El ridículo de Sean Penn en Ucrania
Coincidiendo con el segundo aniversario de la invasión rusa de Ucrania, Movistar Plus+ ha estrenado Superpower, el documental de Sean Penn donde demuestra su fervor por Volodímir Zelenski. La primera palabra que se oye en el documental, pronunciada por el actor de Hollywood, es “yo”. Y es clave para interpretar todo lo que veremos en la hora y media restante: un homenaje a su ego. El propio título es ya ridículo. La utilización del lenguaje de los superhéroes aplicado a un drama real como es la guerra. Superpower comienza con una locución de Sean Penn donde acentúa un tono grave y oscuro, como si él mismo experimentara el sufrimiento bélico.
Si no fuera que el tema del documental es tan trágico, el rol de Sean Penn en el documental podría considerarse incluso cómico. Es grotesco. Su narcisismo hipertrofiado lo arrastra a una épica vacía, el papanatismo interpretativo lo convierte en un héroe de pacotilla, que se cree el salvador de Ucrania. Sean Penn ni siquiera sabe utilizar el privilegio de su condición de famoso. Tiene la oportunidad de presenciar desde primera línea el día 1 de la invasión de Rusia y entrevistarse con Zelenski horas después. Se acabarán reuniendo unas cuantas veces. Y, sin embargo, no sabe hacer preguntas ni despertar credibilidad alguna. “Supongo que todos los periodistas del mundo se reirán, pero no había una sola célula de mi cuerpo dispuesta a preparar una pregunta para el presidente en un día como este. Solo espero que el documental sea útil, solo eso” admite el actor, apenado, de camino a entrevistarse con el presidente ucraniano el primer día de la invasión. Él se muestra más afectado que los ucranianos. Penn se comporta como su personaje maldito en Mystic River, taciturno, prepotente, salvaje y bloqueado en los momentos críticos. En realidad es un vago que espera siempre que su equipo le gestione la menor actuación. En algunos pasajes va vestido de soldado, enseña incluso un puñal atado a la pierna, ofreciendo ayuda a la gente para exhibir su generosidad, como si la solución de todo pasara por él. Cuando ve pasar los tanques por la calle, les levanta el pulgar orgulloso como si insuflara coraje a las tropas, pero ni siquiera lo ven. Sean Penn se apropia del conflicto. No para de beber y fumar, en muchos momentos parece tener severas dificultades para disimular la embriaguez, observa a todos con los párpados caídos y en algún momento parece incluso que no se encuentre muy bien. Tiene buenos expertos como interlocutores, pero Penn es un hilo conductor patético. A ratos se muestra como un comandante experto en estrategia militar y no es más que un actor vanidoso de Hollywood haciéndose el sabio, interpretando el papel de solidario hiperventilado. Como en muchos documentales producidos por Vice Studios, existe riesgo, pero también vacío. Se entrevistan con el piloto ucraniano de un caza y le proyectan Top Gun: Maverick para contentarlo. Luego, uno de los actores le envía ánimos a través del teléfono. Hacen montajes sensacionalistas con las imágenes de archivo. Si muestran cómo matan a un hombre en la calle, repiten tres veces en bucle como cae abatido. El documental se ve abocado a justificar una foto del pasado de Sean Penn donde, junto a Jack Nicholson, aparece de fiesta junto a Putin. Solo dice: "Aquella noche se ha convertido en un recuerdo perverso", sin dar más explicaciones. Y la cámara hace un zoom repentino a los ojos diabólicos del mandatario ruso. Tomar parte es lícito, pero Sean Penn hace un documental que es propaganda barata utilizando su ego sobredimensionado para convertir una guerra real en una película de serie B.