¿Quién detendrá el insultador jefe?
En pocas semanas, Donald Trump le ha dicho "porqueta" a una periodista, "fea por dentro y por fuera" a otra, "persona terrible" a una tercera y ha preguntado a una cuarta si era "estúpida". Todas mujeres. Cuando le preguntaron a la jefa de prensa de la Casa Blanca por el primero de esos insultos, ella replicó que había que entenderlo por "la franqueza" con la que se expresa Trump. En este punto de la mala película no sorprende que el presidente americano sea del club de los "Oh, es que yo soy así", ni de la cofradía del "Pido perdón si alguien se ha sentido ofendido por mis palabras, merdosos". Durante su primera campaña electoral, Trump dijo que podría disparar a alguien en la Quinta Avenida de Nueva York y no perdería ningún voto. Es una frase que sólo puede decir alguien colosalmente necio o perversamente astuto. Aún ahora no sé si era una cosa u otra y tiendo a pensar que, en realidad, su magia es poder ser ambas a la vez. Porque, desde el punto de vista comunicativo, el insulto funciona y es una doble ganancia. Los adeptos le celebran tribalmente y quienes protestan gastan parte de su tiempo en la Casa Blanca preguntando por estas collonadas, cuando podrían dirigir sus preguntas a asuntos más trascendentes.
Michelle Obama dejó aquella frase para la historia: "When they go low, we go high("Cuando ellos bajan el nivel, nosotros apuntamos arriba") pero, a la vista de los hechos, no es precisa. Trump ha sido el principal embajador de una manera de hacer política pensada para las redes sociales, porque se adapta a la perfección a los cuatro vértices de esta plataforma: inmediatez, polarización, confrontación y desinformación. Apuntar. acabas bailando la música de otro. Quien descubra la manera efectiva de oponerse a esta política comunicativa trinchera iluminará el camino para un cambio de etapa.