La reforma perdurable de Francisco

BarcelonaJuan XXIII aparcó la silla gestatoria. Pablo VI ya no se puso la tiara. Juan Pablo II llevó el papado por todo el mundo. Y Benedicto XVI normalizó que un Papa pueda renunciar. Posiblemente algunos de los lectores ya no sepan qué es la silla gestatoria o una corona en forma de tiara, ni se imaginen a un soberano entre pajes y con corona cuando piensan en el papa de Roma. Tampoco les sorprenderá ver a un Papa que cada dos por tres organiza viajes fuera del Vaticano y que congrega a las masas en los cinco continentes. Esto que hemos normalizado no siempre ha sido normal dentro de la Iglesia. Pero no se ha hecho de un día para otro. Cada Papa ha dado sus pasos. Y lo que después de su pontificado se ha considerado normal ha sido realmente la reforma.

Cargando
No hay anuncios

Así pues, nos falta tiempo para ver si el pontificado de Francisco ha sido de reforma o paréntesis. Pero su intención es clara: la reforma. Y no una reforma cualquiera, sino la que quedó pendiente de aplicar después del Concilio Vaticano II.

De 1963 a 1965 se celebró una magna asamblea universal de obispos que fijó la hoja de ruta de la Iglesia católica hacia la reconciliación con la modernidad. En ese más de medio siglo que ha pasado desde el Concilio Vaticano II, la reforma de fondo ha quedado muchas veces aplazada. Primero por las tensiones que generó dentro de una estructura milenaria. El fantasma de la división y el cisma frenó a algunos Papas en su aplicación. El temor a ser absorbidos por un relativismo imperante hizo que otros Papas se focalizaran en afianzar la identidad: cerraron algunas puertas y ventanas que había abierto el Concilio Vaticano II y que consideraban que habían generado demasiado corriente de aire.

Cargando
No hay anuncios

Para valorar el legado del papa Francisco no se puede prescindir de estos dos contextos: cuál es la reforma de Francisco y cuál es su manera de aplicarla.

La reforma del Vaticano II

Quienes nacimos después de los años 60 todavía hemos podido conocer a quienes vivieron como una esperanza todo lo que generó el Vaticano II. Les marcó su vivencia eclesial. Y hemos podido constatar cómo Francisco ha despertado la reforma ansiada y escrita en ese momento. En la letra y sobre todo en el espíritu de cambio, de escucha del mundo y de apertura que tantas veces se pide a la Iglesia. Se equivocan quienes piensan que esta es la reforma de Francisco, la de un Papa progresista y con sentido del humor. La reforma de Francisco es la del Vaticano II. Esto es lo que le da más oportunidades para ser perdurable, no los aciertos o errores que haya cometido Jorge Mario Bergoglio.

Cargando
No hay anuncios

Y se equivocarán quienes quieran valorar la reforma impulsada por Francisco haciendo una simple monitorización de los hitos conseguidos y de los pendientes. Siempre puede verse el vaso medio lleno o medio vacío según las expectativas. Visto hacia afuera, ciertamente Francisco ha querido cambiar cosas de la Iglesia. Que si el acento con el compromiso contra las desigualdades y las injusticias, que si el papel de la mujer, que si el Papa ecológico o de las periferias, que si una respuesta más abierta a la diversidad sexual, que si... Pero más que cambiar cosas concretas, el mensaje que ha enviado Francisco hacia adentro ha sido para cambiar a las personas que forman la Iglesia: ha dejado claro que el abuso no tiene espacio en la comunidad eclesial, que la ostentación y el lujo no salen en el Evangelio, que la Iglesia no es solo la jerarquía o que el poder de la Iglesia no está al servicio de unos o de otros, sino al servicio de la justicia y la paz. Todo esto es lo que más difícilmente tendrá marcha atrás.

Quizás venga un Papa menos simpático para los periodistas o menos atrevido en los pasos a dar. Pero igual que no puede devolver la tiara, la silla gestatoria o un Papa que quiera quedarse encerrado en el Vaticano, el legado de Francisco perdurará si ha logrado un cambio de las actitudes tolerables dentro de la Iglesia y de lo que son actitudes reprobables. Contado con un ejemplo gráfico: si el Papa lleva unos zapatos viejos, poca carrera eclesiástica hacen los amantes del lujo y la ostentación.

Cargando
No hay anuncios

No se puede obviar que el nuevo cambio de Papa llega en el peor contexto para garantizar la continuidad de las reformas. Soplan vientos de involución por todas partes, también presentes en la Iglesia. Corrientes internacionales autoritarias y restauracionistas que tienen cada vez más fuerza, capacidad y voluntad de incidir en las mentalidades y en todos los sectores sociales e institucionales. Seguramente al pontificado de Francisco le faltaba un último empujón para consolidarse. Y, de la misma manera, es cierto que no hay otra institución como la Iglesia con experiencia en nadar a contracorriente y, al mismo tiempo, adaptarse a lo que convenga para perpetuar su mensaje.