Empezar el año con el concierto de la Filarmónica de Viena es, seguramente, una de las tradiciones televisivas más arraigadas y agradables. Incluso la audiencia poco acostumbrada a la música clásica, el 1 de enero da una oportunidad al género esperando el momento de aplaudir la Marcha Radetzky. El secreto de la continuidad es que, en una mañana poco productiva, el concierto acompaña sin molestar.
Martín Llade es el comentarista del concierto en La 1 desde el 2018, cuando sustituyó a José Luis Pérez de Arteaga. Llade asumió el relevo con prudencia, discreción y personalidad propia. Sus conocimientos le permiten nutrir de anécdotas las presentaciones de temas musicales. Pero en los últimos seis años, la confianza le ha abocado a un abuso del chiste, con constantes comentarios graciosos que hacen, de la ligera mañana musical, una tabarra con ínfulas cómicas bastante insoportable. Antes reservaba el comentario simpático para la despedida. Pero esta edición rellenó de gracietes todas las intervenciones, recitadas entre pieza y pieza con rapidez para no perder pistonada.
Llade arrancó el concierto bromeando un cambio de la programación, explicando que Thielemann sustituiría los valses y polcas por la Séptima sinfonía de Bruckner completa y que, por tanto, no se aplaudiría con la Marcha Radetzky sino cuando sonaran los platillo. "Es broma", apuntó enseguida. En la siguiente pausa, introdujo los Bombones vieneses de Johann Strauss hijo: “Producen el mismo placer que el chocolate pero sin engordarte”. También hacía notar que el director estaba más sonriente que la tarde anterior: "Estaba más serio que los personajes de un cuadro de Caravaggio".
Más tarde, recordaba que la temporada de baile en Viena constaba de un programa de cuatrocientos cincuenta bailes y más de dos mil horas de duración. “Vamos, que me río yo del perreo ese”. Después de explicar que muchas de las composiciones estaban vinculadas a distintos oficios, comentaba: “Cada gremio tiene su baile. Los deshollinadores y los levantadores de piedras. Perdón. Estaba pensando en mi tierra”. Para complementar la anécdota que Eduard Strauss tituló Sin frenos una polca rápida para el baile de los ferroviarios, añadió: "Quizá habría sido mejor un título como "Viajar en tren es un placer"" Y aquí todavía no habíamos llegado ni a la media parte del concierto. Llade explicó que una opereta se había dedicado a los beneficios medicinales de la aspérula. “Podrían haber escrito otra sobre los beneficios digestivos del Jägermeister. Habría sido divertido”. Cuando presentó a la bailarina georgiana Ketevan Papava, le hizo gracia su nombre: “Que yo, perdónenme el chiste, pensaba en «¡Que te va a empapar!»A medida que avanzaba el concierto, el nivel de los chistes degeneraba. Para explicar que otra de las piezas se compuso con motivo de la inauguración de un conducto de agua, apuntaba: “Claro, hubiera quedado peor un “Vals para la fundición séptica»". Cuando hizo referencia al vals Wiener Bürger, no se pudo resistir a otro juego semántico: “Que suena a franquicia de comida rápida de salchichas y hamburguesas”. Ocurrió lo mismo con el vals La perla ibérica. "Perdonan el símil, pero suena a bar de tapas de jamón serrano". Insoportable. Una cosa es mostrarse cercano con la voluntad de popularizar el concierto y la otra convertirse en una metralleta de chistes malos, que más que divulgar acaban por ridiculizar. Si Llade tiene pretensiones humorísticas, el próximo año se puede incorporar al programa de José Mota de la noche anterior y así puede dejar en la música el protagonismo del concierto.