Rzeszów en primera línea de la ayuda humanitaria a Ucrania

Esta ciudad polaca se ha convertido en uno de los nodos principales de llegada de refugiados, productos básicos y armas

Miki Kisenvole
y Miki Kisenvole

Rzeszów (Polonia)Rzeszów era hasta hace solo unos días una capital regional poco conocida al sudeste de Polonia, a medio camino entre Cracovia y Lviv. Dos semanas después de la orden de Vladímir Putin de invadir Ucrania, la proximidad con el conflicto ha puesto esta ciudad de 200.000 habitantes en el centro de la actualidad internacional. A solo 80 kilómetros de la frontera ucraniana, y como centro administrativo del voivodato de la Subcarpacia, Rzeszów es ahora uno de los principales nodos de llegada de refugiados, de coordinación de ayuda humanitaria e incluso de distribución de armas. No es ningún secreto que el aeropuerto internacional Rzeszów-Jasionka es un punto caliente para las fuerzas de la OTAN y el aumento de tránsito aéreo se ve a primera vista. La nueva centralidad de Rzeszów es tal que hace una semana el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, mantuvo aquí una reunión con el primer ministro de Polonia, Mateusz Morawiecki. 

Aun así, lo que más se ha notado es la llegada de refugiados. El alcalde, Konrad Fijolek, nos explica que ya se han atendido a más de 250.000. La región tiene el rol de recibirlos, cubrir sus necesidades más urgentes y prepararlos para seguir el viaje hacia otras provincias donde se hace la acogida. Fijolek reconoce que sin los voluntarios todo esto no sería posible: “Tenemos más de 500 vecinos que ayudan por turnos. Estoy orgulloso y emocionado de la respuesta de los ciudadanos. Unos empaquetan donativos que llegan de toda la Unión Europea, otros se encargan del espacio que hemos habilitado con camas y duchas, y otro grupo asiste y orienta a las personas que llegan a la estación”.

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La estación central de Rzeszów se ha tenido que adaptar a la nueva realidad. Está atestada y se asemeja más a un centro de acogida que no a una infraestructura de transporte. Lo primero que encuentran las refugiadas cuando bajan del tren o el autobús –la mayoría son mujeres, porque los hombres de entre 18 y 60 años no pueden salir de Ucrania– es una muchedumbre de voluntarios con chalecos llamativos que indican hacia donde ir. Se han instalado asientos de plástico provisionales y las maletas y mochilas en el suelo dificultan el paso. El quiosco de prensa es ahora un almacén de comida gratuito gestionado por voluntarios y en un rincón se ha creado un área de juegos para los niños, que gritan jugando mientras los adultos llaman o se escriben con sus familiares. Las operadoras de telefonía regalan tarjetas SIM a los recién llegados. En su punto de información se explica cómo conectarse al wifi, cómo registrarse para tener una cama una noche y cómo reservar billetes de tren gratuitos –los ucranianos pueden viajar gratis a toda la red ferroviaria de Polonia. 

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Sin destino

Katarzyna, una voluntaria de unos 50 años, ha estado en la estación ayudando desde los primeros días. “Al principio venía gente que sabía dónde iba, tenían parientes en Polonia o en otros países y hacían una parada aquí para continuar la ruta hasta casa de sus familiares –explica–, pero ahora ya huye todo el mundo, incluso de ciudades bombardeadas, y muchos no tienen donde ir”. Comenta también que, a pesar de que en la estación han preparado la mayoría de la información en ucraniano, “en realidad entre los refugiados la lengua más habitual es el ruso, pero ahora mismo el idioma es lo que menos preocupa”. Un voluntario más joven, Michal, destaca cómo se está organizando la población: “El grueso del trabajo lo está haciendo gente anónima a través de las redes sociales y no la administración. Publican en grupos de Facebook indicando cuánta gente pueden acoger en casa, se ponen en contacto y, si hace falta, van a buscar a los refugiados en coche”.

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“Estoy alucinando”, me dice Ksénia, que viene de Khmelnitski con su hijo de 12 años: “Desde que llegué ayer me han dado un lugar donde dormir, comer caliente, una tarjeta de teléfono, guantes para mi hijo porque había perdido uno por el camino y encima el transporte es gratuito enseñando el pasaporte ucraniano. No olvidaremos nunca lo que los polacos están haciendo por nosotros”. Ha tenido que dejar a su marido atrás e irá al apartamento de su hija mayor, que estudia en Wroclaw: “Vive con dos compañeras de piso polacas y le han dicho que nos podemos quedar tanto tiempo como haga falta. ¡Incluso el padre de una de ellas ha llevado un colchón de su casa!”.

La presencia de ONG internacionales también se empieza a notar en la ciudad. En los cafés del centro ya no es extraño escuchar conversaciones de trabajadores humanitarios y de logística de organizaciones extranjeras, que han elegido Rzeszów como base operativa para coordinar la ayuda a Ucrania desde el este de Polonia. Hay también periodistas de todo el mundo. Los últimos días la ciudad ha salido en la televisión y ha aparecido en la prensa en lugares tan lejanos como Japón y Argentina. El caso que más preocupa es el de Pablo González, un periodista español que desde el 28 de febrero está detenido en prisión provisional, acusado de espionaje.

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Nadie en Rzeszów sabe cuándo volverá todo a la normalidad. Hasta entonces, el alcalde está comprometido a ayudar: “La colaboración entre Ayuntamiento, ciudadanos, empresas y organizaciones es muy buena. Intentaremos hacer lo máximo para echar una mano a nuestros amigos ucranianos en estos momentos difíciles”, dice.