Ernest Villegas y Tai Fati, en 'Como si fuera ayer'
Periodista i crítica de televisió
2 min

Hace semanas que los espectadores del Como si fuera ayer han observado cómo se iba tejiendo la relación entre Salva, el abogado interpretado por Ernest Villegas, y Aina, su alumna del máster que encarna a la actriz Tai Fati. La serie ha desplegado una lenta construcción de un conflicto cuyo desenlace la audiencia intuía antes que los propios personajes y que, al mismo tiempo, confiaba en que lo que se temía no acabara ocurriendo.

La serie de TV3 ha planteado con audacia una situación de abuso de poder perpetrada por un personaje querido y con un rol siempre positivo en la trama. Un abogado de éxito e íntegro, pareja de Marta, interpretada por Sílvia Bel. La forma en que el guión ha cosido la trama sin prisa, añadiendo matices y dudas, ha dado realismo al conflicto.

El punto de partida fue la admiración de la joven estudiante por su profesor, que infla el ego del abogado. Él, una veintena de años mayor que ella, se siente halagado e interpreta el reconocimiento profesional de la chica como un interés personal. Se siente seducido y decide asumir un papel de mentor para gestionar la ilusión del estudiante. Magnífico, en todo este proceso, un incidente secundario pero sintomático y muy bien pensado: el relato sesgado de Salva para hablar de la alumna con su pareja y explicarle que le ha contratado provoca que Marta crea que el estudiante es un chico.

Poco a poco la audiencia ha sido testigo de cómo Salva forjaba el vínculo con sutileza: la contrata, le propone quedar fuera del trabajo para comentar temas profesionales, acuden a un restaurante que tiene una ambientación romántica y, después, con naturalidad, dice hablar amistosamente de otras cosas. Cuando se siente atrapado por la pareja lo disimula, e incluso despide a la alumna para guardar las formas. Pero insiste en mantener el contacto y los favores apelando siempre al buen rollo ya la naturalidad, para que nada parezca lo que es. Paralelamente, veremos la confusión de la chica, que no sabe cómo gestionar las lícitas aspiraciones profesionales con una intuición que algunos le niegan: "El Salva es muy buen tío". Y la audiencia también lo cree. Hasta que las intenciones veladas se harán explícitas. Después de que ella rechace un beso y una magrejada en el coche, él le suspende el trabajo. Dudaba entre un ocho y un nueve, pero finalmente le pone cuatro y medio. Y la injusticia va a precipitar el final. Delante de Marta, que hace días que sospecha, Aina estallará: "¿Sólo me diste trabajo porque querías follar conmigo? El día de la fiesta, en el coche, te echaste encima y me fuiste mano por todas partes! Salí corriendo! ¡Incluso acabé vomitando del asco!" ¡Acabé vomitando del asco! Las miradas desempeñan un papel clave en la escena. Es una trama que ha explicado los aspectos más grises y sibilinos de un abuso de poder: las ambigüedades del acosador y las dudas de la víctima. Y ha sabido representar la idea de que el abuso no siempre irrumpe de forma contundente, sino que se puede camuflar en gestos cotidianos y de personas que nunca lo dirías.

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