Afganistán

“Cuando me miro en el espejo es para asegurarme de que voy tapada de pies a cabeza”

Dietario de una periodista afgana que explica, en exclusiva para el ARA, cómo los talibanes han obligado a la gente a cambiar su forma de vestir

14/11/2025

KabulCuando era estudiante en la universidad, entre los años 2018 y 2022, tenía unos vaqueros azules que llevaba casi todos los días. Eran sencillos y no muy caros, pero para mí eran parte de mí misma. Con el tiempo, la ropa se había ablandado y sobre todo la parte de las rodillas se había desgastado, pero me sentía cómoda. Siempre los guardaba en el estante superior de mi armario, y sabía que los volvería a elegir para ponérmelos al día siguiente.

Cuando los talibanes llegaron al poder en agosto del 2021, durante una temporada seguí llevando vaqueros. Los escondía bajo un chapan, una especie de bata larga hasta los pies, y pensaba que mientras nadie los viera, no todo había cambiado. Éste fue mi pequeño acto de resistencia para conservar algo de mi yo del pasado.

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Pero un día en la universidad los talibanes anunciaron que las chicas ya no podrían entrar con vaqueros, aunque los llevaran escondidos bajo un chapan. "Esta ropa ya no es apropiada", argumentaron. En ese momento me cerré bien el chapan para que mis vaqueros no fueran visibles, pero me di cuenta de que ya no podría seguir llevándolos aunque fuera a escondidas y en silencio.

Sin embargo, no los tiré. Los plegué con cuidado y los coloqué junto a otras prendas que ya no puedo vestir a causa de las restricciones de los talibanes. Todavía están allí, en el estante superior. A veces los toco para recordarme que una vez caminé libremente sin miedo y que podía vestir como quería.

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Después de eso, mi ropa cambió completamente. Ahora llevo una abaya negra y larga, conocida aquí, en Afganistán, como el "hiyab árabe". La tela es gruesa y pesada, lo que dificulta mi movimiento, y no hay sitio para el color. También me pongo un velo islámico bien ajustado para cubrir cada mechón de pelo, y camino más lentamente y con más cuidado. Cuando me pongo delante del espejo, no es para ver cómo me veo, sino para asegurarme de que no me ven, es decir que voy tapada de pies a cabeza.

De momento llevar el burka no es obligatorio en las grandes ciudades como Kabul, Mazar-e Sharif y Herat. Pero esta semana, Médicos sin Fronteras ha denunciado que desde el pasado 5 de noviembre es obligatorio que las mujeres lleven burka para entrar en los centros públicos de salud en toda la provincia de Herat, en el noroeste de Afganistán. Da igual si son trabajadoras o pacientes. La norma es para todas.

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Leer eso me llenó de un miedo silencioso pero profundo. Me preocupa que algún día la misma norma pueda aplicarse en Kabul. A veces parece que la ropa no sólo cubra el cuerpo, sino que también muestre lo oscuro que puede llegar a ser el futuro.

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La transformación de los hombres

Estos cambios no han sido sólo para nosotras, las mujeres. También los hombres de mi familia han tenido que cambiar su aspecto. Por ejemplo, mi hermano siempre ha llevado barba corta, de pocos días. Sin embargo, con el regreso de los talibanes, mi padre le aconsejó que se la dejara crecer para evitar problemas. Al principio mi hermano no dijo nada, pero de repente empezó a mirarse en el espejo. Finalmente se ha dejado crecer la barba, no por convicción, sino por miedo.

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En las oficinas los hombres deben llevar el tradicional shalwar kameez, es decir el blusón ancho y el típico pantalón bombacho musulmán. Incluso aquellos que han trabajado años en entornos internacionales y llevaban trajes de chaqueta como parte de su identidad profesional ahora han tenido que transformarse. Los cambios externos parecen sutiles, pero son profundos: nadie te dice qué debes pensar, pero sí qué apariencia debes tener y, paulatinamente, tu pensamiento también empieza a cambiar.

Este curso académico los niños también han tenido que cambiar sus uniformes escolares. Los pequeños que antes corrían con pantalones de pinzas y mochilas de colores hacen ahora cola para entrar en la escuela con ropa tradicional, gorro musulmán y turbantes. Han dejado de tener una apariencia infantil a tener una religiosa y tradicional. Cuando lo vi, tuve la sensación de que la escuela ya no era un sitio para aprender.

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Las fachadas de Kabul están llenas de lemas escritos que nos recuerdan qué podemos hacer y qué no. "Observe la vestimenta islámica" o "abandone la cultura occidental", dicen. Las palabras en sí mismas son inofensivas, pero en la vida cotidiana se convierten en hilos invisibles que atan el cuerpo, el comportamiento y los pensamientos.

Incluso los escaparates de las tiendas también han cambiado. Ya no hay fotos de modelos y los maniquíes han sido decapitados. Es como si estuvieran censuradas las caras, las miradas, la presencia de personas.

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Kabul sigue siendo la misma: las mismas calles, los mismos edificios..., pero la sensación es diferente. Cuando paso por delante de estas fachadas con lemas escritos, a menudo mis ojos miran instintivamente al suelo, como si las paredes también me estuvieran observando.