La guerra desde Haifa: un hospital subterráneo, un puerto parado y el GPS que no te ubica
A tan sólo 30 km del Líbano, el espejismo de la convivencia entre judíos y palestinos en la ciudad se rompió hace un año
Enviada especial a HaifaMark Cohen, de 65 años, acudió este martes al hospital de Rambam, en Haifa, a recibir su tratamiento de quimioterapia. Pero esta vez no se ha dirigido a la planta de oncología, sino al aparcamiento de la torre Sammy Offer, a seis metros bajo tierra, donde se encuentra el único hospital fortificado subterráneo del mundo. Normalmente, funciona como un parking con capacidad para 1.400 coches, pero en situaciones de emergencia se convierte en un hospital: entre las columnas pintadas de diferentes colores para ayudar a los conductores a orientarse, ahora las plazas de aparcamiento acogen camas hospitalarias , sillones y un sistema móvil de cables de oxígeno. En los pasillos, en lugar de coches, hay trasiego de médicos y enfermeras, pacientes y familiares, celadores que empujan literas, voluntarias que ofrecen bebidas y varios soldados que ponen cara de aburrimiento. "Aquí estamos seguros", dice Cohen.
Haifa está a 30 kilómetros de la frontera con Líbano y fue tras la guerra del 2006 que las autoridades israelíes decidieron construir el hospital subterráneo, una obra que duró ocho años. Con el ataque del 7 de octubre ordenaron ponerlo en marcha y en 36 horas se habían habilitado quirófanos, unidades de ginecología, pediatría, diálisis y traumatología, todo ello con un sistema de ventilación a prueba de ataques químicos.
Haifa ha sufrido este martes uno de los ataques más intensos lanzados por Hezbollah desde el 7 de octubre, mientras la ofensiva israelí se intensificaba en el sur del Líbano. Al mediodía un centenar de cohetes en dos oleadas fueron interceptados por las defensas antiaéreas de la Cúpula de Hierro. Los cohetes explotaron en el cielo bajo la mirada sorprendida de algunos vecinos que, tras capturar la escena con sus móviles, corrieron a protegerse en los refugios al escuchar las sirenas de alarma. En un supermercado Carrefour cercano al hospital, el personal guió a la clientela hasta las oficinas de la administración, situadas detrás del almacén. No muy lejos, las maestras de una escuela acompañaban a las criaturas al refugio, esforzándose por sonreír y estar calmadas.
En un barrio acomodado del centro, Aviva está llenando el balcón de su casa de banderas israelíes. El edificio tiene varias ventanas resquebrajadas por la onda expansiva de un cohete que cayó en un descampado el lunes, sin ser interceptado por las defensas. "Yo no tengo miedo porque nos protege a Dios y al ejército israelí: acabaremos con todos los terroristas", proclama.
Presión policial sobre la comunidad palestina
Durante décadas, las autoridades han puesto a Haifa como un modelo de ciudad "mixta" en el que judíos y palestinos, todos con ciudadanía israelí, podían convivir. Pero desde el 7 de octubre la comunidad árabe (unas 30.000 personas en una población de 280.000) ha estado sometida a una fuerte presión tanto de la policía como del ejército. "Hemos pasado un año de mierda", dice Aya, una estudiante de Diseño, de 23 años. "El 7 de octubre había salido en bicicleta a la montaña y no llevaba el móvil: cuando volví a casa me encontré con otro mundo. Nos hemos dado cuenta de que si eres palestino con ciudadanía israelí no tienes ningún derecho: sólo puedes callar y ir a trabajar".
A diferencia de Tel-Aviv o Jerusalén, en Haifa no se toleran las manifestaciones contra Netanyahu o por alto el fuego. Y muchos palestinos que se han atrevido a criticar en las redes sociales las masacres de Gaza han acabado entre rejas. "Somos ciudadanos de segunda: en la universidad se habla más el ruso que el árabe y las escuelas palestinas están dando las clases online porque están en edificios antiguos que no tienen refugio", asevera, y dice sentir que los palestinos de Haifa son como escudos humanos, porque la ciudad está llena de bases militares israelíes. "Eso es como la serie de los Juegos del Hambre: a cada uno le toca una función y para los palestinos nos tienen reservada la construcción y la hostelería", dice la joven.
Poco tráfico en uno de los puertos más importantes de Oriente Próximo
Se ve poco tráfico de barcos en el puerto de Haifa, uno de los más importantes de Oriente Próximo, visible desde todos los puntos de la ciudad, que se alza sobre la pronunciada pendiente de una colina. En la parte superior, los barrios acomodados donde viven más judíos-israelíes, en los barrios de más cerca del mar los palestinos-israelíes, aunque ahora sufren un proceso de gentrificación.
Wael, que regenta un café tradicional árabe, dice que muchos clientes judíos han dejado de venir. "Un día hubo discusión con una soldado que vino a tomar un café y los demás clientes le dijeron que no llevara el arma porque las criaturas se asustan. Luego dijeron que aquí no queremos judíos y eso no es verdad . Vecinos que pensábamos que querían la paz no han vuelto a aparecer desde el 7 de octubre", lamenta. Está decepcionado con el mundo: "¿escuchiste cómo habló Netanyahu en la ONU, diciendo que en cada cocina del Líbano había un misil de Hezbollah? ¿Están haciendo propaganda para vender su guerra y el mundo entero la compra: y parece que las vidas no tengan valor alguno".
Nos despedimos, pero antes de irse debemos pedir indicaciones para encontrar el autobús. Y es que desde hace un año en Haifa no funciona el GPS, por indicación del ejército: el móvil nos localiza en Ammán, la capital de Jordania. "Al principio estábamos divididos: unos en El Cairo y otros en Beirut, pero desde hace unos días que nos han puesto todos en Ammán", dicen otros clientes bromeando. "Después de un año de guerra ya no sabemos qué día es, siempre con la misma gente y las mismas imágenes. Ya sólo nos falta no saber ni dónde estamos". El humor es un bálsamo en tiempo de guerra.