Ucrania desde dentro: “En Kiev nadie acumula comida, no habrá guerra”

En la capital ucraniana el día a día continúa ajeno a la amenaza de un nuevo conflicto con Rusia

Enviada especial en Kiev“No creo que haya guerra, aquí todo está tranquilo: la gente ni siquiera está acumulando comida. Pero si Putin decide invadirnos, los ucranianos resistiremos: no estamos dispuestos a rendirnos”, dice Natalia Volova, una jubilada de 69 años que tiene una parada de conservas en el mercado del barrio de Livoberezhnyi, en el oeste de Kiev. Explica que con su pensión de 5.000 grivnas (156 euros), apenas tiene bastante para comprar comida y que ella misma cultiva los calabacines, berenjenas y coles con los que llena las conservas y las vende en botes de vidrio puestos cuidadosamente sobre un tablón de madera. De joven, cuando Ucrania pertenecía la Unión Soviética, trabajaba en una fábrica de componentes electrónicos, un tiempo que no recuerda con ninguna nostalgia: “Era una cadena de montaje y no nos podíamos levantar ni para ir al lavabo. No vivía bien en la época soviética ni ahora tampoco: si no trabajo no sobrevivo y parece que a nadie le importa”.  Es partidaria que su país se integre en la OTAN: “Si no, ¿quién nos protegerá? Nosotros no tenemos armas nucleares”.

En las paradas se nota cómo se han disparado los precios de los alimentos, un 12% en el último año: una botella de leche cuesta 0,90 euros, y el sueldo medio de un maestro en Kiev apenas llega a los 360 euros. En la capital ucraniana, de casi 3 millones de habitantes, el día a día continúa ajeno a los tambores de guerra: los metros y los restaurantes llenos, los estantes de los supermercados muy surtidos, grupos de abuelos haciendo ejercicios matinales en los parques nevados y el ambiente por la noche, en el centro, bastante animado, por mucho que el termómetro marque dos o tres grados negativos. Muchos creen que acabará imponiéndose la vía diplomática o que, si finalmente hubiera guerra, Putin no osaría atacar la capital.

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Las redes sociales actúan como amplificadores de la alarma: la gente comparte consejos sobre kits de emergencia, cómo hablar de la guerra con los hijos o trucos de autoayuda para combatir el estrés.

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Hay unos 100.000 soldados rusos desplegados cerca de las fronteras de Ucrania, pero después de semanas de baile diplomático con declaraciones y contradeclaraciones del Kremlin, la Casa Blanca y Bruselas, muchos ucranianos no se acaban de creer que la guerra sea inminente. Bajo las lonas que protegen las paradas de la nieve, Dima Hadzhkiev dice que se está exagerando. Nacido en Tashkent, la capital de Uzbekistán, asegura que tiene muchos amigos en Rusia que le dicen que Moscú no tiene nada de interés en invadir Ucrania: “Putin solo está mostrando músculo. Y Ucrania no hace nada en la OTAN, Rusia no lo permitirá y sería una fuente constante de problemas”. Dice que le preocupa mucho más la corrupción en su país: “Si el gobierno no robara, seríamos tan ricos que la OTAN llamaría a nuestra puerta y no al revés”. El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, un actor que se dedicaba al humor político y que fue elegido en mayo del 2019 con el 73% de los votos, ha decepcionado a mucha gente desde que apareció en los papeles de Pandora

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Frente abierto desde hace ocho años

Y es que para los ucranianos y las ucranianas, la amenaza rusa no es nueva. Desde la revuelta del Euromaidán del 2014 que tumbó el gobierno prorruso de Víktor Yanukóvich, el Kremlin se anexionó la península de Crimea y promovió el levantamiento en la región oriental del Donbás, donde fuerzas locales acabaron tomando el poder gracias al apoyo militar y económico del Kremlin, que se ha mantenido hasta hoy. Desde la Segunda Guerra Mundial, Ucrania es el único lugar de Europa con un territorio anexionado ilegalmente por otro país y un frente abierto desde hace casi ocho años, en un conflicto considerado de baja intensidad, pero que ya ha dejado 14.000 muertos y 1,5 millones de refugiados. Un 67% de la población está a favor de entrar en la UE, y un 59% de incorporarse a la OTAN, según los últimos sondeos. 

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También hay quién se ha dejado arrastrar por el fatalismo, como Svitlana, de 45 años, propietaria de un hostal que está vacío de clientes. “Mucha gente está angustiada, pero ¿qué podemos hacer nosotros? El caso es que en el mundo hay montañas de dólares y los tienen que gastar dando créditos a los países pobres o vendiéndoles armas. Yo ya ni miro la televisión, porque no me quiero dejar llevar por la histeria. A mí lo que me preocupa ahora mismo es que no viene nadie al hostal: los extranjeros por miedo a la guerra y los ucranianos no sé si por eso o porque se gastaron el dinero que les quedaba comprando alcohol para las fiestas de fin de año”, dice encogiéndose de hombros.

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Según una encuesta de hace seis semanas del Instituto Internacional de Sociología de Kiev, el 33,3% de los ucranianos se muestran dispuestos a coger las armas en caso de que finalmente se produzca la invasión rusa; un 21,7% lo resistirían con medios no violentos como protestas, huelgas, boicots o acciones de desobediencia, mientras que un 14,8% marcharían a una zona segura dentro de Ucrania y un 9,3% huirían del país. Dos de cada diez ucranianos dicen que no harían nada.

Olena Halushka, una activista que trabaja en una de las muchas ONG dedicadas a la lucha contra la corrupción surgidas después del Euromaidán, espera que todo vaya bien, pero admite que se está preparando para lo peor, pensando sobre todo en su hijo de 2 años. “El proceso de democratización que hemos puesto en marcha en Ucrania es una amenaza para la cleptocracia de Putin. El Kremlin ha ahogado en sangre las protestas en Bielorrusia y más recientemente en Kazajistán. A pesar de todos los problemas y debilidades que afrontamos, estamos consiguiendo adelantos, como el Tribunal Anticorrupción, que pronto publicará las primeras sentencias contra altos cargos. Ucrania es un país muy grande y tiene un fuerte peso histórico, un cambio aquí puede desencadenar un efecto dominó en toda la región”. 

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