El regreso de los talibanes

Quién son los hombres fuertes de los talibanes que dirigirán el nuevo emirato

Haibatullah Akhundzada es el líder supremo, pero no se puede asegurar que esté vivo

BarcelonaEn cuestión de semanas, los comandantes talibanes que hace dos décadas que combaten en Afganistán se han convertido en los amos del país, después de una retirada caótica y humillante de los ejércitos de los Estados Unidos y la OTAN. Los talibanes surgieron de los guerrilleros muyahidines que combatieron (con el apoyo de los Estados Unidos) la invasión soviética de Afganistán, en 1979. La URSS se derrumbó en 1991, y con su retirada empezó un enfrentamiento civil entre diferentes señores de la guerra. En este contexto, en 1994, un imam de la ciudad de Kandahar, el mulá Mohammad Omar, fundó los talibanes, originalmente un pequeño grupo de estudiantes de escuelas coránicas. En cuestión de dos años, el grupo llegó a conseguir el control del país e impuso su particular interpretación de la ley islámica inspirada en el código tribal pastún: las mujeres recluidas en casa controladas por sus maridos, ejecuciones y palizas públicas o quema de libros y películas occidentales.

Echados por la invasión norteamericana de 2001 en represalia por los atentados de Al-Qaeda del 11 de septiembre en Estados Unidos, los talibanes operan hoy bajo el liderazgo de su líder supremo Haibatullah Akhundzada, a quien consideran un erudito y quien ha sido su referente principal en materia de ley religiosa. Fue él quien legitimó los atentados suicidas (prohibidos en la fe musulmana) y quien determinó que había que combatir el Estado Islámico cuando intentó infiltrarse en el país. El líder supremo, de 60 años, es un pastú –la principal comunidad en el país, que siempre ha reclamado su derecho a gobernarlo– de Kandahar que combatió en los años ochenta contra los soviéticos y formó parte del núcleo fundacional de los talibanes. Fue el referente religioso del mulá Omar y se le conoce por su estilo de vida austero.

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El líder supremo en la clandestinidad

Akhundzada es una figura clandestina, con escasas intervenciones públicas, e incluso algunos expertos dudan de que esté vivo. De hecho, los talibanes consiguieron ocultar durante dos años la muerte de su fundador, el mulá Omar. Cogió el relevo de su predecesor Akhtar Mansour, fallecido en 2016 en un ataque con un dron de los Estados Unidos en la frontera entre Afganistán y Pakistán. Entonces pasó por delante de otros líderes más conocidos, favorecido por su perfil tribal, su reputación y este papel de erudito. Y hasta ahora su liderazgo ha sido sorprendentemente pragmático: fue él quien autorizó las negociaciones con los Estados Unidos de Donald Trump y también quien repetidamente instó a los comandantes locales a actuar en las comunidades bajo su control con disciplina y buena gobernanza.

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Sin embargo, los talibanes ya no son el grupo monolítico del mulá Omar. Según el historiador Carter Malkasian, que también fue asesor de los Estados Unidos en Afganistán, en los últimos años ha habido una división entre los comandantes sobre el terreno –que hoy dominan la situación– y la dirección política implicada en las negociaciones de Doha, que condujeron al acuerdo con el expresidente Donald Trump por la retirada de las tropas estadounidenses a cambio de que los talibanes se comprometieran a no permitir la actividad de otros grupos yihadistas en su territorio. "Los talibanes han tenido divisiones y algunas fracturas, pero operan como un solo movimiento", apunta.

Un consejo de líderes

De hecho, los talibanes se rigen por un consejo conocido como la Shura de Quetta, la ciudad afgana donde viven la mayoría de sus dirigentes, y el poder del emir no es absoluto. Sus dirigentes tienen diferentes redes de seguidores más o menos informales que son operativas en diferentes regiones, algo que se puede reproducir en su nuevo régimen. El más conocido, que se podría considerar el líder político efectivo, es Abdul Ghani Baradar, de unos 50 años, que controla la oficina política del movimiento en Doha. Uno de los cofundadores del movimiento a principios de los años noventa, se refugió en Pakistán después de la invasión norteamericana y dirigió de facto la organización mientras el mulá Omar vivía escondido. Se pasó ocho años encarcelado en Pakistán y se cree que fue liberado a petición de Washington para facilitar las negociaciones con Estados Unidos. Desde entonces ha sido la cara pública de la organización y tuvo reuniones con los gobiernos de Pakistán y China y contactos telefónicos con Trump.