Salva las pobres pelotas de goma, dice la caverna

No hay homosexuales en Irán. Ni en Malasia. Tampoco en la ciudad rusa de Sochi. Autoridades de estos tres lugares han negado la mayor por no tener que admitir que reprimen a una minoría. “¡Pero si no existen!”, es su chapucera y ridícula excusa. Pero no es necesario viajar varios miles de kilómetros para observar muestras de esta táctica del avestruz. En España existen periódicos que esconden sistemáticamente los abusos policiales. ¿Policías malos? No tenemos aquí de eso. No existen. Circulen, circulen. Son cabeceras con canales de comunicación muy bien relacionados con los estamentos policiales. Eso sí, subterráneos. O alcantarillas, para ser más precisos. Algunos incluso tienen comisarios honoríficos como directores.

Pensaba leyendo titulares como estos: “Policías y guardias civiles ante la ley mordaza: «Nos atan de pies y manos»” (La Razón). Curiosa metáfora, para un gremio donde abundan las formas creativas de esposar a manifestantes, para forzar posturas que castiguen el cuerpo del detenido. “Otee amordaza a Sánchez e indigna a los policías” (Abc, en una elección nada inocente del verbo). "Sánchez entrega a Bildu su gran deseo de desproteger a la policía" (El Mundo, sugiriendo veladamente el retorno de ETA por el hecho de que se prohibirán los balones de goma). Los diarios amigos del gremio de la porra han tenido una actitud galdosa con la ley, porque era evidente que lesionaba varios derechos fundamentales. El texto era una puerta abierta a la comisión de abusos desde la arbitrariedad y la impunidad, aprovechando la palanca absurda que es conceder a la palabra de un policía rango automático de verdad, sin lugar a contrapesos factuales. Basta con mirar las 284.512 sanciones sólo en el último año bajo el yugo de una ley que otorgaba a los cuerpos policiales una capacidad de intervención fuera medida. Higiene democrática es poder fiscalizar, también y sobre todo, a la policía.