Un monólogo discreto y funcional para terminar el año
Quim Masferrer hizo honor al título del programa. En términos de audiencia, hizo, sin duda, El monólogo del año. 454.000 espectadores y un abrumador 26,8% de cuota. Alcanzó, e incluso superar, las cifras de su predecesor, Andreu Buenafuente, que ya había convertido su resumen del año en tradición de la cadena. En cuanto al texto, Masferrer y sus guionistas cayeron en las mismas inercias que el monólogo de Buenafuente del pasado año: sin riesgo, muy previsible, buscando el aplauso fácil y eligiendo los temas más obvios de la actualidad para tratarlos sin demasiada originalidad. La política catalana se obvió por no pisar ojos de piojo. Pedro Sánchez y el PSOE salieron ilesos. El único político señalado fue Carlos Mazón, que no requiere demasiadas complejidades argumentales para meterle varapalo. El rey emérito se ha convertido, de hace años, en un blanco tan fácil que la idea, por repetitiva, ya no hace gracia. Rosalía fue el personaje más citado. Hasta siete veces. De hecho, la estrella, por autóctona y por repercusión internacional, se convirtió en la figura recurrente. Y el padre de Lamine Yamal tuvo mayor protagonismo que su propio hijo. El humor en torno al papa León XIV fue pueril. Hubo la dosis de Barça de rigor, y los nombres de Aitana Bonmatí y los hermanos Márquez como grandes estrellas del deporte. Sijena como único conflicto, y el apagón y el kit de supervivencia como los temas más inauditos de la actualidad. Masferrer ha desarrollado este humor centrado en un universo cercano y cotidiano, disfrazado de espontaneidad. Es el foteta inofensivo, que gasta una ironía inocua. Se muestra sumamente fascinado por la condición humana y las obviedades con una inocencia casi infantil. Todo ello, para que funcione, pide un consenso basado en la opinión más popular. El problema es, precisamente, cuando, de vez en cuando, el humor del monólogo derivaba en una especie de mitin demagógico inflamado y tan descarado sobre la actualidad que parecía suplicar el aplauso. Por suerte, un público incondicional y convenientemente estimulado respondió con generosidad.
La segunda parte del programa fue más exitosa. La idea central estaba bien pensada: encontrar la nota que los catalanes poníamos en 2025. Según el público asistente, que representaba la globalidad del país, un 7,23. Un notable discreto y funcional. Lo suficientemente bien para los tiempos que corren. Los testimonios que hicieron el resumen de su año personal estaban bien hallados, con las singularidades oportunas que mejor gestiona Masferrer con el estilo de El forastero. Buena gente. Las historias emocionales para cargar las tintas de la lagrimita y las más picantonas para hurgar en las relaciones de pareja. Delegar el protagonismo en el público y pedirles hacer balance de su 2025 invitaba a los espectadores a hacer su propia valoración. Al igual que el año, el monólogo fue discreto, pero sobre todo mucho, pero muy funcional.