'El trozo': un 'reality' a destajo
El miércoles por la noche TV3 estrenaba El pedazo, el nuevo reality de TV3 donde se juntan gente de ciudad con gente del campo para competir y encontrar a la mejor pareja de campesinos. La gran virtud del programa es ofrecer una gran diversidad de variantes dialectales del catalán, exhibiendo la riqueza lingüística del país. No es intencionado pero debe valorarse.
El pedazo se ajusta a las características del reality en el que conviven y compiten un elenco de personajes escogidos con voluntad de estimular el conflicto. El casting de los bautizados como ruralitas era un bálsamo en comparación con el grupo de los urbanitas. Una selección frívola de personajes con pretensiones deinfluencers de pan mojado con aceite que hacía sufrir un poco.
Anna Simon es de una ejecución impecable pero desprende cierta distancia del espectáculo. La introducción de todos los concursantes y los emparejamientos se hizo pesada. De hecho, El pedazo tuvo más vídeos de presentación, explicaciones del juego, discursos del jurado y transiciones que la competición en sí misma. Y encima las tres pruebas escasas eran de gincana mediocre. A pesar de la sospechosa insistencia del programa en asegurar que priorizaban el bienestar de los animales, lo cierto es que aquel rebaño estresado y los pobres corderos esquilados desde la más absoluta inexpertez dolían en el corazón.
El juego parece low cost y la realización tiene prisa por terminar. En las competiciones, los grupos por colores no acababan de entenderse y los pañuelos de las parejas apenas se veían. Había secuencias que parecen registradas a toda prisa, sin enseñar bien la rivalidad en las pruebas simultáneas. El espectador se perdía detalles, no había intensidad dramática en la narración visual y, por tanto, no se transmitía ni emoción ni impaciencia. Una vez esquilados los corderos no se esforzaron en hacernos la comparativa de cómo habían quedado las dos bestias. La selección del jurado es un fracaso de casting. Elinfluencer mallorquín Miquel Montoro (“¡Hostia, pelotas! ¡Qué buenas!”) parecía cohibido y desubicado y Marina Pifarré, activista y referente de la defensa del ámbito agrario, desarrollaba un discurso que ralentizaba la dinámica del juego. La frivolidad televisiva no entiende de experiencias.
El pedazo tiene detalles que no transmiten esa supuesta realidad que debe vender el género. El programa transmitía falta de continuidad en los acontecimientos, como si fuera un puzle prefabricado para vender una historia que chirría un poco. La noche en la serena parecía teatralizada. Y el hecho de que en la prueba del día siguiente la presentadora y el jurado aparecieran con la misma ropa del día antes rompía los códigos de la puesta escena del reality, donde cada detalle debería reforzar la idea del paso del tiempo. Todo hace pensar que El pedazo va a destajo. Uno reality más urgente que ambicioso, grabado a toda prisa para rellenar la nueva plataforma y no para hacer buena televisión.