Batalla de reporteros

Desde hace años son famosas las batallas entre reporteros de Antena 3 y Telecinco por entrevistar a los testigos en los principales magazines de las respectivas cadenas. Como todos siempre tratan los mismos temas y rivalizan por la audiencia, intentan hacerse la coz los unos a los otros, no sólo para conseguir su entrevistado sino, también, para entorpecer al máximo el trabajo de la competencia. De esta forma, cuando entrevistan a alguien, le intentan retener el máximo tiempo, para que así no pueda entrar en la cadena rival, y bloquean la disponibilidad de esa persona. Este conflicto, que normalmente ocurre a escondidas de los espectadores, este jueves estalló en pantalla. Ana Rosa Quintana y Sonsoles Onega se disputaban la entrevista a las trabajadoras de una gestoría que acababan de descubrir que su jefe llevaba cinco años grabando en los lavabos de la oficina, donde tenía instaladas 30 cámaras secretas. Cuando Quintana conectó en directo con el pueblo de Sax, en Alicante, tenían las cuatro víctimas en fila junto a la reportera. Empezaron a contar la historia, el cámara abrió el plan y, de forma inaudita, se descubrió en imagen, en el otro extremo de la hilera de testigos, un reportero del programa de Sonsoles Onega, que empezaba la conexión por Antena 3. Él entrevistaba a la chica que tenía a su lado. Las cuatro mujeres quedaron flanqueadas por los dos reporteros que pretendían que, a su vez, hablaran por sus programas. Quintana se indignó: “¡Oye! ¡Discúlpame! ¡Un momento! ¡Oye! ¡Hay un compañero ahí que se de otra cadena! Le ruego que se salga del plano porque yo esto no lo he visto nunca en mi vida. ¡Estamos en directo entrevistando a unas personas! ¡Oye! Si se quiere hacer famoso está bien, pero claro...”. Su reportera se desplazó hacia un lado con tres de las entrevistadas y perdió una, que es la que quedó atendiendo al micrófono de la competencia. Si cambiabas de cadena de inmediato, podías ver cómo, efectivamente, el periodista de Antena 3 estaba conversando con la chica que había quedado separada del grupo, ajenos a la bronca de Ana Rosa Quintana. Si volvías a Telecinco, la presentadora seguía indignada: “Hay determinadas prácticas que yo no he visto en todos los años de mi carrera. ¡No todo vale compañeros, eh! ¡No todo vale!”

Lo más incómodo era la cara de las cuatro chicas, agobiadas por un conflicto televisivo que les era ajeno, presionadas por dos reporteros que se las disputaban, prescindiendo del trance personal que debían explicar.

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La escena, por sí sola, era un espectáculo tan penoso como cómic. Pero, por otra parte, muestra las tripas de la televisión sin escrúpulos que utiliza la gente como si fueran títeres. También la tiranía que se ejerce sobre los reporteros, obligados a una feroz batalla y agria sobre el terreno en nombre de una guerra entre estrellas y grupos mediáticos. No les importan ni las personas ni la voluntad de contar. Priorizan la lucha enconada, con conexiones e historias simultáneas, presionando a los testigos, antes que el trato humano.