La agonía surrealista de Salvador Dalí

Un instante de 'El forense y Dalí'
Periodista i crítica de televisió
2 min

El lunes por la noche, en TV3, los dos episodios deEl forense y Dalí nos retuvieron con fuerza inesperada. Fuimos arrastrados por la curiosidad que suele suscitar el universo turbio de Salvador Dalí y el suspenso narrativo del doctor Narcís Bardalet. La combinación funcionó. El forense protagonista desarrolla las historias como si contara cuentos de miedo junto al fuego, con la inevitable sospecha de que en su relato hay más pan que queso. Se expresa con una convicción y autoridad que convierten su percepción en una especie de verdad única y lapidaria. Pero sobre todo juega con el morbo que suele rodear la manipulación de los cadáveres. El periodista Manel Alías ejerce de interlocutor y permite ir desgranando lo sucedido. El diálogo entre ambos profesionales es el que construye un guión interesante y espontáneo, que hace que el espectador se sienta incluido en la conversación.

La muerte de Salvador Dalí implica la batalla política, sobre todo entre Cataluña y España, para apropiarse del legado del artista. La cronología de las visitas del rey Juan Carlos y de Jordi Pujol, con sus respectivas imágenes de archivo, adquiere un significado menos reverencial y más interesado. La rivalidad entre Figueres y Púbol para custodiar la tumba del artista se convierte en una subtrama propia de un thriller. Correderas, coches con cadáveres envueltos, puertas flanqueadas por la policía y abogados haciendo guardia en el hospital acaban construyendo una historia delirante, digna del surrealismo y de las inercias sórdidas que rodearon al personaje de Salvador Dalí. Se entiende que las recreaciones fueran necesarias para completar parte de la historia, aunque en algún momento chirrían por una afectación y una teatralización que te distancian del relato. La poética no siempre funciona. Pero la utilización del cuerpo del actor Enric Arquimbau permite representar visualmente la vulnerabilidad del personaje y también su morbosa dimensión, en el sentido más anatómico.

La miniserie documental otorga un contexto revelador a las imágenes de archivo. Es como si la producción pusiera periodismo, orden y coherencia a un caos vital y administrativo muy rocambolesco. Los testigos que se incorporan a la historia son excelentes, porque, más allá de lo que dicen, tienen valor por lo que proyectan en el espectador. La actitud y la retórica del abogado Miguel Doménech sirven para entender qué tipo de poder y qué estrategias sibilinas rodearon a Dalí. También el hijo de Robert Descharnes, el secretario personal malicioso, simboliza el entorno que aspiraba a sacar partido al artista. Un acierto también regresar al hotel Le Meurice de París para reencontrar algunas de esas amistades y subrayar la tentadora opulencia, tan codiciada.

Pero lo mejor deEl forense y Dalí es que el mito del glamour y la exquisitez asociados a uno de los artistas más influyentes del siglo XX se rompe para confirmar la agonía tristísima y solitaria de un pobre viejo manipulado y utilizado para sacarle provecho.

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