La penúltima lección de Ramón Lobo
Ha fallecido Ramón Lobo, uno de los corresponsales de guerra más respetados de los medios españoles. Sus vibrantes piezas, que te trasladaban a los terrenos más convulsos de la geopolítica global, fueron fuente de vocaciones periodísticas durante un montón de años, al menos mientras los estudiantes leían todavía en papel. En los últimos tiempos, ha relatado su "lucha" contra dos cánceres simultáneos y lo ha hecho sin cubrirlo con pudorosos eufemismos. Nada de una larga enfermedad. Lo razonaba él mismo desde los micrófonos de la SER, donde colaboraba: "Si nosotros trabajamos con la verdad, no podemos ocultarla cuando nos afecta, o ir a los sinónimos y buscar fórmulas que nos permitan escapar". Es una postura coherente y que demuestra entereza, por un lado, y sobre todo la consideración del periodismo como una extensión de uno mismo –una actitud– y no solo como un oficio que trabaja con las situaciones y vicisitudes de los demás. Llamar cáncer al cáncer ayuda a convertirlo en algo (dolorosamente) concreto, y esto ayuda a plantear cómo abordarlo, desde el punto de vista médico y también psicológico. Evitar la palabra de marras ayuda a convertir el cáncer en un asunto casi esotérico, un ente maligno contra el que nada se puede hacer. Subrayo, también, y por eso antes lo referenciaba entre comillas, que Lobo se refería a ello en términos de lucha. Hay críticos con esta denominación, puesto que coloca (involuntariamente) una carga de responsabilidad en el paciente. Pero me parece un sentido figurado difícil de erradicar. Y creo que, según cómo, puede resultar también un término alentador, un estímulo para mantener la mejor actitud posible.
He titulado el artículo diciendo que esta era la penúltima de las lecciones de Ramón Lobo. La última es la relectura de sus crónicas, que nunca se agotan.