A pan y agua y que los cardenales se mojen: las claves históricas de los cónclaves
El procedimiento tiene ocho siglos de historia, pero las elecciones para escoger pontífice han tenido intrigas y situaciones rocambolescas
BarcelonaLa fumata blanca que acaba esparciéndose sobre la plaza de Sant Pere del Vaticano es el resultado de un proceso meticuloso que culmina con el"Habemus papam". Una fumata que, después de la muerte del papa Francisco, dejará paso al anuncio del próximo pontífice una vez el cónclave haya encontrado a un candidato. Se trata de un procedimiento que tiene ocho siglos de tradición después de procesos que en algunos casos llegaron a ser caóticos. ¿Cuándo surgió y por qué? ¿Es verdad que los dejaban a pan y agua hasta que eligieran a un papa? ¿Cómo han evolucionado los cónclaves?
En 1274 se aprobó el sistema de elección de cónclave, que de hecho es una palabra proveniente del latín que significa "con clave", para referirse al cierre absoluto hasta elegir pontífice por parte de los cardenales. Según asegura en el ARA el profesor de historia moderna de la UB Diego Sola, autor del libro Historia de los papas (Fragmenta, 2022), la elección papal en 1268 a la muerte de Clemente IV "fue lo que colmó el vaso": "Hasta entonces, las reuniones del colegio cardenalicio para elegir nuevo pontífice no estaban tan codificadas, los participantes del encuentro entraban y salían sin mucho. Aquella elección celebrada en Viterbo duró dos años y nueve meses. Cuando fue elegido papa Gregorio X dejó sistematizado en el concilio de Lyon el método electivo para evitar períodos sin pontífice tan largos que provocaban un "desgobierno de la Iglesia". Mosén Valentín Miserachs, maestro de capilla de Santa María Mayor de Roma –donde será enterrado el papa Francisco–, recuerda lo que se comenta sobre este episodio,a medio camino entre la leyenda popular y la historia: "Se descubrió el tejado para que se mojaran [si llovía]. Se non è vero è bien trovato. Y los pusieron a pan y agua", relata.
El profesor de historia moderna de la UAB Ignasi Fernández Terricabras apunta que, tres décadas antes,en 1241, nace en Roma el sistema de aislamiento del cónclave para forzar a los cardenales a una elección rápida, que se sistematiza en 1274. "Unos senadores romanos tuvieron la idea del cierre y se iban restringiendo los alimentos, a pan y agua", comenta. Pero de san Pedro, el primer obispo de Roma, hasta Francisco, todo cambia: Fernández Terricabras sostiene que en 1059 los cardenales son los que eligen al papa por primera vez y en ese momento la población fiel –sobre todo "la parte más distinguida"– debía dar el asentimiento, que es como había funcionado tradicionalmente.
Para evitar interferencias, en 1130 la elección se reserva a los cardenales, lo que ha perdurado, y la mayoría de dos tercios se efectúa desde 1179. Anteriormente, "había habido mayoría simple y generaba oposiciones fuertes, muchos antipapas –candidatos rivales autoproclamados papas– y". Precisamente, Juan Pablo II previó en la constitución apostólica que recoge el procedimiento del cónclave que si en 34 votaciones no hay acuerdo, bastaría con mayoría simple, pero Benedicto XVI se lo cargó para blindar que se votara entre los dos candidatos con más apoyos, siempre preservando los dos tercios de apoyos.
Un procedimiento peculiar
El escenario de los cónclaves no siempre ha sido la Capilla Sixtina en los últimos cinco siglos, si bien es el que ha quedado. Y es que las guerras en ocasiones han alterado los planes, como el cónclave de 1800 que escogió Pío VII, que se celebró en la basílica de San Giorgio Maggiore de Venecia. El procedimiento de elección también tiene una larga historia con el voto escrito en unos papelitos para elegir al papa, volcados en un saco, y con la fumata negra si no hay acuerdo o blanca si existe para dar la noticia en la plaza de Sant Pere. "Para que el voto sea anónimo, incluso algunos disimulan la letra o la hacen en mayúscula", explica el periodista excorresponsal en el Vaticano Vicenç Lozano. Una fumata que, según Miserachs, no siempre era clara: "Ahora, cuando sale el humo blanco se ve muy bien, pero antes era gris, no se sabía bien si era blanco o negro".
Ahora bien, el sistema de elección en el cónclave no siempre ha sido la papeleta con el voto escrito: Fernández Terricabras rememora otros dos métodos que se abandonaron en el siglo XVII "para garantizar el voto anónimo", pero que hasta entonces habían funcionado: el sistema de aclamación, en el que "algunos de ellos llegaban al cardenal" nombre a dos tercios era elegido papa" y que había originado "situaciones tumultuosas", y el sistema de compromisarios, en el que "si se prolongaba mucho el cónclave, los cardenales elegían a un grupo de tres o cinco miembros para que eligieran al papa".
¿Ha habido alternancia?
A lo largo de la historia se han sucedido papados continuistas y de distinto signo. ¿Pero ha habido una alternancia de facciones dentro de la Iglesia? A juicio de Ignasi Moreta, profesor y autor de No tomarás el nombre de Dios en vano, no hay alternancia a menudo: "Después de Juan XXIII vino Pablo VI, continuista. Después, Juan Pablo I [continuista]. Pero después involución con Juan Pablo II y después Ratzinger, continuista [respecto a Juan Pablo II]. No es cierto que se vayan alternando dos facciones, muy a menudo hay papas continuistas".
Según el padre Ignasi Fossas, monje de Montserrat y abad presidente de la Congregación Sublacense Cassinesa de la Orden de San Benito, "los papas han sido muy diferentes: sólo si pensamos en el siglo XX, hay una parte de continuidad en todos los papas y al mismo tiempo cada uno hace la suya". Por eso, ve interesante "repescar la hermenéutica de la continuidad de Benedicto XVI" para explicar que cada pontífice tiene "sello propio y continuidad".
En este sentido, "las familias es un tema antiguo como la propia Iglesia, ya existía la diferencia entre san Pedro y san Pablo al principio", afirma la religiosa Margarita Bofarull, que es una de las mujeres que el papa Francisco situó en la curia por primera vez como miembro del Consejo Directivo de la Pontificia Academia para.
Cónclaves diferentes
Los cónclaves del siglo XX han sido rápidos si se compara con episodios caóticos del pasado. El historiador Diego Sola recalca que "ser elegido en tres votaciones como le ocurrió al cardenal Eugenio Pacelli como Pío XII, en el cónclave de 1939, es una elección muy rápida". Fue un papa marcado por las maniobras de Adolf Hitler y la Segunda Guerra Mundial, y que está acusado por los historiadores de "mirar hacia otro lado" con el Holocausto, según Lozano, aunque "también salvó a familias judías de Roma", y por su oposición a la República en España. De la elección rápida también se benefició Benedicto XVI en el 2005, que le bastó con cuatro votaciones.
Pero también ha habido más lentas, como la de 1922 de Pío XI, después de 14 votaciones en un cónclave de cinco días y no dos como los anteriores; o incluso Juan XXIII, que no fue escogido hasta la undécima votación en un cónclave de cuatro días. Un papa protagonista de la nueva era de la Iglesia porque impulsó al renovador Concilio Vaticano II e impulsó el aggiornamento, es decir, la puesta al día de la institución.
Hay, también, un año peculiar, en 1978: el cónclave del 25 y 26 de agosto permitió la llegada de Juan Pablo I con sólo cuatro votaciones, expresa Sola, pero el papa murió sólo treinta y tres días después y tuvo que celebrarse el segundo cónclave entre el 14 y el 14 Wojtyla fue elegido Juan Pablo II después de ocho votaciones. Sobre la muerte de Juan Pablo I, Lozano recoge en su libro Intrigas y poder en el Vaticano (Pórtico, 2021), un testigo del primer médico que vio el cadáver del pontífice y aporta algunos indicios sobre el presunto asesinato, que se habría producido por la incomodidad que ocasionaba a la curia su reformismo.
Pero más allá de la duración, ¿cuáles han sido las elecciones sorprendentes? "La sorpresa pasó con Juan Pablo II, con Juan Pablo I, con Francisco... Lo que más acertaron fue el cardenal Ratzinger", recuerda el padre Josep Miquel Bausset, monje de Montserrat. Coincide el arzobispo de Tarragona, Juan Planellas, quien recalca que "el de Benedicto XVI fue un cónclave que todo el mundo decía que sería él, salió el segundo día, era bastante cantado, porque había estado en la Congregación por la Doctrina de la Fe con Juan Pablo II, presidió su funeral y muchos lo decían". Sin embargo, tampoco se evitó un cierto pulso: "Al cardenal Martini [de Milán] le querían hacer papa cuando hubo el cónclave de Benet y ya dijo que se podría votar a Bergoglio, pero todo el mundo le veía a él. Al final pasó su voto a Ratzinger", explica el periodista y cura Francesc Romeu. De hecho, relata cómo en su cobertura periodística de cónclaves ha captado que "siempre te enteras de lo ocurrido en el cónclave anterior", ya que el riguroso deber cardenalicio de mantener el secreto se difumina si es por hablar de la anterior elección de Papa. Una dinámica que ha continuado aunque se haya roto la tendencia de elegir a pontífices italianos, rota ya con Juan Pablo II y Benedicto XVI, y ni siquiera europeos, con Francisco.
El derecho a veto
"Más allá de las cuatro paredes de la Capilla Sixtina, no se pueden ignorar las presiones de los lobis desde fuera", asegura Lozano, porque "normalmente, la elección de un papa nunca se ha hecho sin presión de fuerzas exteriores". En este sentido, los cónclaves todavía han afrontado otro elemento que nada tenía que ver con el Espíritu Santo que debe inspirar a los cardenales para elegir al jefe de la Iglesia, sino con las también habituales luchas de poder y en la geopolítica mundial. Durante siete siglos, incluso varios estados tenían un instrumento reglado para ejercer presiones: era el derecho a veto de las potencias cristianas, como el Imperio Austrohúngaro, España o Francia, para impedir determinados candidatos a Papa. "En los procedimientos de elección, las potencias occidentales podían vetar a un Papa. Cuando Pío X salió escogido, el Imperio Austrohúngaro vetó al cardenal Rampolla", recuerda el presbítero Armand Puig.
¿Cómo se ejercía? "A través de algún cardenal de confianza de la casa imperial, que tenía una lista de nombres inelegibles", apunta Sola, quien sostiene que Austria le ejerció en ese caso porque Rampolla, "el favorito de una parte de los cardenales, bajo el pontificado de León XIII mostró una política exterior muy antiaustríaca". En 1903, Pío X fue el último beneficiado después del veto, pero el historiador comenta que "al ser escogido, y algo avergonzado de cómo se había producido la discusión en el seno del cónclave, derogó el derecho de veto austríaco".
Del papa ermitaño a Borja y los cismas
La pugna interna entre familias y corrientes en los cónclaves tuvo uno de los destinos más sorprendentes en 1294, cuando acabó con un ermitaño de san padre: Celestino V. El octogenario anciano, que ni siquiera era cardenal, dimitió al poco tiempo porque no tenía capacidad ni ganas de entrar en las juegos de las hacerse con el poder. Fue escogido el 5 de julio de 1294 y renunció el 13 de diciembre. En cambio, un caso diametralmente opuesto es el cónclave que eligió al primer papa catalanohablante, de la estirpe valenciana Borja: Alfonso de Borja, que acabaría dejando paso cuatro décadas después a su sobrino Rodrigo de Borja.
El periodista cura Romeo recuerda que "el papa Borja [Calixto III] llega a Papa comprando tierras por Italia", en un juego de intereses en el que el valenciano, con origen en la alta nobleza, logró tejer las alianzas adecuadas para sostener la férula papal. Asimismo, mosén Miserachs apunta que "en el Renacimiento había pugna entre las familias nobles" y que el caso de los Borja es un ejemplo de esta dinámica: "Se impusieron a través de la política". De hecho, los papas hasta 1870 mandaban sobre los Estados Pontificios, y tuvieron su propio ejército.
Estos juegos de intereses, más allá de los vetos, tuvieron incluso un cisma de Occidente entre 1378 y 1417, con una pugna fuerte con Francia. Puig rememora que "el cónclave sufrió presiones de la población romana para que volviera a Roma [el papado, después de que el último fuera francés]" y que hubo "maniobras" del rey francés, que provocaron que en ese período hubiera un papa en Aviñón y otro en Roma. El Concilio de Constanza cerró este capítulo con un único papa de nuevo, pero ha habido otros cismas tras elecciones de papas que han promovido concilios: los últimos, el de los neocatólicos después del Concilio Vaticano I y el de los lefebvristas después del Concilio Vaticano II.