Así funciona la corrupción policial
En la serie 'La ciudad es nuestra', David Simon y George Pelecanos vuelven a Baltimore veinte años después de 'The Wire' y son más pesimistas que nunca
'La ciudad es nuestra'
De David Simon y George Pelecanos para HBO. En emisión en HBO Max
"Me encantaba hacer de poli. Me encantaba cuando este trabajo tenía sentido. No hay nada más satisfactorio que detener a un ratero o arrestar a un asesino. Pero, para poder hacerlo, la gente de la calle te tiene que tener suficiente confianza para explicarte cosas. Y esto ya no pasa. [...] Todo cambió con la proclamada guerra contra las drogas". En los últimos episodios de La ciudad es nuestra, Nicole Steele (Wunmi Mosaku), la abogada que investiga la brutalidad policial en Baltimore como representante de la Oficina de los Derechos Civiles del Departamento de Justicia, se entrevista con Brian, un policía veterano que ha publicado un libro sobre su experiencia. Encarnado por el actor más famoso que aparece en la serie, Treat Williams, Brian representa una forma de entender el trabajo policial que habría desaparecido para siempre. El policía como aquel héroe cotidiano en el servicio de la comunidad los actos del cual tenían unas consecuencias comprobables en beneficio de todo el mundo.
The Wire, la serie ya canónica de David Simon y George Pelecanos que se estrenó justo hace veinte años, dedicaba cinco temporadas a radiografiar este cambio de paradigma, el más importante en la historia de la democracia contemporánea. En el Baltimore de los inicios del siglo XXI, la tarea diaria de la policía, de los maestros o de la prensa para garantizar una sociedad más justa se desgastaba ante las dinámicas devastadoras del capitalismo liberal. Simon y Pelecanos insuflaban un aliento trágico en un microcosmo de lo más realista: por mucho que se esforzaran, por mucho que tuvieran la voluntad, los héroes cotidianos nada no podían hacer ya contra el sistema.
A partir del reportaje novelado We own this city del periodista Justin Fenton, los dos creadores llevan a cabo con La ciudad es nuestra una especie de coda todavía más pesimista de The Wire, concentrada en la corrupción y violencia policiales en el Baltimore contemporáneo. Pero esta vez el formato miniserie no les acaba de funcionar. Todas las series de Simon y sus colaboradores se cuecen a fuego lento. Van dibujando pieza a pieza el entramado de un sistema, conocemos a los personajes a través de sus rutinas y los contextos van tomando forma a medida que avanzan los episodios. En La ciudad es nuestra se teje un retrato minucioso de cómo se enquista la corrupción policial y de las dificultades para combatirla. Como exposición ante un tribunal de un caso criminal, la serie es inapelable: expone los hechos a través de flashbacks, muestra las escuchas que confirman la implicación de los sospechosos, acompaña a los diferentes interrogatorios a los implicados. Inapelable, pero también en exceso burocrática y discursiva.
Quizás porque se basa en un reportaje periodístico, en La ciudad es nuestra le falta aquel poso de gran novela que presentan todas las series de Simon, también las de corta duración. No hay ningún personaje carismático, nos falta un McNulty o un Omar Little. Pequeños detalles como el agente del FBI que toca Debussy con la flauta travesera mientras hace escuchas telefónicas son la excepción cuando tendrían que ser la tónica. El reverso positivo de esta sobriedad excesiva es el tratamiento del policía corrupto, el eje de la serie, Wayne Jenkins, interpretado por un oportuno Jon Bernthal. Simon y Pelecanos no caen ni remotamente en la tentación de dejarse fascinar por la pulsión viril de un tío violento que con su pandilla se dedicaba a robar a miembros indefensos de la comunidad afroamericana. Y, a pesar de que expongan las circunstancias que propiciaron que se convirtiera en un criminal, no pretenden excusarlo en ningún momento. Simon y Pelecanos siempre tienen claro donde recae el punto de vista moral. En esto, La ciudad es nuestra sería la anti-Antidisturbios.