Seis lecciones globales del alto el fuego en Gaza

El alto el fuego en Gaza explica mejor que ningún manual cómo funciona el sistema internacional: los fuertes actúan con impunidad, los ciudadanos organizados pueden alterar equilibrios, los aliados desconfían –y a veces se confían demasiado–, todo es negociable y –a menudo disfrazadas de razón de estado– las decisiones de los protagonistas responden a intereses personales y egos desmedidos.

La primera lección es la más incómoda: la impunidad diferencial. Algunos estados y dirigentes se saben lo suficientemente fuertes o protegidos como para ignorar reglas e instituciones internacionales. Es el caso de Israel, que ha menospreciado sistemáticamente a las Naciones Unidas sabiendo que cuenta con la cobertura diplomática y militar de Estados Unidos. El mensaje es claro y peligroso: las reglas no se aplican igual para todos.

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La segunda lección es que Estados Unidos sigue teniendo una posición privilegiada dentro del sistema internacional. A pesar del ascenso de otras potencias como China, su peso es lo suficientemente grande como para hacer mover a todo el mundo a su alrededor. Una de las prioridades de Trump es preservar esta posición, y con el alto el fuego cree haber demostrado que quien manda aquí es él.

La tercera lección puede parecer contradictoria: la presión social y los movimientos transnacionales son eficaces. Sin ellos, muchos gobiernos no habrían reconocido el estado de Palestina, y sin amenazas de boicot o de exclusión, la impunidad política habría ido acompañada de una impunidad social. Incluso en un mundo dominado por los fuertes, la presión ciudadana puede modificar comportamientos.

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La cuarta lección combina dos ideas: alianzas múltiples e intercambios de favores. Israel confió tanto en su alianza con Estados Unidos que no calculó los costes de atacar a otro aliado de Washington, Catar. Los Estados Unidos exigieron a Netanyahu que se excusara y lo aprovecharon para presionarlo para aceptar concesiones. En paralelo, Turquía reaparece como mediador presionando a Hamás para que se desarme, con el objetivo de consolidar el deshielo con Washington y desbloquear compras de armamento.

La quinta lección matiza estas dinámicas: ¿estamos seguros de que hablamos de intereses de estado cuando nos referimos a Estados Unidos, Israel, Catar y Turquía? A menudo, las fuerzas motrices son intereses individuales, materiales o políticos, de las personas que toman decisiones, de sus familiares y colaboradores o de quienes influyen en la política. Son cálculos que no benefician al estado, sino a las carreras o las cuentas corrientes de personas con nombres y apellidos. Los planes de reconstrucción de Gaza son un buen ejemplo de ello.

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La sexta y última lección es el narcisismo. Los líderes quieren ser recordados, buscan el halago y quieren demostrar que son más poderosos, inteligentes o temidos que sus colegas. Trump se lleva la palma. ¿Es casual que el alto el fuego se alcance pocas horas antes de entregarse el Nobel de la paz? Probablemente no, y, en determinadas circunstancias, las obsesiones de los líderes pueden decantar la balanza.

El alto el fuego en Gaza revela, por tanto, cómo funcionan hoy las relaciones internacionales: un mundo de competición entre potencias donde los privilegiados se apresuran a preservar su posición, marcado por cálculos personales e incluso impulsos emocionales, donde las reglas no son para todos y la movilización ciudadana es fundamental para intentar preservar las instituciones y la legalidad internacional.