Un Perejil con mucha salsa
El islote de Perejil, a seis kilómetros de Ceuta y doscientos metros de las costas de Marruecos, es un pedazo de tierra intrascendente. Los expertos le atribuyen categoría de roca, porque no tiene habitantes ni se desarrolla actividad económica. En cambio, a varias generaciones su nombre nos conecta con una época y un contexto político que activan la curiosidad y la coñita.
Coincidiendo con el aniversario del conflicto entre España y Marruecos que nos hizo descubrir esta isla en el mapa, Movistar+ ha estrenado Perejil, una miniserie documental que nos adentra en los detalles de la historia. En julio del 2002, un pequeño número de soldados del ejército de Marruecos llegaron a la isla y ataron la bandera de su país a un arbusto. La roca, que hasta entonces sólo servía para que una mujer hiciera pacer las cabras que tenía, se convirtió en una zona geoestratégica muy codiciada que tensionó las relaciones entre el régimen de Mohamed VI y el gobierno de José María Aznar. Implicó la intervención de grandes potencias como Francia o Estados Unidos para mediar en el conflicto. Mucho ruido por nada.
Perejil interesará, sobre todo, a quienes recuerden con perplejidad y una buena dosis de mofa este melodrama político. Los tres capítulos son excesivos. La historia está muy bien contada y cuenta con múltiples voces que intervinieron en la gestión del conflicto pero el nivel de detalle supera el umbral de curiosidad que estamos dispuestos a conceder a los hechos. El relato está demasiado dilatado. Los creadores y guionistas que se han adentrado en el conflicto parecen haber desarrollado un cierto síndrome de Estocolmo con la historia. El hecho de acceder a tantos testigos y descubrir la gran cantidad de matices, anécdotas y tensiones entre puntos de vista se nota que les ha seducido inmensamente. Pero la meticulosidad acaba comiéndose, en algunos pasajes, la agilidad de la historia.
Sin embargo, periodísticamente es impecable y es un documento muy sólido de aquellos hechos: recoge voces de prestigio de las partes implicadas. Cuenta con la intervención de José María Aznar –que quizá tenga que poner subtítulos para entenderlo– y el entonces ministro de Defensa Federico Trillo, que es la estrella. La distancia de los años y el esperpento del relato le permiten enfocar el caso con una sinceridad y un tono jodido que el espectador agradece.
El primer capítulo sirve para ofrecer el contexto geopolítico, el segundo es la cuenta atrás para la ejecución militar de la Operación Romeo Sierra para conquistar el islote y el tercer episodio reconstruye el operativo con pelos y señales. Las recreaciones del despliegue por mar y aire resultan algo precarias, dignas de maqueta de Playmobil. Está muy bien contar con el testimonio de uno de los soldados marroquíes y con algunas de las imágenes reales grabadas por el ejército. Y permite una reflexión sobre esta política de guerra fácil, amparada en la testosterona y el orgullo nacional. Deja constancia también de la megalomanía de Aznar. Los amantes de la diplomacia y las relaciones internacionales mojarán pan, pero no es aconsejable verla en horas que induzcan a la cabeza.