Entrevista

Bruno Oro: "Después de dejar el 'Polonia' siguió un año durísimo porque no me llamaba nadie"

Actor, músico, escritor

Bruno Oro
27/09/2025
11 min

BarcelonaHabía ganas de Bruno Oro y de su partner in crime, Clara Segura. El estreno de Vinagreta –serie de sketches que recupera aquel Vinagre del ya lejano 2008– ha sido la segunda mejor del 3Cat, sólo por detrás del regreso de Dragon Ball: 56.000 reproducciones sólo el primer día. En esta entrevista, el actor, músico y escritor se muestra franco y habla de su carrera, la paternidad tardía recién estrenada y el peso de los orígenes familiares, entre otros.

Vinagreta llega diecisiete años después de Vinagre. ¿Qué te impulsó a volver?

— Lo de siempre: el deseo de trabajar con Clara. Cada x años tenemos mono mutuo de volver a ponernos. Cuando fuimos a TV3 a proponerlo, tuve la intuición de que sería un sí y, por tanto, me puse a escribir. Tardaron meses en responder, pero yo he estado un año y medio haciendo los guiones igualmente. Soy así organizado y pensé que, si no salía, tendría material para hacer una obra con Clara.

¿Estos personajes estrafetos surgen de personas reales o son del todo inventados?

— Siempre surgen de lo que nos hace gracia pero también de lo que nos hace hervir la sangre, porque el humor debe tener algo de mala leche. Con los Montessori, por ejemplo, podemos verter mucho material kafkiano y absurdo relacionado con la educación. Lo hacemos también con la funcionaria de Hacienda. En el caso de Rosalía y Morales, son personajes que hicimos en la primera obra de teatro juntos, hace 25 años, así que se cierra el círculo.

¿Cómo se encontró con Clara?

— Pues ya en mi primer trabajo, en El alcalde de Zalamea, en Madrid. Me habían cogido para hacer una sustitución, como en soldado primero, es decir, pocas frases. Ella hacía la Chispa, la prostituta del ejército. También era un papel pequeño –el suyo no tanto– y nos encontrábamos a menudo, entre bambalinas, en las esperas, y nos mejábamos el uno con el otro. Vi enseguida que esta tía era un monstruo y le propuse hacer una obra juntos, con personajes inventados. Y, de forma natural, empezamos a repartirnos los papeles: yo me centro más en escribir y ella en dirigir.

¿Qué te aporta?

— Clara a mí me ha enseñado la generosidad en el escenario, el dejarte la piel. Yo era más perezoso, cuando empezaba, mientras que ella es una bestia y se entrega aunque tenga fiebre y haya realizado siete funciones aquella semana. Y nos entendemos muy bien, porque a ambos nos une la musicalidad y tocar un instrumento. Al final, en el humor se trabaja mucho la precisión del ritmo: un segundo de retraso, o de precipitación, y eso ya no funciona. Tenemos una sensibilidad parecida y reímos de lo mismo: siempre que vayamos por la calle nos estamos tocando por los codos: ¡mira, mira aquél! mira a la mujer, ¡qué cara!

¿Y tú qué crees que le das a ella?

— Quizás la parte de escribir: yo tengo mucha imaginación e imagino muchas situaciones. Soy el de las tramas.

Los personajes son un escaparate de defectos. ¿Todos ajenos o también los hay propios?

— Hay autocrítica, ¡vaya! Por ejemplo, Marçal Xuriguera, que es un actor: en la profesión somos unos ególatras, y unos pesados. Somos demasiado intensos.

¿Te reconoces?

— A ver, yo soy muy distinto al Marçal, pero también he sido muy intenso. Cuando estudiaba en el Institut del Teatre me pasaba lo de pensar que hacer teatro es algo único y especial y que, por tanto, éramos diferentes de todos.

¿Ya no lo sientes eso?

— Siento que nuestra profesión es muy puta, muy difícil, y que es diferente en muchos aspectos del día a día... pero no creo que seamos especiales. Damos placer, damos felicidad, hacemos reír, emocionamos, contamos historias... pero eso de cuánto eres joven, de creer que eres el único... eso ya no. Y está muy bien someterlo a terapia. Y después está el personaje del entrenador de gimnasio: también he tenido épocas de obsesión por el físico y ser muy autoexigente.

Bruno Oro.

Hagamos la entrevista el día que has grabado un cameo para el Polonia, diez años después de dejarlo, en un momento muy álgido de tu reconocimiento popular. ¿Qué te hizo plegar?

— El cansancio. Estaba cansado de pintarme la cara y no poder aportar nada más a aquellos personajes. Al final, la imitación es un artificio. Es muy divertida, pero encasilla y yo temía que me dijeran imitador toda la vida y que me llamaran sólo para hacer programas de imitaciones. Fue un sacrificio muy grande, porque el equipo artístico y humano era divertidísimo, nos mejábamos de risa. Hoy me emocionaba, de reencontrarlos, pero tenía que marcharme para crecer. Y me gusta que el reencuentro haya pasado cuando estoy estrenando Vinagreta, que es exactamente lo que quiero hacer, muy personal, que hemos levantado con una familia muy pequeña.

¿Fue fácil la transición?

— No, fue un año durísimo. Nadie me llamaba. Es alucinante, porque en nuestra profesión el currículum no cuenta: de la noche a la mañana tú dejas de existir.

¿Y qué cuenta entonces?

— Ser autodidacta. Cuenta que sigas trabajando por ti mismo. Si esperas que suene el teléfono... no suena. ¿Qué hice yo? Pues me inventé el trabajo, abrir un canal de YouTube, escribir una novela... trabajé para mí. Y esto fue una semilla que ahora está dando frutos. Pero yo pasé un año y medio o dos muy cabrones, diciéndome "el destino me está diciendo que me he equivocado". Pero el destino me estaba diciendo "no, te estoy dando tiempo y no te llaman porque eres tú el que debes generar tu trabajo". Siempre digo que es muy importante escuchar el destino, porque te para tu camino delante, aunque sea con muchos obstáculos.

¿Llegaste a pensar en dejarlo?

— Pensé: "¿Puedo hacer de camarero?". Porque me preguntaba qué sabría hacer, yo. Y sí pensé que sería un buen jefe de sala, porque tengo don de gente. Pero entonces todo el mundo me diría "Hostia, eres Bruno Oro, ¿no? ¿Qué estás haciendo aquí?" Entonces, llamé a Laura Jou, y le pregunté si podía dar un curso de comedia a su escuela de teatro. Me dijo que sí y eso me hizo feliz, porque de repente me encontré dando clase a chavales de 20 años, con todo empuje. Recuerdo que escribí en Instagram "He vuelto", y nadie me entendió. Y puede parecer poco que apenas me esperaran quince niños de veinte años, pero pensaba que estaba trabajando, que era fantástico y que podía aprender mucho de esos chicos.

Durante la pandemia abriste un canal en YouTube. Según dice en tu página lo hacías "para no parar loco". No sé si era una forma de hablar o que realmente sufriste el confinamiento.

— Yo estaba haciendo Cobertura con Clara y nos encerraron. Venía, pues, de reír a miles de personas y, de repente... encerrados. Sentí una necesidad absoluta de seguir haciendo cosas. Allí me saco la máscara por primera vez. No hago personaje en redes, hago de Bruno y comento la actualidad con aquellos monólogos donde ya soy yo. Aquello fue la semilla de lo que ha venido después.

¿Volverías ahora a la máscara?

— No, nunca. Ya no volveré a la máscara de imitador, sería un paso atrás. O sea, volvería a la máscara con algo muy concreto: una película en la que hiciera de Salvador Dalí, por ejemplo. Entonces, me metería encantado, en imitar algo muy concreto y haciendo un trabajo obsesivo, pero no volvería a pintarme la cara.

¿Tenías algún personaje preferido, en aquella época?

— Acebes, porque era la esquizofrenia actoral perfecta, que es lo más divertido, como actor: subir y llevar algo al límite, de no saber hasta dónde podrás llegar.

¿Y hay alguna parte del trabajo que te cueste más?

— Realizar castings. Detesto hacer castings. Y hace tiempo que no lo hago. Sería mi deseo número uno.

¿Es el miedo al rechazo?

— Seguramente, sí. Yo soy muy susceptible y bastante frágil, y el casting es una prueba perversa. En un casting el actor ya está perdiendo desde que entra, porque tú ves las caras que están buscando un prototipo. No están buscando tu calidad actoral, están buscando una imagen que tienen en la cabeza. Casi es como una cita de ciegas. Y nunca entra la persona deseada, o casi nunca.

Durante la pandemia también impulsaste tu carrera como músico y escritor. ¿Te ha costado defender delante del público estas facetas porque te ven como actor?

— Sí, me he encontrado mucho. Con la música, sobre todo. He destinado mucho tiempo y muchos recursos, y nunca me ha funcionado. No me ha funcionado en absoluto.

¿Qué significa nada?

— Nada significa que no he tenido ni un bolo. Porque yo era el del Polonia y ahora seré el de Vinagreta, y Bruno Oro... pues es aquel que hace reír. Ahora lo vivo con tranquilidad, pero lo he sufrido. He tocado el piano toda la vida, he sido más seguidor de la música que de la interpretación, y he destinado muchas horas más a tocar el piano ya grabar discos que a ensayar obras. Pero nunca ha funcionado. Pues bien, ya está, y no me quita el sueño.

¿Y como escritor?

— Pues quiero pensar que allí tengo más futuro. El libro es algo más distante: no estás presencialmente en el escenario, así que te permite que el otro se aleje de tu imagen. Me gusta tanto escribir, y soy tan terco, que seguiré escribiendo y publicando.

Antes me has dicho que eras disciplinado. ¿Cuál es tu rutina de trabajo?

— Me levanto hacia las ocho y media. Hago meditación y después deporte. Un poco de tenis o corro, y también un poco de fuerza, que ahora estoy hecho un ñicris y si no vigilo me voy a quedar en los huesos. Entonces desayuno y me pongo a escribir, unas tres horitas. Me gusta ponerme temprano, porque tengo un sentimiento de culpa muy acusado. Creo que me viene de mi abuelo Ramón, que me dijo que nunca descansaba. Me gusta hacer los deberes antes de comer.

¿Te sientes en falso, si no trabajas?

— Puedo hacer vacaciones, y disfruto mucho de viajar, me encanta el ocio, pero siempre es un poco para nutrirme de nuevas ideas. Por la tarde intento tocar el piano, o lo que sea. Antes tocaba todos los días, ahora ya no: sólo una vez por semana para no perder los dedos. Y entonces están las temporadas que tengo funciones por la noche.

Has mencionado que harías de Dalí. ¿Le conociste? Tu familia tenía relación con ella.

— Yo tenía sólo dos o tres años, cuando venía mucho a casa, y no lo recuerdo porque sus últimos años estuvieron en Púbol, encerrado. Recuerdo muchas conversaciones de mi abuelo Ramón y mi tío Antonio sobre Dalí. Incluso que teníamos dos cuadros suyos, en casa, y eso me impactaba mucho.

Tus orígenes son los de una familia inequívocamente bohemia, pero me ha llamado la atención que tú tienes un hermano que tiene catorce años menos que tú... pero le consideras el mayor de los tres que sois. ¿Cómo va esto?

— Abel es muy sensato, un científico muy racional. Y siempre lo he utilizado para pasarle contenido y que juzgue si está bien arraigado a los tiempos, si es actual, que no sea heterobásico, que no sea demasiado antiguo o casposo... Es un tío muy fino, con los pies en el suelo, y por eso digo a veces que es mi hermano mayor. Y después tengo a Andrea, que es actriz y bailarina con la que conecto mucho a nivel de risa y de teatro.

¿Todavía conservas una rasta de Abel en casa?

— Por supuesto que la conservo, sí, sí. Cuando estuvo a punto de morir se lo corté, de recuerdo. Y le dediqué una canción mía, que se llama Wise man, el hombre sabio, que es la descripción de lo que yo recuerdo en la UCI cuando él estaba en coma y yo iba allí a verlo y experimentaba aquella atmósfera sonora que se crea allí, donde hay silencio y algunos ruidos muy concretos de las máquinas.

Supongo que te cambia la perspectiva cuando tienes a una persona amada en semejante trance.

— Y aún me habría cambiado más si no lo hubiera salido. Y eso es la reflexión que yo hice aquellos días, suerte que ha salido adelante, porque si no la vida ya nunca más sería lo mismo.

Tu madre se quedó embarazada de ti con diecinueve años, muy joven. Y tú acabas de ser padre, con 47. Aquí las macetas no se parecen a las ollas.

— Yo era antibaby y mi pareja también, no sé si también por contagio, pero es verdad que hemos hablado mucho, ella y yo. Hemos hecho mucha terapia y, un día, le dije que creo que nos equivocaremos mucho si no somos padres, porque tenemos algo muy bonito y sería una lástima no compartirlo. Llega en un momento de mi vida perfecta, y de la suya también. Estamos disfrutando mucho del mes y medio que llevamos.

¿Hiciste tú el primer paso?

— Sí, sí. Ella me critica y dice que la propuesta de tener un hijo la envié por WhatsApp...

Bruno Oro!

— Es cierto que yo un día le dije que creo que nos equivocamos si no tenemos un hijo, y se lo envié por WhatsApp, porque lo sentí como una urgencia inmediata. A veces te poseen ciertos sentimientos o intuiciones y se lo transmití sin esperar a llegar a casa.

Bruno Oro.

¿Te gustaría que tu hijo se dedicara al mundo del espectáculo?

— ¡No lo sé...! Por un lado, me haría gracia. Me gustaría que se dedicara al mundo de la música, y mira que es lo más difícil de todos. Y aunque a mí no me haya ido bien, me gustaría que hiciéramos algo juntos. Pero, por otra parte, creo que haga lo que le rote, claro. Pero es cierto que va a crecer en un entorno artístico.

¿Es verdad que tú te hacías llamar Bruno Pichot Oro y que te cambiaste el orden de los apellidos?

— Oro es el de mi padre, pero como mis abuelos tuvieron sólo hijas, me hacía gracia que Pichot no se perdiera. Pero artísticamente Bruno Oro suena mucho mejor.

Depende del ramo, que Pichot tiene una sonoridad que daría juego.

— Hahaha, en el porno no suena mejor Oro, claro. Pero como al final no me decanté por aquí... Ahora bien, ¡la gente piensa que Oro es nombre artístico!

Es el del padre italiano, que perdiste de joven.

— Yo tenía quince años y fue una muerte muy sentida. Curiosamente, el hijo lo hemos tenido en Can Ruti, donde murió mi padre. Y esto ha cerrado otro círculo. Ha sido algo muy emotivo. Yo no había vuelto a Can Ruti desde 1993 y mi memoria de allí era la de mi padre muriendo, con un gran impacto sobre su cuerpo.

Tú tienes una vertiente italiana marcada que me imagino que será su herencia...

— Sí. Cuando tenía 26 años fui a Nápoles por primera vez porque me di cuenta de que no conocía todavía a mi familia de tíos, primos lejanos... Me enamoré tanto de la ciudad que fue cuando me lancé a cantar y publiqué mi primer álbum exclusivamente en italiano. Es decir, la idea más errónea posible, en lo que se refiere a marketing. Nápoles es una parte importante de todo mi mundo teatral y extrovertido, la sangre italiana que convive con mi sangre catalana más disciplinada y mucho de mi familia figuerense, de Els Pitxot, que estamos un poco chalados pero somos trabajadores.

Reivindiques mucho fue currante.

— Tiene mala fama, ser trabajador. Pero es que si has hecho los deberes puedes permitirte entonces descansar en paz. Yo me entiendo mucho trabajando con los catalanes. Los madrileños trabajan comiendo y siempre están qué pasa, macho, venga, vamos a comer, una cervecita y tal. Pero a mí no me gustan las comidas de trabajo. Prefiero trabajar y, después, ir a comer y celebrar. No me gusta mezclar las cosas porque no trabajo bien.

¿A menudo te encuentras teniendo que aguantar la risa porque ves que no toca?

— Sí, yo tengo una mente muy perversa y se me dispara enseguida. Pienso siempre en clave de humor.

¿Por qué vienes así de fábrica o porque tienes el chip de aprovecharlo por el trabajo?

— No, no, la profesión vino después de la mente perversa. Ya de pequeño ya me imaginaba cosas en clase.

¿Eres el trasto de la escuela?

— Era el imitador pero no lo trasto, porque estudiaba y sacaba bastantes buenas notas. Pero sí que era el payaso.

stats