Salvar el tardofranquismo porque se veían senos y muslos

La maquinaria mediática que trabaja por la regresión política en España tiene en marcha una agresiva campaña de rehabilitación de Franco. El último ejemplo es un artículo en El debate titulado "El franquismo terminal y la España alegre y de falda corta". Es una reseña del último libro de Jorge Vilches, en el que se subraya la lectura según la cual el franquismo tenía sus cositas, pero había una gran alegría por plazas y calles, como demuestra de forma incuestionable y científica el hecho de que las mujeres enseñaran muslo. "Con acierto extraordinario se aborda la explosión del destape erótico", escribe con un exceso de entusiasmo el reseñanista, como si el auge de la minifalda fuera incompatible con la represión política. El nacionalcatolicismo más rancio quizá asumió que las suecas eran el mal inevitable para mantener la España del sol y la paella, pero que la mayoría viviera o la viviera politizada las continuara pasando magra. hardcore como: "Su abstinencia a la hora de movilizarse debía entenderse como prudente expectativa y apuesta por las soluciones templadas". Los habrá que, en cambio, lo verán a consecuencia de la amabilidad de los grises en las calles, siempre dispuestos a echar una mano, o veinte de porra. O de la narcotización de un país gracias, entre otros, a una televisión pública férreamente controlada o la censura de la prensa. Más la represión lingüística, claro. En cualquier dictadura, la vida cotidiana se abre paso y los humanos buscamos la alegría. Que los quioscos del posfranquismo se llenaran de pitram no deja de ser un síntoma más de la miseria moral y falocéntrica que dejó esa época. Celebrar esto busca reforzar lo de "pues la gente vivía bien" y supone validar el viejo e infecto consejo atribuido a Franco: haga como yo y no se ponga en política.