El hombre que entra a robar en los museos de Europa

El activista congoleño Mwazulu Diyabanza lucha por devolver el patrimonio africano saqueado durante el colonialismo

BarcelonaA 500 metros de la Torre Eiffel y al lado del río Sena, está el Musée du quai Branly-Jacques Chirac. Se inauguró en 2006 y está lleno de tesoros. Se expone buena parte del arte y el patrimonio de las antiguas colonias francesas: objetos originarios de Oceanía, Asia, América y, sobre todo, de África. Se pueden encontrar, por ejemplo, setenta mil piezas de colección provenientes del África subsahariana. Desde esculturas y máscaras de la actual Burkina Faso o Senegal hasta pinturas que algún día decoraron muros de iglesias en Camerún o Etiopía. Cerca de un millón y medio de personas entran cada año al museo, uno de los más visitados del mundo en su categoría.

El 12 de junio de 2020, Mwazulu Diyabanza, activista congoleño de 42 años, llegó al museo y compró una entrada. Acompañado de cuatro hombres más, estuvo unos minutos observando y estudiando las obras expuestas. Y, de repente, empezó a gritar: “Esta riqueza nos pertenece y tiene que ser devuelta. Llevaré a África aquello que nos robasteis”. Seguidamente, cogió uno de los objetos –una estaca funeraria del siglo XIX originaria de alguna zona entre Sudán y Chad– e intentó llevársela. Los guardias del museo le pararon, pero uno de los compañeros del activista ya tenía el móvil preparado para retransmitirlo en directo a través de Facebook. “Los museos de Europa se hacen ricos con objetos que fueron arrebatados con violencia durante la época del colonialismo y la esclavitud”, decía mientras forcejeaba con los guardias.

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La escena se repetiría durante los próximos meses. En julio, Mwazulu Diyabanza fue a Marsella para visitar el Musée d’Arts Africains, Océaniens et Amérindiens, donde también cogió uno de los objetos africanos expuestos hasta que fue parado por los guardias antes de que consiguiera abandonar las instalaciones. El vídeo en Facebook no faltó. Y, en septiembre, el escenario fue el museo africano del municipio de Berg en Dal, en los Países Bajos. En este caso sí que consiguió salir a la calle con una estatua congoleña hasta que fue detenido por la policía. “No somos delincuentes, solo luchamos contra aquellos que nos robaron”, se justificaba ante los agentes. Un argumento que no le ha salvado de ser llevado a juicio e, incluso, condenado a pagar una multa de 1.000 euros por su “intento de robo” en el Musée du quai Branly-Jacques Chirac de París.

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Y es que a Mwazulu Diyabanza, que nació en la República Democrática del Congo pero que llegó a Francia como refugiado político, hay un dato que le duele mucho: se calcula que cerca del 90% del arte africano se encuentra, actualmente, fuera del continente. Y la mayoría de este patrimonio descansa en prestigiosos museos europeos o en colecciones privadas, también de propiedad europea. En sus reivindicaciones, el activista a menudo se hace, en voz alta, dos preguntas: “¿Por qué tengo que pagar la entrada de un museo en la otra punta de mundo para ver un arte que pertenece a nuestro pueblo?” y “¿por qué la inmensa mayoría de africanos nunca podrán ver el arte de sus antepasados?”

Un debate histórico

El debate sobre la restitución del arte y el patrimonio africano, saqueado y descontextualizado durante la época del colonialismo, no es nuevo. Pero en los últimos años ha cogido fuerza. En primer lugar, gracias al creciente número de entidades africanistas –como la que lidera el mismo Mwazulu Diyabanza–, que exigen la devolución de estos objetos a sus países de origen. Y, en segundo lugar, a raíz de una investigación que encargó el presidente francés, Emmanuel Macron, en marzo de 2018. El estudio fue liderado por la historiadora francesa Bénédicte Savoy y por el economista senegalés Felwine Sarr, y las conclusiones que sacaron fueron basta contundentes: documentaron centenares de miles de obras y objetos “arrancados de sus culturas de origen a través de la violencia colonial”.

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El trabajo hace un repaso histórico para recordar que este saqueo se llevó a cabo principalmente durante el siglo XIX a través de expediciones militares realizadas por Francia, Bélgica, Inglaterra, los Países Bajos o Alemania que derivaron en la adquisición por la fuerza de buena parte del patrimonio cultural de aquellos pueblos. Según el informe, las obras más espectaculares pasaron a formar parte de las grandes salas nacionales, como el Museo del Louvre o el Británico. También se construyeron galerías específicas para este tipo de arte. Otros objetos, en cambio, fueron subastados y quedaron bajo custodia de familias pudientes o de militares que, con los años, los cedieron a museos estatales.

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Las cifras resultantes impactan: en el Museo Real del África Central en Bélgica se calcula que hay 180.000 piezas procedentes del continente africano; en el Humboldt Forum de Berlín, 75.000; en el Museo Británico, cerca de 70.000. Son solo algunos ejemplos. Como consecuencia, y tal como advirtió en 2007 el especialista en museos africanos Alain Godonou, “en general los museos nacionales de los países africanos nunca superan los 3.000 objetos culturales”. Algunos gobiernos, como el de Senegal, Nigeria o Benín, han reclamado la restitución de su patrimonio, pero a pesar de las buenas palabras el botín no llega. Y, si lo hace, es con cuentagotas.

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La factura del expolio

“Todo ello ha tenido una factura muy importante para los países africanos”, se lamenta el mismo Mwazulu Diyabanza en una conversación con el ARA. Y él mismo destaca dos aspectos: “Robar la cultura de los pueblos africanos era una forma más de destruir al hombre y a la mujer africanos, su espíritu, su identidad”, asegura el activista, según el que el expolio cultural, sumado al expolio económico y político fruto de la colonización, ha impedido que la población africana recupere la confianza en sí misma para poder mirar de tú a tú a las sociedades europeas. “La cultura y el patrimonio son clave para que una sociedad avance”.

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Él, como otros activistas africanistas, también denuncia que se ha atacado la verdad histórica. “Las personas que trajeron estas obras a los museos europeos han sido siempre tratados como grandes héroes, filántropos defensores de la cultura”, dice. “Los museos, que se han hecho ricos con nuestro patrimonio, no explican que estos objetos llegaron aquí gracias a la violencia y el saqueo”. Y rehúsa totalmente el argumento que a menudo se utiliza desde el Viejo Continente para defender que los museos de aquí alberguen el patrimonio de allá (ha sido la forma de preservar con condiciones y medidas de seguridad todas estas obras de arte): "Hace décadas que los museos africanos están preparados para hacerlo del mismo modo". También recuerda que, a menudo, la inestabilidad política que las habría podido poner en riesgo viene derivada, precisamente, de la época de la colonización.

Sea como fuere, Mwazulu Diyabanza no esconde que continuará entrando en museos europeos para recuperar “aquello que nos fue robado”. ¿Hasta cuándo? “Hasta que los gobiernos de Europa entren en razón y deciden devolver todos estos objetos a su lugar de origen y, a la vez, recompensen a todos los perjudicados por tantos años de explotación y mentiras”. El proceso se augura difícil. Y lento.