Ser gracioso no implica ser buen guionista

El estreno de Vinagreta se suma a la lista de decisiones de TV3 que provocan perplejidad. La serie de humor regresa tras el reavivamiento en las redes sociales de los sketches de Vinagre, que la cadena estrenó en el 2008, tras el éxito de la obra de teatro con el mismo nombre. Clara Segura y Bruno Oro recuperan a algunos de los personajes que triunfaron y crean nuevos para esta nueva etapa, que no representa ninguna evolución significativa.

Los dos protagonistas resucitan, entre otros, a Marçal Xuriguera, el pretencioso actor amateur atrapado en un casting eterno; los heladeros con pocas ganas de vender; las míticas cajeras Eli y Yeni. También Yeri, el entrenador de gimnasio, y África, su alumna desmotivada; el Jacobo, el pijo desubicado, y Larry, el vigilante de seguridad que sobrepasa con exceso sus funciones.

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A Vinagreta existe un factor de conexión humorística que depende de cada espectador. Hay una audiencia muy afín a este tipo de comedia histriónica y sobreactuada, y hay otra que no tanto. Destila un intento pretencioso de parecerse a la serie de la BBC Little Britain, pero con un resultado mucho más infantil y blando. Por otra parte, Little Britain terminó retirada del catálogo de la cadena por el uso desmedido de unos estereotipos grotescos discriminatorios y racistas que desembocaron en polémica. En Vinagreta no deben sufrir, porque el humor queda reducido a un show de payasets sin demasiado trasfondo. Demasiados personajes quedan limitados a una simple cuestión de fonética: desde el chaba extremo lleno de barbarismos del Jacobo hasta el hipercatalán ultracorrecto del Marçal, con toda la gama que puede haber entre el catalán central más puro al catalán xoni más deteriorado o, directamente, el uso del castellano.

Tampoco existe ningún elemento de crítica social o de denuncia. Vinagreta, como la salsa para las ensaladas, busca más el efectismo rápido que la cuidada elaboración.

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Los personajes interpretados por Bruno Oro se parecen demasiado entre ellos: aparte de una cuestión dialectal que los singulariza, la mayoría tienen una crispación desmedida que los homogeneiza. Clara Segura logra crear más matices interpretativos, pero el guión y el universo son tan limitados que no tiene mucho recorrido.

La serie intenta retratar todo tipo de personajes del día a día que lo único que tienen en común es que todos son cortos de gamberros. El programa, por tanto, vendría a ser un retrato de una sociedad demasiado llena de idiotas que, en ocasiones, provocan el estupor de personas más funcionales en este contexto cotidiano. Algunos protagonistas son más exitosos que otros, pero los gags son más bien penosos y la resolución de los sketches es a menudo inexistente o quiebra. Es la clara demostración de que ser gracioso y ser buen guionista son dos cosas muy distintas que nada tienen que ver. Una virtud no implica necesariamente a la otra. Y éste es uno de los aspectos en los que el humor catalán no para de tropezar, y hace años que arrastramos sus consecuencias.