Los talibanes juegan con la confusión por anular a las mujeres en Afganistán

El cumplimiento de las normas cambia según el interlocutor

BarcelonaLa conexión a internet no es buena y su imagen se ve borrosa a través del móvil, pero aun así se puede apreciar una cierta sonrisa en sus caras. Zohra lleva un pañuelo gris en la cabeza y Rana otro de color azul. Las dos tienen 21 años y estudian lengua y literatura hispánicas en la Universidad de Kabul. Han estado siete meses sin acudir a clase porque los talibanes cerraron todas las universidades públicas en agosto pasado cuando se hicieron con el poder en Afganistán. Ahora han reabierto las aulas pero con una condición: chicos y chicas no pueden ir juntos a clase.

Ellos van a la universidad los martes, jueves y domingos. Y ellas, los lunes, miércoles y sábados. Es decir, las clases que antes hacían en seis días de la semana, ahora las hacen en tres. Además ellas tienen que vestir túnica y velo negros, y cubrirse la cara con una mascarilla. Y la razón de esto último no es precisamente el coronavirus: “Los chicos no están obligados a llevarla”, aseguran Zohra y Rana a través del móvil. Aun así, admiten, ellas están dispuestas a pasar por el tubo. “Preferimos vestir como nos dicen a quedarnos sin poder ir a la universidad”, aclaran.

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Los talibanes anunciaron el 7 de mayo que el burka vuelve a ser obligatorio. Es decir, que todas las mujeres tenían que llevarlo cuando salían a la calle. Y el pasado jueves advirtieron de que las presentadoras de la televisión también deben cubrirse la cara. Sin embargo, durante los últimos días se han visto pocos burkas en la calle en Kabul, aseguran todas las personas con quien ha consultado este diario. La mayoría de mujeres continúan mostrando su rostro pero, eso sí, llevan un velo en la cabeza y hace meses que cambiaron su manera de vestir. Ahora en la capital afgana ya no hay jovencitas que lleven tejanos o que muestren su cabello despreocupadamente. Desde que los talibanes llegaron al poder, todas las mujeres, sin casi excepción, visten el tradicional chapán, una especie de túnica que cubre las formas del cuerpo.

“Mi hermana trabaja en la oficina que expide los documentos de identidad y los talibanes le han advertido esta semana que tiene que llevar un velo grande y negro en la cabeza”, explica Salima Sharifi, que es activista y dirige en Kabul la Organización para la Protección Social de las Mujeres Afganas. La asociación continúa activa en Afganistán pero ya no hace proyectos vinculados con la paz, los derechos humanos y los derechos de las mujeres porque, según dice Sharifi, los talibanes los han prohibido. Como alternativa, ahora trabajan en proyectos de promoción de la higiene. La activista admite que, lógicamente, su hermana ha acatado las órdenes de llevar un velo grande y negro. No quiere quedarse sin trabajo.

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“Lo peor es que los talibanes no están coordinados entre ellos. Unos dicen una cosa y otros otra”, lamenta Sharifi. Eso significa que las normas cambian según con quién te encuentras. Y a eso se añade el miedo de la población. La activista pone un ejemplo: “El otro día fui a coger un taxi y el taxista no me dejó subir porque no iba acompañada de un hombre”. Y sigue relatando: “El taxista me aclaró que él no tenía ningún inconveniente con que yo fuera sola, pero que no quería tener problemas con los talibanes”. Otra de las normas que los fundamentalistas han impuesto es que las mujeres deben ir acompañadas de un hombre de su familia cuando viajan. Pero que esa norma se cumpla o no depende del talibán de turno.

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Zarifa Yaqobi también es activista y días atrás participó en una manifestación en Kabul contra la obligación de llevar burka. Según asegura, la mayoría de afganas se oponen a tener que vestir esa prenda de vestir. Sin embargo, cuando se le pregunta cuántas mujeres participaron en la protesta, contesta: “Éramos diez personas”. Son pocas las mujeres que se quieren arriesgar, lógicamente. Yaqobi también trabajaba para la administración pública pero, a diferencia de la hermana de Sharifi, a ella los talibanes sí que la despidieron por ser mujer.

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“No está claro en qué sectores las mujeres pueden trabajar y en cuáles no”, destaca Thomas Ruttig, cofundador del think tank Afghanistan Analysts Network y posiblemente una de las personas que mejor conoce Afganistán. Empezó a trabajar en el país en los años ochenta. Los talibanes juegan precisamente con eso, con la confusión. ¿Eso significa que son mejores los talibanes de ahora que los de antes, los de los años noventa? Ruttig contesta con rotundidad: “No, porque tienen la misma ideología de siempre”.