Viaje al país de la Unión Europea que no se quiere vacunar
Bulgaria, con la tasa de mortalidad por covid-19 más alta, regala dosis a otros países porque los búlgaros no las quieren
Enviado especial a BulgariaEl 19 de octubre de 2020 la dirección del principal cementerio de Sofía hacía llegar un aviso a toda la población. En letras rojas, se leía: “¡Atención! Ya hay nuevas plazas disponibles en el cementerio central. Las podéis adquirir sin un cargo adicional”.
Era un momento delicado para la capital de Bulgaria. El cementerio, el más grande del país, se había quedado sin espacio para enterrar cadáveres, y la administración se veía forzada a habilitar una zona de 50.000 metros cuadrados en unos terrenos de al lado. “La versión oficial fue que la ampliación estaba prevista desde hacía tiempo”, explica al ARA un alto cargo de la administración del cementerio, que quiere mantener el anonimato. “Sin embargo, evidentemente, se impulsó por el incremento de muertos debido de al covid-19”, asegura. Las obras se hicieron deprisa y corriendo: sin tiempo para presentarlo a concurso público. Se iban creando los caminos y los planos a medida que enterraban a personas. En la ciudad, la pandemia no daba tregua. “Las morgues estaban al límite, y necesitaban espacio para recibir nuevos cadáveres”, recuerda esta fuente. El primer entierro en esta nueva área se hizo el mismo octubre de 2020. Lo peor todavía no había llegado.
La nieve de la madrugada cubre parte de las tumbas. Ha pasado poco más de un año desde que se empezaron a sepultar cuerpos en esta zona del cementerio e impacta comprobar que buena parte de los terrenos que se habilitaron ya están llenos. Una bandada de cuervos y de palomas vuela casi a ras del suelo. Hay cruces cristianas en la mayoría de las lápidas, y flores que todavía no se han marchitado. La fecha de las defunciones recuerda que son muertes recientes: todas de 2020 y de 2021. Georgi Nalbantov, un periodista búlgaro que ha seguido de cerca la evolución de la pandemia, lo observa. “Obviamente no todo el mundo ha muerto de covid-19, pero una parte importante, sí”, dice. Y los datos le dan la razón. Según el Instituto Nacional de Estadística de Bulgaria, desde el inicio de la pandemia ha habido un exceso de mortalidad de 53.000 personas, el mayor del mundo si se calcula la tasa por cada 100.000 habitantes. También es el país de la Unión Europea con el índice de mortalidad por covid-19 más alto: 4.000 muertos por cada millón de habitantes. En España, por ejemplo, es de 1.800 por cada millón.
Pero en Bulgaria hay otra cifra que inquieta. Este país de los Balcanes de siete millones de habitantes es, de lejos, el estado de la Unión Europea con una tasa de vacunación contra el covid-19 más baja: solo el 26,3% de la población tiene la pauta completa. No hay que salir del cementerio para constatarlo. En una de las parcelas tres operarios cavan un agujero para otro féretro. “Esta vacuna no puede ser segura. Lo han hecho demasiado rápido”, dice uno de ellos. Ninguno de los tres, ni sus familias, se ha querido inmunizar. “No me fío”, insiste. Forman parte de uno de los gremios que ha visto de más cerca la crueldad del virus. Pero esto, en Bulgaria, no quiere decir nada: en noviembre, el 30% de los médicos y el 45% de las enfermeras todavía no se habían querido inmunizar.
'Infodemia' y desconfianza
Las primeras dosis se empezaron a poner los últimos días de 2020, pero la campaña de vacunación masiva se lanzó, como en otros países de la UE, en marzo de 2021. Desde entonces, al gobierno búlgaro no le han faltado nunca vacunas: si la gran mayoría de la población no está inmunizada es porque ha decidido no vacunarse. Y hay episodios muy ilustrativos, como cuando hace pocas semanas Bulgaria aprobaba vender o regalar a Bosnia un lote de 500.000 dosis de Pfizer, para evitar que caducaran. Antes ya había dado vacunas en países como Noruega, Bangladesh o Macedonia del Norte. Es lo que muchos denominan “la paradoja búlgara”: el país menos inmunizado de la UE regalando vacunas, por ejemplo, a Noruega, que tiene un 72% de la población con la pauta completa.
El doctor Kostadin Angelov nos recibe en su despacho, situado en uno de los edificios altos que pueblan el distrito de Sofía donde hay buena parte de los hospitales. Él era el ministro de Sanidad del país hasta este mes de mayo, cuando acabó el mandato de su gobierno. Para dar ejemplo, fue la primera persona de todo Bulgaria en pincharse. Lo hizo ante las cámaras y lanzó un mensaje esperanzador: “Qué ganas tengo de abrazar mi padre sin temor a contagiarlo”. No funcionó. Kostadin Angelov argumenta que la incertidumbre política de los últimos meses –tres elecciones desde la primavera de 2021 debido a la imposibilidad de formar gobierno– ha dado alas a las teorías conspirativas sobre la vacuna y ha alimentado la desconfianza con las autoridades.
“En Bulgaria también sufrimos una infodemia. La mayoría de la sociedad se informa a través de las redes sociales y, por lo tanto, se creen casi todo lo que ven en Facebook. Y allí las fake news se propagan más rápido que el virus”, dice. Además, que se haya estado en campaña electoral permanente ha favorecido que la vacunación sea un tema tabú: muchos representantes políticos han evitado defenderla abiertamente por miedo a perder popularidad.
Es difícil comparar el movimiento antivacuna del covid-19 en Bulgaria con el de otros países europeos como Francia, Italia, Alemania o Austria, que han ocupado titulares en las últimas semanas por el esfuerzo de los respectivos gobiernos por convencer a los habitantes que todavía no se han inmunizado. En estos últimos casos se trata de una parte minoritaria de la población, a veces politizada e incluso vinculada a la extrema derecha. Pero en la realidad búlgara, los antivacunas son chicos como Svetoslav, de 22 años y estudiante de turismo, que no se ha querido inmunizar porque le da miedo no poder tener hijos. O como Albena, una mujer de 33 años que trabaja en una empresa de derecho internacional y que no se quiere pinchar porque ya tuvo el covid y considera que está protegida. O como la propietaria de una tienda de zapatos italianos situada en la calle más comercial de Sofía, de unos 50 años, que no se inmunizará porque no confía en el gobierno y ha leído que, después de la vacuna, hay muchos casos de ictus.
La sensación es que es mucho más fácil encontrar a gente contraria a la inmunización que gente que se haya puesto una de las dosis. Y, en general, insisten que defienden las otras vacunas y también la ciencia. Excepto en el caso del covid , porque “se han hecho demasiado rápido” –esto lo repite casi todo el mundo– y, por lo tanto, no ha pasado suficiente tiempo para comprobar que las vacunas son seguras.
Alex Simidtxiev es un doctor especializado en neumología y el presidente de la comisión de salud del Parlamento de Bulgaria. Es decir, uno de los grandes guías para el gobierno búlgaro desde el inicio de la pandemia. Resume los motivos de la poca vacunación con tres palabras: “desconfianza, confusión y miedo”. Y subraya otro factor. “Somos un país que vivió durante muchos años bajo un régimen comunista y la desconfianza actual es herencia de una desconfianza histórica que se generó durante aquellos años”, explica Simidtxiev, que recuerda que esta situación también se está viviendo en otros países europeos con pasado comunista, como Chequia o Hungría, que apenas superan el 40% de la población con la pauta completa.
Un certificado estéril
Ocho personas esperan ante una caseta prefabricada, junto al parking del Hospital Aleksandrovska, en Sofía. Hacen cola para ser vacunadas. Son las tres de la tarde y dos enfermeras se lo miran desde la distancia. “Claro que hay poca gente esperándose. ¿Cómo eran las colas en tu país cuando solo el 25% de la población estaba vacunada?”, pregunta una de las chicas. Un hombre de 32 años espera para recibir la segunda dosis. “No me la había querido poner hasta ahora porque estamos buscando tener un hijo con mi mujer. Pero ahora te la piden para entrar en los restaurantes, en los centros comerciales, para viajar al extranjero…” Su pareja, aún así, continúa sin decidirse.
El 21 de octubre, y para luchar contra esta baja inmunización, el gobierno búlgaro introdujo la obligación de presentar el certificado de vacunación para pisar restaurantes, bares, centros comerciales, gimnasios o cines. La medida del actual primer ministro Stefan Yanev propició un pequeño impulso a la campaña, pero fue efímero. Pocos aplican la exigencia.
Durante los seis días que este periodista ha estado en Bulgaria, solo se le ha pedido el certificado dos veces: para entrar en un centro comercial y en uno de los más de quince restaurantes y bares que ha visitado. Incluso algunos camareros confiesan que no están vacunados. “Si realmente pidiéramos el certificado a todo el mundo, no podría venir nadie”, dice entre risas el trabajador de un restaurante céntrico.
De vez en cuando hay breves manifestaciones en la capital en contra del uso del llamado Green Pass. Y hay partidos que se han posicionado públicamente en contra. El caso más relevante es el de Revival, un grupo nacionalista y con aires de extrema derecha fundado en 2014 que acaba de entrar por primera vez al Parlamento gracias, en buena parte, a su discurso contra la vacuna del covid-19 y las restricciones para parar la pandemia. “El certificado de vacunación es inhumano, discriminatorio, inconstitucional y vergonzoso”, dice el presidente y fundador del grupo, Kostadin Kostadinov. Ni él ni su segundo se ponen la mascarilla durante la hora de entrevista que mantienen, dentro de una oficina, con el ARA . “No nos ponemos nunca la mascarilla, ni en el Parlamento”, se justifican.
“¿Por qué le dan tanta importancia a una enfermedad que tiene una tasa de mortalidad tan baja? ¿Por qué no se investiga más sobre cuánto dura la inmunidad natural de las personas que ya se han contagiado?”, continúa Kostadinov. Les pregunto qué piensan de líderes europeos, como Ursula Von der Leyen, Emmanuel Macron o Angela Merkel, que piden constantemente a la población que se inmunice: “Tendrían que ir a la prisión”, dice. Y qué piensan sobre Alemania o Austria donde quieren hacer obligatoria la vacuna a partir de febrero: “Es fascismo, una dictadura sanitaria”. Con miles de seguidores en las redes sociales y con una presencia bastante habitual en los medios de comunicación, su mensaje llega con facilidad.
Una mancha negra
Pero en Bulgaria la vacunación obligatoria no parece estar sobre la mesa. El exministro de Salud Kostadin Angelov, en cambio, cree que se tendría que tener en cuenta: “Bulgaria, si no, corre el gran riesgo de convertirse en una mancha negra en el mapa de la Unión Europea. Si esto pasa, desencadenará unas consecuencias sociales y económicas devastadoras, porque el país podría quedar aislado”. Es consciente de que la llegada de la variante òmicron, aparentemente más contagiosa, dibuja un futuro todavía más oscuro para el país. Que farmacéuticas como Pfizer ya hayan dicho que hará falta una tercera dosis de refuerzo para garantizar la efectividad ante la nueva variante convierte en todavía más insignificante el porcentaje de búlgaros inmunizados.
Ante la puerta del edificio donde están aislados los enfermos de covid del Hospital Pigorov, con el servicio de urgencias más grande de Sofía, hay un hombre mayor, plantado ahí con dos bolsas de deporte. Llama a la puerta hasta que un sanitario, vestido con EPI, lo abre, le coge las bolsas y vuelve a cerrar la puerta. El hombre se va. Se llama Kostantin Iocev, tiene 70 años y explica que hoy mismo han ingresado a su mujer, también de 70 años, con una pulmonía bilateral provocada por el covid-19. Solo tenía una dosis de la vacuna, a pesar de que hace meses que se habría podido inmunizar. “Nos daba miedo la vacuna. No teníamos la sensación de que la enfermedad fuera una amenaza para nosotros”, explica. En las bolsas llevaba ropa para ella, también zumos de fruta, jabón y alguna revista. “Espero que se recupere pronto. Seguro que sí”, se dice a si mismo antes de perderse por las calles frías del centro de la capital búlgara.