Los rusos rechazan mayoritariamente sus propias vacunas
Moscú da un giro de 180 grados en la lucha contra el covid ante el crecimiento de los casos delta
Moscú21 de junio en Moscú. Vida normal. No hay restricciones al comercio y en las calles de la ciudad se hace un uso poco estricto de la mascarilla. ¿Distancia de seguridad? Se guarda poco, también. ¿Ritmo de vacunación? Muy lento. La población no quiere vacunarse, solo el 15,55% de los ciudadanos rusos lo han hecho: 23 millones de personas sobre una población de 144 millones. Una semana más tarde, sin embargo, todo ha cambiado. Cualquier persona que no pruebe que tiene anticuerpos, que no enseñe el código QR que demuestra que se ha vacunado o que presente una PCR negativa no podrá tomar un café en un bar o ir a un restaurante. Tampoco podrá viajar a las regiones más turísticas del sur del país, como por ejemplo Krasnodar. Es la estrategia de Vladímir Putin para que la población quiera inmunizarse.
La medida ha cogido por sorpresa a muchos moscovitas que hasta ahora podían hacer una vida muy parecida a la prepandémica. Las autoridades rusas habían ofrecido las máximas facilidades para recibir la Sputnik y otras vacunas producidas en Rusia: son gratuitas, se han administrado en centros comerciales de diferentes partes de la capital e incluso han regalado participaciones para el sorteo de coches o apartamentos a quien se dejara vacunar. A pesar de las facilidades y los incentivos, muchos puntos de vacunación, como por ejemplo el de un centro comercial de la propia Plaza Roja, tenían poca afluencia de gente. Rusia, pues, ha decidido cambiar la estrategia y presionar a los ciudadanos. Más todavía en unos momentos en los que, debido a la variante delta, los casos repuntan. Entre el 30 de mayo y el 1 de julio, de hecho, se han más que doblado: de los 9.694 a los 23.543. El miércoles se registró la cifra de muertes diarias más alta desde el inicio de la pandemia: 672. Ciudades como San Petersburgo, una de las sedes de la Eurocopa, ven cómo las cifras de positivos se incrementan casi exponencialmente.
A pesar de esto, la opinión en las calles sigue siendo la misma. Una moscovita, Ustina, piensa que “lo que están haciendo es una locura”. Razona que “dicen que no es obligatorio, pero al mismo tiempo se amenaza con despidos o no puedes ir libremente a tomar un café”. Cree que a diferencia de otros países donde la vacunación ha ido más deprisa, en Rusia la gente no se ha querido vacunar porque “los rusos, quizás por nuestra mentalidad, nos quejamos del gobierno y no nos lo creemos. [...] Aquí sabemos que si el gobierno te dice algo, hay alguna trampa. No hay razones para creérselo”.
Ella es una más del 62% de los rusos que se niegan a vacunarse. La abogada Sveta (nombre ficticio) asegura que el 60% de los trabajadores de la empresa donde trabaja tienen que vacunarse, pero no quiere hacerlo y está esperando los resultados de la prueba de anticuerpos para ver si se puede escapar de la vacuna. Si no aceptara, podrían suspenderla de sueldo y trabajo, y quizás incluso podría perder el puesto de trabajo. En los hospitales, el personal médico no atiende a quien no se haya vacunado, salvo las urgencias. Quedan así sin cobertura médica muchos habitantes de la capital rusa.
A pesar de que estas medidas se acaban de implantar, buena parte del sector de la restauración ya las nota. El primer día de entrada en vigor ya han perdido cerca del 90% de los ingresos. En las terrazas, donde todavía se puede estar sin necesidad de QR hasta el 12 de julio, los ingresos han caído cerca del 60%.
Putin anima a recibir la Sputnik
El miércoles, Vladímir Putin, de 68 años, aseguró públicamente que se había vacunado con la Sputnik –en marzo y en abril–. Pero también dijo que seguía no apoyando la vacunación obligatoria, a pesar de la discriminación a la que se condena a aquellos que no reciban la vacuna.
A todo esto, uno de los otros colectivos afectados por el golpe de timón de Moscú son los extranjeros. Al iniciode la campaña de vacunación, este grupo podía recibir la vacuna, pero esto cambió en marzo cuando se notó una escasez de dosis. Entonces se pasó a pedir a los extranjeros que acreditaran la residencia, un requisito que pocas personas cumplen. En un primer momento, la vacuna se podía recibir de forma ilegal en clínicas privadas por precios cercanos a los cien euros. Actualmente, ni así se puede. Los miles de extranjeros que viven en territorio ruso se han quedado sin la posibilidad de inmunizarse. Aún así, los que tienen permiso de trabajo, como es el caso de la mayor parte de centroasiáticos u otros países exsoviéticos, tendrían que recibir pronto la llamada Sputnik Light, una vacuna de una sola dosis.