Oriente Próximo

Siria: regreso a la escuela bajo los escombros de una guerra

El sistema educativo del país, devastado por el conflicto, resiste con maestros comprometidos con el futuro de millones de niños

ESCUELAS IMPROVISADAS Un grupo de estudiantes sirias dan clase en una improvisada escuela del pueblo de Azaz, cerca de la frontera con Turquía. Más de dos mil centros educativos sirios han sido destruidos o gravemente dañados o se utilizan de refugios.
27/09/2025
4 min

Homs (Siria)Las campanas de muchas escuelas sirias vuelven a sonar después de años de silencio causado por la guerra, que empezó en marzo del 2011. Más de 4,2 millones de niños han vuelto a unas 12.000 escuelas en todo el país. Sin embargo, 2,4 millones siguen fuera del sistema educativo, casi la mitad de la población infantil, según Unicef.

En los pasillos, el ruido de los lápices y las mochilas contrasta con las paredes agrietadas y las aulas improvisadas. La guerra dejó una huella profunda con un tercio de las escuelas destruidas, estropeadas o convertidas en refugio. Mientras, miles de maestros trabajan con sueldos mínimos o incluso sin cobrar durante meses. Pese a la rehabilitación de más de 500 escuelas este año, la precariedad sigue siendo una losa para cada aula. Muchos alumnos arrastran años de retraso; otros nunca habían pisado una clase. El regreso a la escuela es una imagen de normalidad, pero también un recordatorio de la magnitud del desafío.

El Aya corre descalza por los pasillos polvorientos del campamento de Al-Zuhouria, en las afueras de Homs. Tiene once años, pero carga con responsabilidades que no le corresponden: cuida a sus hermanos pequeños, cocina cuando puede, ayuda a su madre enferma y, aun así, nunca falta en clase. Hace dos años apenas sabía leer su nombre. Hoy resuelve ecuaciones básicas y sueña con ser maestra.

La historia de Aya no es una excepción. Es sólo un retrato más entre millones de historias rotas por el conflicto. A esto se le suma otro millón de niños en riesgo de abandonar la escuela debido a la inseguridad, el desplazamiento forzado y la destrucción sistemática de la infraestructura educativa. En el campamento donde Aya y otros cientos de niños desplazados intentan rehacer sus vidas, los libros escasean y los pupitres son recuerdos lejanos. La mayoría han perdido años escolares; algunos nunca habían asistido a una clase.

Un proyecto esperanzador

El proyecto educativo de la ONG Secours Islamique France (SIF), con el apoyo de Unicef, marcó un antes y un después para el Aya. Allí halló no sólo una escuela, sino también un refugio emocional. Aprendió a leer, a sumar, a hablar con seguridad. Su maestra, Doha Maala, que lleva cinco años enseñando en una tienda de campaña reconvertida en aula informal, explica: "Llegan inseguros, tristes, desconectados, incapaces de relacionarse o participar. Aquí les damos confianza en sí mismos; si se sienten seguros, entonces pueden volver a la educación formal con tranquilidad".

Una calle de la ciudad siria de Homs.

Doha señala que los retos van más allá de aprender a leer o escribir. La mayoría de los niños del campo están expuestos al trabajo infantil a causa de las difíciles condiciones económicas de sus familias. Por eso, ella y el equipo coordinan horarios flexibles para que puedan continuar estudiando. Pero la pobreza extrema ha convertido al abandono escolar en una tendencia imparable. Con la moneda hundida y el coste de la vida por las nubes, uno de cada cuatro niños realiza algún tipo de trabajo para ayudar a su familia. Muchos dejan la escuela a los diez u once años; algunos no vuelven nunca más.

La devastación del sistema educativo es total. La guerra en Siria no sólo derrumbó edificios, sino que pulverizó a una futura generación. Mohamed, de doce años, ha vivido en tres ciudades distintas, perdió la casa y la madre, que sufría esclerosis múltiple. Su padre sigue desaparecido. Durante dos años dejó de ir a clase después de que su anterior escuela fuera bombardeada. Ahora estudia en una escuela en Douma, rehabilitada por Unicef.

Su maestra, Rawan Shogri, lleva más de tres años en el aula. Cobra el equivalente a 15 dólares al mes, pasando a veces ocho meses sin recibir el salario. Como ella, miles de docentes afrontan condiciones extremas. Algunos han emigrado; otros, desesperados, han cambiado de oficio. Aún así, Rawan sigue enseñando. "Trabajo por necesidad, pero también por convicción. Si yo me voy, ¿quién se queda con ellos?", se pregunta.

En su escuela, algunas compañeras no habían ni terminado la secundaria. La carencia de formación docente se suma a una crisis que parece no tener fondos. La tragedia no es sólo estructural, también es emocional. Más de 6,4 millones de niños necesitan soporte psicosocial. El trauma, la ansiedad y el luto forman parte del día a día. Muhannad, de ocho años, vive con sus abuelos desde que su padre desapareció. Llora cada vez que le recuerda. Pero su escuela se ha convertido en un espacio seguro. "Mi profesora me cuida. Me hizo sentir importante. Incluso me escogió como monitor de disciplina", cuenta con una sonrisa tímida. En la nueva escuela, los maestros no utilizan castigos físicos y se concentran en el respeto mutuo. "Antes me daban miedo los profesores. Ahora me gusta venir", dice.

En Latakia, Nadin Qadoum coordina un programa de alfabetización con apoyo de tablillas para jóvenes que no terminaron la primaria. "Algunos no saben escribir su nombre. Sin embargo, vienen cada día. Luchan por su derecho a aprender", afirma.

En medio del colapso, estos espacios se convierten en faros de esperanza, aunque resulten insuficientes. Pero a pesar de la creación de centros informales y aulas temporales, la calidad educativa sigue siendo extremadamente baja. La educación en Siria atraviesa una de sus etapas más oscuras, mientras la inestabilidad política, la presión internacional y los problemas de seguridad siguen devorando lo poco que queda del sistema educativo.

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