria a nuestros héroes”. Es una manera épica y poética de informar a los clientes que hay ley seca en Ucrania y está prohibido vender bebidas alcohólicas. Es imposible encontrar una sola botella de alcohol en los supermercados y en las tiendas de alimentación, que son de los pocos establecimientos abiertos en Kiev, la capital ucraniana. Se puede decir que es lo único que falta, porque sorprendentemente la mayoría de alimentos continúan llegando a la ciudad a pesar de la guerra.

Saro está atareado descargando sacos de cebollas de un camión en el mercado de distribución de fruta, verdura y hortalizas de Kiev, en el barrio de Troieshchyna. Es un azerbaiyano que ha decidido continuar recorriendo el país al volante de un camión a pesar del conflicto. Como él, la mayoría de transportistas en el mercado son extranjeros: de Azerbaiyán, Kazajistán, Uzbekistán… Su piel oscura los delata. Son héroes que garantizan que la comida continúe llegando a la capital ucraniana. En el mercado exhiben la mercancía que traen desde centenares de kilómetros de distancia para que esté a la vista de los pequeños comerciantes, que acuden a comprar género. Los camiones están aparcados uno junto a otro en una gran explanada.

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“Antes traía las cebollas de Jersón, pero ahora esto ya no es posible”, comenta Saro sin dejar de descargar sacos. La provincia de Jersón, al sur de Ucrania, donde las temperaturas son relativamente más cálidas, es una de las más asediadas por las tropas rusas. De allí también procedían las zanahorias, las patatas y la remolacha, otros de los productos básicos de la cocina ucraniana porque son los ingredientes principales del borscht, la sopa tradicional que no puede faltar en ninguna mesa en Ucrania. Ahora estos productos llegan desde la provincia de Odesa, también al sur, o directamente desde Polonia, que se ha convertido en casi un cordón umbilical para el país. De allí proceden la mayoría de productos. Los kilómetros a recorrer son más o menos los mismos, pero lo que ha cambiado drásticamente son las condiciones de la ruta.

“Antes tardaba entre ocho y nueve horas en ir de Odesa a Kiev. Ahora pueden ser veinticuatro o cuarenta y ocho”, asegura el conductor, a pesar de que la distancia a recorrer son menos de 500 kilómetros. Hay controles militares por todas partes, algunas carreteras no son seguras y hay que hacer una gran vuelta, y entrar a Kiev es un infierno. Las fuerzas de seguridad ucranianas revisan todos los vehículos que acceden a la capital y se forman colas quilométricas, de horas de espera. Además, conseguir combustible se ha convertido en un quebradero de cabeza. En todas las gasolineras hay un letrero que indica que cada vehículo solo puede repostar como máximo 20 litros, una cantidad que es ínfima para un camión.

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Con este panorama, es lógico que el coste del transporte se haya disparado. Shiko, otro conductor, pone un ejemplo: “Contratar un camión desde la frontera de Polonia hasta Kiev valía antes 25.000 grivnas [unos 767 euros]. Ahora cuesta el doble: 50.000”. Es decir, más de 1.500 euros. Por supuesto, esto repercute en el precio final de los alimentos, que en general ha aumentado. Por lo tanto, sí, hay casi de todo en los supermercados, pero otra cosa es que la gente tenga capacidad adquisitiva para comprar en un país donde la economía está paralizada. Los productos más baratos son los que tienen salida.

En una pescadería del mismo barrio de Troieschyna, hay un montón de gente que hace cola. Casi no hay pescado fresco, solo congelado. "No podemos traerlo fresco porque tardamos horas en llegar a Kiev con los controles militares", justifica la pescadera, sin dejar de despachar. En dos carnicerías próximas tampoco hay carne fresca, solo salchichas y más salchichas, de todo tipo y tamaño. Solo en una parada de venta ambulante se puede encontrar cerdo. El vendedor incluso exhibe la cabeza entera del animal, prueba irrefutable de que aquella carne sí que es fresca. “Los cerdos los mato yo mismo con mis manos”, dice el hombre, que se llama Valeri y es granjero. Antes también vendía carne de vaca, asegura, pero ahora prefiere no sacrificarlas para asegurar la producción de leche mientras dure la guerra.