Las crónicas sirias de Joan Roura

Juan Roura en un informativo.
Periodista i crítica de televisió
2 min

Día doce de la caída de los Al Asad y en los Telediario seguimos viendo las espléndidas crónicas que envía el periodista Joan Roura desde Damasco. El jueves hacía un retrato de lo cotidiano, de una especie de regreso a la tranquilidad tras el estremecimiento del cambio de régimen. "Periodistas sin protagonistas" apunta al principio. Pero no es verdad, porque sabe aprovechar esta aparente normalidad para entrar en las cafeterías, hablar con la gente que pasa el rato y preguntarles sobre las expectativas de este año realmente nuevo que apenas estrenarán. Y aprovecha la aparente calma para hacer un retrato poético de un impasse de espera.

Roura, como tantos otros buenos periodistas de la sección de internacional de TV3, sabe inmiscuirse en rincones, casas, trastiendas... y explicar la actualidad a partir de los detalles de la vida de la gente. Es habitual que, cuando alguno de sus entrevistados habla en la cámara, hay alguien más al fondo que también escucha y mira de lejos. Es como si lo que hace verbalizar a las personas cuando les pregunta, no sólo interesa a los espectadores sino que también capta la atención de la gente de alrededor. Son crónicas para la televisión, pero también parecen píldoras de reflexión para los que están allí, en primera línea de los hechos.

Joan Roura ha encontrado en el testimonio de un bodeguero el ejemplo perfecto para subrayar la incógnita sobre el nuevo gobierno y el grado de tolerancia del islamismo que vendrá. El alcohol que vende en su negocio será un barómetro para comprobarlo: "El diablo está en los detalles" subraya el enviado especial. El periodista nos ha alertado de la precipitada huida de los alauís desde la misma frontera y nos ha permitido observar el regreso a Siria de personas como la periodista Lina Alfahez, afincada en Cataluña en los últimos nueve años. Roura lo aprovecha para hacer una reflexión sobre la situación de las mujeres: "Damasco ha cambiado de manos de unos hombres a otros, pero mientras todos ellos no cuenten con la otra mitad de la población, la que más ha sufrido, las mujeres, Siria no podrá considerarse mínimamente liberada". Y se ha inmiscuido en talleres de peluquería, costura y cocina que fomentan la autonomía personal y el encuentro de nuevas oportunidades en algunas mujeres. Estos días, Roura ha descrito el régimen caído como una autocracia, una cleptocracia, un narcorégimen. Y nos lo ha ido ejemplificando. Nos ha mostrado lugares inauditos, como el llamado "matadero humano de Al Asad", la cárcel de Sednaya, penetrando en las mazmorras y conversando con algunos de los supervivientes que estaban encerrados. Nos ha explicado la precariedad económica desde dentro de un horno de pan, poniendo de ejemplo el precio de la harina y las colas en la puerta. La crónica desde la fábrica de Captagon, la droga que se ha convertido en el primer producto de exportación de la Siria de Bashar el Asad, era como si nos transportara a un thriller de ficción, al igual que el reportaje sobre el centro de supuesta desintoxicación de los adictos.

Basta con ver las crónicas de Roura para constatar que no sólo el diablo está en los detalles. También el buen periodismo.

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