"En la guerra a los pobres les matan, en la paz los pobres mueren", esta frase recuperada del escritor mozambiqueño Mia Couto recuerda lo que está ocurriendo con la vacuna del covid-19 en los países de rentas más bajas. En la respuesta a la pandemia nos estamos olvidando de una parte importante de la humanidad, como si no existiera.

La llegada de la nueva variante ómicron, descubierta en Sudáfrica, ha devuelto el pánico global. Las bolsas parecieron precipitarse por un riesgo y de nuevo las fronteras se cierran ante el temor a que el nuevo virus viaje libremente ¿Susto o realidad? La ciencia analiza los detalles que llevarán a entender dos cuestiones críticas: si esta nueva mutación es más contagiosa y sobre todo si es capaz de saltar la barrera de inmunidad de unas vacunas que por ahora siguen siendo la principal defensa para esquivar la enfermedad. Mientras desciframos si abrimos una nueva fase, hay otro mensaje que vuelve de África de la mano de esta nueva variante ¿Habíamos olvidado que una pandemia no se para en un país si no se para en todos? Aquí nos sentíamos seguros gracias a la eficacia de las vacunas, a la eficacia del sistema de salud para garantizar la equidad y el bienestar de todos y al compromiso de una mayoría de ciudadanos a recibir el pinchazo mágico, pero ¿alguien se ha preocupado de saber las cosas que ocurren allá abajo?

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Miremos a África. Aunque podríamos enfocar también a muchos lugares en Latinoamérica o Asia, en el continente negro son muy pocos los países donde el primer pinchazo ha alcanzado a un 10% de la población. Algunos como Burundi ni siquiera alcanzan al 1%, y el más poblado, Nigeria, no supera el 2%. El compromiso de la Organización Mundial de la Salud era llegar al menos a que una de cada cinco personas en todos y cada uno de los países antes de que las campanadas anuncien otro final de año y a partir de ahí llegar al 70% de la población este próximo verano. El horizonte en el que podríamos empezar a vislumbrar el control de la pandemia parece más que nunca una utopía. 

Aunque el número de infecciones en África es menor al del resto de continentes, la falta de vacunas aumenta el riesgo de que surjan nuevas variantes. Algunas pueden ser irrelevantes, pero otras como la ómicron pueden quedarse en susto o empujarnos a retroceder unos cuantos pasos cuando intentábamos avanzar hacia una salida. El olvido de estos países de rentas más bajas, incapaces de pagar los costes de la vacunación, no es solo cuestión de solidaridad con los pobres, lo que pone de relieve el coronavirus es que mientras ellos no tengan vacunas nosotros tampoco estaremos seguros. Para el control global de la pandemia, esta es la prioridad. 

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En la balanza entre el riesgo y el beneficio, asegurar que lleguen suficientes dosis a los brazos de toda esta gente es tan o más importante que todas las estrategias de refuerzo que podamos pensar aquí. Es posible conseguirlo, hay mecanismos como Covax que han sido creados para eso. Pero hay que superar algunas barreras. La primera la del nacionalismo de las vacunas, que ha llevado a la mayoría de los países occidentales, incluyendo la UE, a compromisos que duplican y triplican las necesidades de su población. El acopio con las farmacéuticas aquí significa que se agote la producción antes de que lleguen dosis allí.

A esto hay que sumarle los cierres de fronteras que frenan el trasporte y que ahora van a ser aún más críticos en un continente donde no se producen vacunas. Los compromisos de los países ricos de donar algunas de las dosis que no van a utilizar también llegan tarde, de momento solo se ha entregado una quinta parte de los mil millones de dosis prometidas. No llegan suficientes y parte de las que llegan lo hacen de manera descoordinada, poniendo aún en más dificultades a unos sistemas de salud precarios. En la actualidad en las neveras de muchos de estos países tienen dosis de seis vacunas diferentes, ninguna en cantidad suficiente para empezar campañas de vacunación masiva y algunas con fechas de caducidad irrisorias.

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La Alianza Mundial para la Vacunación acaba de aprobar esta misma semana un nuevo comité para agilizar la distribución en los lugares más complicados. Pero sin un compromiso global no será suficiente. Hay que empezar a mirar la pandemia de otra manera. Hay que llegar a todos, y rápido, con la misma celeridad que lo hacemos aquí. Cuanto antes evitemos que los pobres mueran allá, antes empezaremos a estar seguros todos. No hay más secreto.