Odesa, la ciudad de arte que ya sufrió un cruel asedio en 1941
Fundada por un descendente de catalanes, su puerto ocupa una posición clave antes de que lo atacara el ejército ruso
BarcelonaJusto ante el edificio de la Ópera de Odesa, levantada en 1810 con estilo rococó, hay una plaza. A la izquierda, los gatos se ensartan por los escalones de la escalera del Museo de Historia de la ciudad, justo en la calle dedicada al fundador de la ciudad, el almirante Josep de Ribas, un militar del ejército ruso hijo de barcelonés. Cuando la calle llega a la plaza, en una esquina, hay la lista de militares soviéticos que recibieron condecoraciones de guerra. Un memorial a los miles de soldados que murieron durante el asedio de la ciudad de 1941, del 8 de agosto al 16 de octubre. Todavía más civiles murieron en una de las batallas más crudas de la guerra.
Odesa, fundada a la orilla del mar Negro, es una ciudad preciosa. Las escaleras Potemkin comunican el centro de la ciudad con el mar. Las escaleras donde Serguéi Eisenstein rodó una de las escenas más conocidas de la historia del cine, aquella donde las tropas del zar chafan una manifestación que reclama pan y libertades; con un cochecito de bebé cayendo escaleras abajo. La masacre pasó, es cierto. Pero estuvo en la calle de arriba, no en las escaleras. Pero Eisenstein entendió que en aquel cine mudo la imagen de las escaleras tenía más poder. Y hasta hoy, muchas personas peregrinaban hasta aquí para ver las escaleras; y dormir, si pueden, en el hotel del lado, el Londonskaya, donde durmió el mismo Eisenstein aquellos días de 1925 del rodaje. Andar por sus pasillos es emocionarse con la historia de esta ciudad. Aquí durmieron Chékhov, Mayakovski, Robert Louis Stevenson, Isadora Duncan, Mastroianni o Montserrat Caballé. Odesa es una ciudad de arte, encaminada a un nuevo asedio. El primero, aquel de 1941, fue cruel.
Entre 40.000 y 60.000 soviéticos perdieron la vida en aquel asedio, en los primeros meses de la operación Barba-roja, cuando los nazis atacaron la URSS acompañados de sus aliados. De hecho, quien asedió Odesa no fueron los nazis, fueron los rumanos, que habían entrado por la frontera por la zona de Besarabia. Más de 93.000 soldados del cuarto ejército rumano, con la ayuda de algunos pelotones del undécimo ejército alemán, necesitaron medio año para conquistar este puerto. La ciudad recibió el título de ciudad "heroica" de la URSS. A pesar de que no aguantó tanto como otras ciudades donde el asedio todavía se alargó más, como Sebastopol, en Crimea. O Leningrado y Stalingrado, que resistieron después de más de un año con el enemigo a las puertas. Estas fueron las cuatro ciudades que recibieron este título, de ciudad heroica, en la URSS. Y los monumentos son bien visibles, a pesar de la ley del Parlamento ucraniano de 2015 según la que todos los símbolos comunistas se tienen que eliminar de las calles. Con una excepción: si tienen relación con la Segunda Guerra Mundial. Parte de la defensa se hizo bajo tierra, puesto que la ciudad era llena de galerías subterráneas, construidas inicialmente para sacar piedra calcárea. Se calcula que hay más de 2.500 km de túneles en la ciudad, utilizados en 1941 por los defensores soviéticos y las últimas décadas por el crimen organizado, para entrar objetos que no quieren declarar, o para promocionar el turismo.
Las memorias de aquel asedio han pasado de boca en boca de los supervivientes hasta ahora. Los rumanos quedaron tan castigados después de topar contra la resistencia soviética, que los generales al servicio del dictador Ion Antonescu le recomendaron abandonar aquella aventura estúpida que era acompañar a Hitler hacia el este. Antonescu, que había recibido la noticia de la decisión de Hitler de atacar la URSS antes que Mussolini, no les hizo caso. Y encaminó Rumanía hacia el desastre. Antonescu confiaba que los alemanes permitirían a los rumanos expandir sus fronteras con tierra conquistada. De hecho, la idea era que Odesa fuera parte de Rumanía, hecho que Hitler le ofreció a cambio del apoyo militar. Antonescu había subido al poder con un golpe de estado en 1940 aprovechando que buena parte de la población estaba muy dolida después de ver cómo parte del territorio que los rumanos aspiraban a reclamar como sede a la zona de la actual Moldavia había acabado en manos soviéticas después de años de litigio. Antonescu, con el apoyo del partido fascista local, hizo un golpe de estado y se proclamó conducător. Y se puso junto a Hitler en la que definió como "una guerra santa, anticomunista, justa y nacional". Y la guerra empezó bastante bien para ellos. En tres semanas ya habían tomado Besarabia y parte de la Bucovina, las tierras que sentían suyas perdidas en 1940. La segunda fase de aquella operación era ampliar Rumanía en unas tierras que nunca habían sido rumanas, creando una nueva provincia con capital en Odesa. En Odesa, entonces, se hablaba sobre todo ruso, como ahora, puesto que sigue siendo una ciudad de mayoría rusófona. Odesa es conocida por tener una variante dialectal del ruso, con influencias de otros idiomas como el ucraniano, el griego, el rumano o el italiano, que fueron muy presentes en la ciudad hasta la Segunda Guerra Mundial. El ucraniano es apenas la segunda lengua poco hablada. Y durante años fue la tercera lengua, puesto que la segunda era el yiddish, porque la población judía era muy numerosa, con genios como el escritor Isaak Babel. De rumano se hablaba poco. Había más griegos que rumanos, de hecho.
Los rumanos pensaban que Odesa caería fácilmente. Los nazis, también. Los primeros meses de ofensiva, los soviéticos parecían incapaces de parar la guerra rápida de sus enemigos, el Blitzkrieg. Pero en Odesa, los soviéticos prepararon líneas defensivas muy organizadas. La primera línea defensiva estaba en las afueras de la ciudad, protegida por una zona minada. A pesar de que 30.000 soldados se tenían que defender de un ejército rumano de 160.000 hombres, el primer ataque fracasó. El segundo, también. Y el tercero. De hecho, Antonescu acabó echando al general jefe, Ciuperca, indignado con las bajas que tenían sus hombres. En su lugar puso el teniente general Iosif Iacobici, que parecía hacerlo mejor, pero se creyó detenido cuando los soviéticos pudieron hacer llegar por mar 10.000 soldados de relevo. Para rematarlo, Antonescu quiso visitar el frente con su militar de confianza, el brigadier general Alexandru Ioanitiu, pero justo al aterrizar, murió en un accidente muy extraño: la hélice del avión lo hizo añicos cuando bajó demasiado rápido, sin que el motor se hubiera apagado.
Lo que no hicieron los rumanos, pues, lo hicieron los nazis, cuando, por otro lado, conquistaron Crimea, iniciando el asedio de Sebastopol. Así cortaron la comunicación por mar con Crimea. Y las autoridades soviéticas decretaron evacuar el máximo de soldados y civiles por mar, y llevarlos a la costa rusa. Moscú entendió que no se podía defender Odesa y la ciudad cayó el 16 de octubre. En 15 días de octubre, se habían evacuado a más de 86.000 militares y 15.000 civiles, pero en la ciudad todavía quedaban más de 150.000 cuando los rumanos entraron. Ya el primer día de ocupación iniciaron las ejecuciones, especialmente de judíos, gitanos y comunistas. Más de 30.000 personas serían ejecutadas. La vibrante comunidad judía de más de 70.000 almas, aquella que Bábel había explicado en libros como el precioso Historia de mi palomar, desapareció. Bábel también estaba muerto, entonces. No lo había matado Hitler. En este caso, lo había matado Stalin en 1940, por ser opositor, a pesar de que era un ferviente comunista que había relatado la crudeza de la guerra en su famoso La caballería roja.
Zhanna Berina fue una de las supervivientes del asedio. Y del Holocausto, puesto que era judía. El 1989 emigró a los Estados Unidos, donde participa en charlas en escuelas explicando su vida, para luchar contra el fanatismo. "Parte de mi familia murió en el incendio posterior al impacto de una bomba nazi en el edificio donde se guardaban explosivos. Fueron meses bajo el fuego de artillería, con poca alimentación, viviendo en túneles bajo tierra días enteros. Solo se salía fuera cuando llovía o hacía mal tiempo, porque la aviación tenía menos opciones de bombardear. Cuando entraron los rumanos y los nazis, nos encerraron en un gueto", recordaba. "Pero cuando una bomba hizo estallar el quarter general rumano, como represalia mataron a centenares de civiles. En una calle, el Marazlievskaya, sacaron a todos los vecinos y los colgaron de las farolas". Berina sobreviviría porque las tropas de Vlásov, un general ruso que se había pasado a los nazis, prendieron fuego a las barracas donde habían estado judíos de la ciudad que todavía podían trabajar en fábricas, y dejó una puerta abierta por donde pudo huir".
La guerra, siempre cruel, siempre persistente, vuelve a llamar a las puertas de Odesa, una ciudad preciosa que fue diseñada como un gran balneario, abierta al mar, para disfrutar de la vida. Una ciudad de ópera, de cultura, donde ciudadanos que hablan ruso se exponen a un asedio por parte del ejército ruso. Una ciudad que ya entendió que el país se agrietaba cuando el 2 de mayo de 2014, aquellos meses en los que Ucrania se dividió entre aquellos que miraban hacia la Unión Europea y los que querían seguir cerca de Rusia, más de 40 personas perdieron la vida en la ciudad. Una manifestación prorrusa topó con una proucraniana. Algunos de ellos fanáticos del club de fútbol local, el Chornomorets, participaban en esta segunda marcha, puesto que era día de partido. Durante la pelea aparecieron armas. Seis personas, todas proucranianas, perdieron la vida. Los prorrusos, muchos de ellos gente de avanzada edad, se escondieron en la casa de los sindicatos, en medio del parque de Kulikovo, cerca de la estación de tren. Los proucranianos iniciaron una lluvia de cócteles molotov. Y más de 40 personas murieron quemadas dentro. Aquel día, algo empezó a romperse en el corazón de Odesa. En el Hotel Londonskaya, donde algunas cámaras llevan el nombre de los famosos que pasaron la noche, descolgaron la fotografía del director de cine ruso Nikita Mijalkov, puesto que es partidario de Putin.
Hasta hace poco, la gente todavía llevaba flores al edificio de la casa de los sindicatos, para recordar a los muertos, aunque no compartieran las ideas de quienes murieron en ella. Creían que rusos y ucranianos se avendrían de nuevo, como tantas veces en el pasado de este puerto cosmopolita. Ahora toca defender la ciudad. De nuevo, la muerte llama a la puerta.